La sordera es una discapacidad invisible tanto para el oyente como para el que lo padece aunque la ceguera a veces también lo es. Mi madre tenía problemas de vista y por coqueta se negaba a usar anteojos. En la calle saludaba al azar “por si acaso”.
A Gustavo lo conocí en la facultad. Formamos parte del mismo equipo de trabajo con otros dos compañeros pero un día abandoné la carrera, vencida por la sordera y me fui del país. Volví a Buenos Aires tres años después. Alquilé un departamento y encontré un trabajo en un estudio de arquitectura.
El reencuentro con mis amigos fue difícil. Se habían casado, algunos tenían hijos, otros eran profesionales, menos Gustavo que largó la facultad cuando le faltaban cuatro materias para terminar la carrera porque se dio cuenta que lo suyo era y es la fotografía. De compañeros pasamos a ser amigos cercanos y compartimos muchos momentos juntos en esa etapa de nuestras vidas.
Y cómo Dios los cría y el viento los amontona, Gustavo y yo nos reencontramos por segunda vez en el año 2010. Retomamos nuestra amistad enseguida. Nos hicimos amigos de nuestras respectivas parejas y ellos se hicieron amigos a su vez. Una noche, luego de la cena y con una copita de licor de frambuesas en la mano, recordamos tiempos pasados.
— ¿Te acordás del departamento de Nuñez, donde viviste?— me preguntó Gustavo.
— Si, claro — le respondí
—¿Cuál era el nombre de la calle? — continuó
— ¡No me acuerdo! — le confesé avergonzada
— Había una placita frente al edificio
— ¿En serio?
— Me parece haber pasado por ahí la semana pasada ¿Te acordás del departamento por dentro, no?
— Si, por suerte — le dije y nos reímos — Era blanco, tenía un sillón hecho con una base de cemento. Era luminoso a pesar de ser un contrafrente. La cocina estaba integrada por una barra al living…
— Y ponías la música a todo lo que da — añadió.— ¡Loca! ¡Bajá la música, loca! ¡loca!, te gritaban los vecinos y vos seguías de lo más pancha.
— ¡No te puedo creer! ¡No sabía nada!
— Si, gritaban desde sus ventanas. Habían perdido todos los modales.
—¿Y por qué no me dijiste nada? — le pregunté intrigada.
— Porque te hacía feliz escuchar música.
Gustavo fue el único amigo que se dio cuenta que yo no era feliz. No aceptaba mi sordera progresiva, no quería usar audífono. Acoplaba mi mano detrás de la oreja para captar las palabras. El problema no eran mis amigos, era yo. Me sentía invisible, no podía participar en ninguna reunión. En las fiestas me iba sin saludar a nadie, segura que no me registraban pero estaba equivocada porque al otro día me llamaban para preguntar que había pasado. Nunca les decía porqué, escondía mi dificultad. Sufría mi silencio sola y para espantar los males ponía la música a todo volumen en un acto de rebeldía contra el destino. La música me devolvía la vida. El silencio era mi muerte, la desconfianza mi constante.
Me cruzaba con los vecinos en los pasillos del edificio, en la puerta de entrada o en la escalera. Los saludaba rápidamente y bajaba la cabeza inmediatamente después para evitar una conversación de la cuál iba a salir perdedora. Puede ser que ellos aprovechaban ese momento para quejarse de la música, me pedían que bajase el volumen, que había un bebé, un enfermo, que no podían dormir. Puede ser que tocaron varias veces mi puerta, tantas cosas pueden haber ocurrido sin saberlo yo.
Gracias Gustavo
hola Olivia, me hace tan bien leer tu blog, me imagino a mi hija en esas posibles situaciones!!! es como decis la sordera es invisible, tanto que los medicos de gemma decian que no tenia las caracteristicas de una sordera, pero bueno hoy gracias a dios estamos a la espera de sus implantes cocleares, besos
Hola Carmen, a mi me encanta cuando padres de niños sordos me dicen que les hace bien leer mi blog porque entienden mejor a sus hijos. Los médicos a veces se equivocan, por eso que no hay que quedarse con la primera palabra cuando no es satisfactoria. Me alegro que están esperando los implantes! Cuantos años tiene tu hija? Te mando un abrazo y gracias por comentar
Olivia una alegría verte nuevamente en el blog. Como siempre pintas tan bien con tus palabras las vivencias de quienes pasamos por esto de la sordera. escaparnos de los vecinos para que no nos hablen, escabullirnos de las reuniones pensando que nadie lo nota porque en esos terrenos somos perdedores. Siempre encontras las palabras justas y la forma graciosa de contarlo, eso es una tremenda virtud, no la desperdicies porque a muchos les hace bien y nos hace bien saber que no somos los únicos que usamos esas estrategias para zafar.
Que bueno tener un amigo como Gustavo, no es fácil encontrar personas como él con tanta sensibilidad y sobre todo con tanta empatía.
No dejes de escribir!
Hola Rosario! Muchas gracias por tan lindo comentario! Me dan ánimos para escribir de nuevo. Es importante compartir nuestras experiencias. Siempre me sentí tan sola con el tema, un sapo de otro pozo. Desde que conocí a otros hipoacúsicos eso cambió. Gustavo es un ser lleno de luz, un artista. Me siento privilegiada de tenerlo como amigo…. a vos también.
Acá transcribo el comentario que Gustavo escribió en el Facebook porque se completa la anécdota con su mirada:
Qué lindo relato Oli !! Y qué recuerdos !! Eran los años 80 . Siempre guardo una «alegre nostalgia» de aquellos dias . Recuerdo claramente aquellos momentos, en tu departamento, escuchando a los vecinos gritarte por encima de la música a todo volumen mientras vos, sorda a los gritos, escuchabas con una sonrisa lo que aun llegaba de musica a tu oido. Cómo podria ni pensar en quitarte esa sonrisa?! Agradezco a la vida que nos volvió a juntar, y a ese viento que nos amontonó nuevamente. Orgulloso de ser tu amigo Oli.