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Archive for the ‘Brasil’ Category

iemanjá paulo

Desde el primer día que pisé el suelo de Brasil me atribuyeron ser hija de Iemanjá, la diosa del mar en la religión afro-brasileña: Candomblé. A los dos años sólo sabía decir mamá y «agua pum». En esa misma época mi madre tuvo que pagar una multa por haberme metido en una fuente pública cuando estabamos de vacaciones en San Sebastián, España. La volví loca con el agua pum mientras ella buscaba un pileta, o la playa, no sé. En Pinamar los salvavidas me llevaban a nadar con ellos – mar adentro – cuando sólo tenía 17 años. «Sabés nadar, podés venir con nosotros si querés». Yo iba feliz. Me sentía como un pez en el agua y nadaba como tal.


Con el mar de Pernambuco fue amor a primera vista. El agua es turquesa, cálida y transparente. Se forman piscinas cuando la marea baja y aparecen los arrecifes de corales. Peces de colores nadan entre la gente, en busca de comida. Iemanjá los recupera cuando la marea vuelve a subir. Cuando los portugueses descubrieron esta tierra creían haberse topado con el paraíso. Yo tambien.


Me fui por un mes y me quedé veinte años. Iemanjá me abrazó y no pude resisitir a sus encantos. El sueño de mi vida se hizo realidad: vivir en una ciudad con mar, un mar generoso y hermoso. Un regalo sin igual.


Cuando llegué a Recife yo estaba prácticamente sorda pero no usaba audífono. Me resistía a aceptar la realidad. Vivía en mi mundo silencioso, iba a la playa todos los días y nadaba. Durante mi embarazo tambien. La gente decía que el bebé iba a nacer en el mar pero Iemanjá estaba a mi lado y siempre nos protegía.


Compré mi primer audífono pocos meses antes de mi hija nacer. Gracias a ello pude escuchar su voz. Lo que no pude fue volver a nadar. Los moldes del audífono abrieron mi canal auditivo. Cada vez que me zambullía en el agua esta se metía dentro de mi oído y tenía que esperar varias horas volver a escuchar. Sin hablar de las otitis que eso generaba. Perdí las ganas de nadar.


Así pasaron casi veinte años. Miraba el mar y me seguía emocionando con su belleza, pero de lejos. Perdí la dicha de tocar el cuerpo de Iemanjá.


Cuando me hice el implante ya no usaba el audífono y con ello me liberé del tema del molde. Recuperé la natación. Grande fue mi dicha el día que pude zambullirme de nuevo en una pileta. El implante coclear es un aparato electrónico y como tal no resiste al agua. Debo tirar el procesador para nadar. Algunas personas piensan que necesito estar conectada al sonido las 24 horas del día. Eso no es cierto. Cada vez que entro en la ducha o cuando me voy a dormir me quito el procesador. El silencio forma parte de mi realidad y lo acepto pero no es por ello que me resigno a vivir aislada. Porque el silencio aisla pero en el mar eso no me importa porque me encuentro con Iemanjá, mi madre espiritual.


Ahora estoy en Recife de vacaciones. Lo primero que hice al llegar fue ir a ver el mar. Iemanjá me sonrió porque habíamos pasado mucho tiempo separadas pero ahora nos ibamos a volver a tocar.


Estoy matando las saudades, como se dice en Brasil. Me quito el procesador y aprovecho del mar. En las piscinas naturales converso con mis amigos con la ayuda de la lectura labial mientras los peces de colores dan vueltas a nuestro alrededor. Me comunico sin problema. En el mar abierto me sumergo en los brazos de Iemanjá y nado.


En la playa no solo el agua es perjudicial para el procesador. La arena, el sol y la sal tambien lo son. Cada vez que entro al mar lo coloco en una cartuchera de plástico, con cierre, dentro de una bolsa que lo protege del calor. Cuando vuelva a Argentina lo llevaré para hacer una limpieza así no se oxida por la sal del mar. Todo cuidado es poco. Es fundamental hacer una revisión periodicamente de nuestro procesador. La parte interna adentro está, solo tenemos que cuidar nuestra cabeza y no golpearse. Mismo sin el implante es bueno no golpearse la cabeza.


El implante coclear me brindó muchas ganancias, Iemanjá agradece y yo aprovecho de sus aguas turquesas que tan feliz me hacen sentir.

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Cuando el avión aterrizó en Recife sentí una puntada en el corazón. Hacía ocho anios que no volvía. Me fui de allí de un día para el otro, por una emergencia familiar, como lo hicieron los Incas cuando abandonaron Machu Picchu al creer que llegaban los espanioles. Ellos dejaron los platos sobre las mesas con comida sin terminar. Yo la dejé a Maru mientras almorzaba. Se quedó sola con sólo 17 anios. La conocí cuando era un hermoso bebé, en brazos de su mamá, que en casa trabajó. A los doce se vino a vivir conmigo y nunca más se fue.


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En esos ocho anios lejos de Recife viví en Buenos Aires y muchas cosas pasaron. Tuve que enfrentar situaciones familiares dolorosas. Me diagnosticaron epoc y libré una ardua lucha para dejar de fumar con varias recaídas de por medio. Dejé de escuchar ese poquito que me ofrecía el audífono. El silencio se hizo constante y comprendí lo que significa la palabra angustia. El implante coclear era la única opción. Libré otra ardua lucha, de esta vez con la prepaga, para que apruebe la cirugía. En esos largos meses de burocracia conocí leyes fabulosas para los discapacitados pero que muchos esconden. Lo conocí a Germán que como un ángel me rescató de la soledad silenciosa en la que vivía. Estuvo a mi lado en la cirugía y en la activación. Hoy en día es mi companiero. Luego llegó la reeducación y la felicidad de volver a escuchar. Empecé a escribir en un blog que juntó implantados y candidatos al implante de varios países. Cumplí con el suenio de tener un taller de pintura. Lo construí con la ayuda financiera de mis tías. Me animé a dar clases y aprendí mucho con mis alumnas. Cuando ya todo parecía estar encaminado mi madre se enfermó y la acompanié hasta su final, por suerte. Y así pasaron ocho anios desde aquel día que partí de Recife, la ciudad que vió nacer y crecer a mi hija.


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Volví con Germán a mi lado, testigo de los ocho anios que viví en Buenos Aires. Si no fuese por él hubiera creído que todo ese tiempo había sido un suenio. Es como si nunca me hubiese ido de Recife, todo me resulta tan familiar a pesar de los nuevos edificios que levantaron mientras estuve fuera. Me reencontré con un pedazo de mi corazón con los amigos, el mar, la luz, el calor embriagador y sensual que hizo que el tiempo pare para decir que este es mi lugar.


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No quiero herir los sentimientos de mis amigos argentinos y mucho menos el corazón de Germán. Mi alma vive en varios lugares a la vez porque tanto el tiempo como el espacio son una ilusión cuando el sentimiento es profundo. Esta identificación que tengo con Recife también la tengo con ciertos amigos de la infancia y juventud que están en la otra punta del mundo, viviendo una vida distinta a la mía. He pasado diez anios sin ver a Laurence, amiga íntima del colegio. Nuestras vidas tomaron otros rumbos pero cuando nos volvimos a ver el tiempo desapareció y no tuvimos que explicar nada. Nuestro amor nos mantuvo juntas.


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Olinda está al lado de Recife pero no forma parte del mismo municipio. Es una ciudad de artistas tombada por la Unesco como patrimonio cultural de la humanidad. El tiempo corre lentamente por sus laderas inundadas de luz. Se vislumbran cuadros de todo tipo desde las ventanas abiertas de los caserones. Hay talleres de pintura por todos lados. Los músicos tocan en la calle y la gente se junta para bailar y hablar a los gritos con sus vasos llenos de cerveza. Los perros se pasean por entre las trompetas y tambores moviendo la cola como un ventilador de fiesteros que son. Las notas que escapan de los instrumentos se apoderan de mis nuevos electrodos y mi corazón vibra de felicidad. Los colores intensos de las fachadas de las casas se destacan en el verde de los cientos de árboles llenos de frutas tropicales, que generosamente caen a los pies de los traseuntes. Todo es simple y exuberante. Olinda desafía al capitalismo con el arte y la simplicidad, y yo me siento en casa.


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En Olinda vive mi compadre, que conocí en la calle hace 28 anios atrás, al escapar de una realidad que me agobiaba. Nos unió el amor por el arte y la libertad. Hoy en día lo buscan desde varios puntos del Nordeste brasilenio para que restaure y pinte iglesias barrocas. Hemos pasado anios sin vernos y apenas nos escribimos pero siempre que nos reencontramos el tiempo desaparece y no tenemos nada que explicar. Desde su casa estoy escribiendo ahora, entre vírgenes, angelitos, cuadros religiosos, profanos y estandartes para el carnaval.


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Lo que se destaca de esta tierra llena de bellezas y carencias es la hospitalidad de la gente. Germán y yo hemos recibido amor de todos desde que llegamos. Miles de abrazos me inyectaron de vida, esa vida que sólo Recife y Olinda pueden brindar. No hay pudor para el amor y no hay verguenza para la alegría.

Gracias a todos mis amigos pernambucanos por recibirme con los brazos abiertos. Los amo


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Toda menina baiana

Bahianas

Óleo sobre bastidor

80 por 80 centímetros


Bahianas


Bahia… donde empezó la historia de Brasil…


Toda chica bahiana tiene
Encantos que Dios da.
Toda chica bahiana tiene
Un estilo que Dios da.
Toda chica bahiana tiene
Defectos que también Dios da.


Qué Dios dió, Qué Dios da


Qué a Dios le gustó dar
en primacía
Para el bien, para el mal.
Primera mano en Bahía,
Primera misa,
Primer indio abatido también.
Qué Dios dió


Qué a Dios le gustó dar.
Toda magia
Para el bien, para el mal.
Primer piso de Bahía,
Primer carnaval,
Primer pelourinho también


Qué Dios dió

A, a, a, Qué Dios dió


Pelourinho: Lugar donde se torturaban a los esclavos.

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Paulo


Necesito escribir porque no soporto más ver la misma entrada desde hace tanto tiempo. Le quiero cambiar la cara al blog pero tengo un problema: a veces me falta la inspiración para poner en palabras todos los recuerdos y pensamientos que invaden mi mente sin cesar. Y también está la pintura. Hace más de un mes que estoy por terminar un cuadro. Los últimos detalles se hacen interminables por la falta de tiempo. Tiempo, ese gran villano que se me escapa por entre los dedos como si fuese arena de un reloj roto. No sé que pasó, no sé si es la vida de Buenos Aires, el implante, la vejez que se acerca, las ganas de hacer de todo a la vez, pero la cuestión que los días se van y yo apenas hago lo urgente y nunca tengo tiempo para lo importante, como bien dijo nuestro genio Quino, a través de la boca de Mafalda.


Antes yo vivía en Recife, una ciudad grande y pequeña a la vez. Grande por la cantidad de habitantes y pequeña por ser una capital de provincia. Se destaca por su puerto. Está situada en la región del Nordeste de Brasil, la más pobre de ese país debido al enorme desierto que la asola en su interior: El Sertão. Recife es una ciudad de mentalidad provinciana invadida por extranjeros de todos lados por el movimiento portuario y los turistas que la hacen internacional. Tiene los defectos de un pueblo y de una ciudad a la vez. Lo del pueblo lo digo por la falta de intimidad. Lo de la ciudad por la violencia extrema que se vive diariamente por causa de la miseria, con asaltos y asesinatos. Estos defectos no le quitan su irresistible encanto. Recife está rodeada de playas paradisíacas, con un sol que irradia alegría hasta en el más siniestro rincón de la ciudad. Un calor perezoso y sensual te sumerge en otro tiempo, lento e infinito, al estilo Macondo, del libro «Cien años de soledad» de Gabriel García Marquez. Recife es el realismo mágico latinoamericano en vivo y en directo, o mejor dicho es surreal, donde lo absurdo es lógico y la lógica no tiene goyete, entre cocoteros que hipnotizan con su belleza y amenazan con tirar un coco y romperte la cabeza de la manera más absurda, o mejor dicho lógica; propia del surrealismo tropical que la invade.


Lo mejor de Recife es la gente. La hospitalidad es su mayor cualidad. Yo llegué a esa ciudad con una mochila y algunas artesanías hechas por mi, a cuestas. La poca plata que tenía me la robaron en una feria. Me quedé sin nada, en una ciudad desconocida y tan distinta a todo lo que había conocido antes. Paulo – el padrino de mi hija – me rescató. Lo conocí en la calle y me llevó a la casa de sus padres así nomás. La casa se situaba en un morro, en el suburbio de la ciudad. Era un barrio tan pobre que se le podría decir favela. El segundo colectivo que tomamos nos dejó en el centro y de ahí seguimos a pie. Cuando empezamos a subir la ladera la calle se transformó en un sendero y nos llevó en zig-zag por entre casas hasta la de sus padres, construída por el mismo papá, que era albañil, por cierto. Era una casa simple y hermosa, parecía una casa de muñecas, llena de plantas y flores que su papá cuidaba con mucho amor. Desde allí se podía ver todo Recife. La vista era bella. Su mamá se la pasaba en la máquina de coser y sus hijos ayudaban con las tareas domésticas. Todo brillaba a pesar de que no hubiese agua corriente. A la mañana algún hijo iba a buscar agua en el pozo común, que se situaba a unos treinta metros de la casa, cuesta abajo. Después de varias subidas y bajadas se llenaban las dos grandes vasijas, que sumistraban agua durante todo el día en la casa, situados en la cocina y en el baño. Se lavaba la vajilla con una palangana al igual que la ropa. La ducha era un balde y una jarra pequeña. Lo que más me llamaba la atención era la limpieza de la casa. Todo estaba impecable y las plantas rozagantes. «A partir de hoy ella va a comer todos los días acá con nosotros», dijo mi compadre a su familia y ellos aceptaron sin siquiera preguntar quién era yo. Allí estuve dos meses. No quería ser una carga así que tomé la limpieza de la ropa a mi cargo. Todas las tardes la lavaba en una palangana, sobre una mesa situada en el patio de entrada, rodeado de plantas tropicales; y yo me sentía feliz.


En la pobreza yo conocí la hospitalidad. En mis cuatro años de mochilera siempre la recibí de personas humildes. En Buenos Aires fui criada en un sector social muy burgués. Me enseñaron que tenía que respetar el egoísmo y la individualidad ante todo. Era de mala educación aparecer en la casa de mis familiares sin antes llamar y pedir permiso. Ni hablar de aparecer a la hora de comer. En Recife mis vecinos batían palmas en mi ventana – porque no tenía timbre – para pedirme un poco de azúcar, harina, limón o lo que sea. Mis amigos batían palmas porque pasaban por ahí y me querían saludar y charlar. Yo hacía lo mismo, claro está. No hay respeto por la intimidad, pero hay un respesto solemne por la hospitalidad tanto en Recife como en cualquier lugar del Nordeste. Es por eso que nunca me sentí sola allá a pesar de estar muy lejos de mis dos países y familia.


Esta sociedad en la que vivimos promueve un tipo de vida que pone por encima las comodidades materiales a los sentimientos humanos de altruismo y solidaridad. En Francia es peor que en Argentina, por ser un país más rico. Allá se puede vivir sin la necesidad de dirigirle la palabra a otro ser humano durante años y años. Es por eso que no pude vivir en Paris, porque me sentía sola a pesar de tener una hermosa familia allí, acostumbrados a otro tipo de vida. Lo que me enamoró de Recife fue ese contacto humano que de tan intenso a veces me exasperaba. Es un toqueteo constante, una promiscuidad escandalosa y un desacato a la intimidad, pero cuando sentís el olor del feijão en el fuego y el pescado con leche de coco en la mesa les agradecés a Dios, los espíritus, Iemanjá y a todos los Orixás juntos por esta vida tan bella, junto al mar, en un tiempo perdido, fuera de ese otro mundo, que está del otro lado, donde la gente es rica pero infeliz.


No sé si fue por causa del tiempo perdido o por el olor a feijão. Puede ser que fue porque allá no me daba cuenta de que era sorda con tanto toqueteo y gestos exagerados que la gente usa al hablar. O sino fue el mar lo que me hipnotizó. O la canción de Vinicius y Toquinho; Tarde en Itapõa. O fue beber un agua de coco, una cachaça, admirar el encuentro del cielo y el mar cuando la tierra se puso a rodar. No sé cómo fue, pero pasé veinte años de mi vida en esa tierra que me adoptó como suya el día que Iemanjá me tomó en sus brazos y dijo: «Este es tu mar, nunca me olvides»


Paulo apareció en mi vida como un ángel. Yo lo había perdido todo y estaba sola a cinco mil quilómetros de mi casa. Todavía no sabía que ese hombre era un artista. Hoy en día restaura todas las iglesias barrocas del Nordeste. Todavía no sabía que Paulo iba a ser mi compadre, un hermano, esa persona que uno elige para formar parte de tu familia ideal.


Obrigada Paulo, te amo por sempre.


Un viejo traje de baño,
un día para vagar,
un mar que no tiene tamaño
y un arcoiris en el aire.

Después, la Plaza Caymmi,
sentir pereza en el cuerpo
y en una estera de mimbre
beber una agua de coco, es bueno.

Pasar una tarde en Itapuã,
y al sol que arde en Itapuã,
oyendo el mar de Itapuã,
Hablar de amor en Itapuã.

Encuanto el mar inaugura,
un verde nuevito en hoja,
argumentar con dulzura,
con una cachaça de rolha
y con la mirada olvidada
en el encuentro del cielo y mar,
bien despacio sentir
toda la tierra rodar, es bueno.

Pasar una tarde en Itapuã…
Después sentir la piel de gallina
del viento que trae la noche,
y lo que dice y dice
de lo que brota de los cocoteros.
Y en los espacios serenos,
sin ayer ni mañana,
dormir en los brazos morenos
de la luna de Itapuã, es bueno.

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Me fui de Recife de un minuto para el otro. Al igual que los incas en Machu Picchu, que cuando partieron dejaron los platos y la comida en la mesa. Habían recibido una mala noticia: los españoles estaban en camino, pero nunca llegaron y la selva se comió la ciudad deshabitada. Yo también tuve una mala noticia y necesitaba de la ayuda de mi familia, que está en Buenos Aires.


Marulinha se quedó sola en casa con sus 17 años de edad. Nunca pensé que el destino nos iba a unir de esa manera. Cuando conocí a su mamá ella todavía no había nacido. Su mamá -Zefinha- se vino a trabajar a mi casa pero sólo duró quince días. Era jóven y alocada. Cuando volvió a pedirme trabajo otra vez ya tenía tres hijos con ella. Marulinha vivió en mi casa durante ocho meses. Era una morenita hermosa de tres años con facciones finas, ojos achinados, nariz pequeña, boca carnosa y piel de color canela, lisa y brillante, cómo si fuese de terciopelo. Llevaba dos colitas enlazadas en un moño rosa para intentar domar su pelo lleno de rizos en forma de tirabuzón. Se pegaba siempre a mi, cómo si supiese que era yo quién le iba a cambiar el destino de su vida. Un día Zefinha se casó y Marulinha se fue de casa pero nunca dejé de verlos. Con el tiempo se creó un lazo afectivo entre nosotros. A los doce años Marulinha vino a vivir a casa nuevamente, pero de esta vez sola. Iba a ser una convivencia temporaria porque su mamá se tenía que operar. La cuestión que Zefinha nunca se operó y Marulinha nunca más partió. Empezó a ir al colegio, aprendió a nadar y practicó karate hasta llegar a ser cinturón marrón. Mi hija – Agatha – compartió su cuarto con ella y la presentó a sus amigos cómo si fuese su hermana.


Cuando nos vinimos a Buenos Aires con Agatha le dejé a Marulinha mi tarjeta de banco con la cúal tendría acceso a mi pensión de discapacitada, que recibía del consulado francés todos los meses. Con eso ella vivió y pagó las cuentas mientras yo no estaba. Le daba las instrucciones de cómo manejar la casa por chat. La internet nos mantuvo comunicadas mientras estuvo sola. Es así que conseguimos vender juntas la casa, el coche y los muebles, con la computadora de por medio. Maru lloró el día que entregó el coche. Le traía muchos recuerdos y alegrías; nos llevó a tantos lugares inolvidables. Recife se encuentra en una región tropical, con playas paradisíacas. Las recorrimos todas desde, Maceió hasta Pipa, con nuestro Corsita una y otra vez.


Nueve meses después volví a Recife para buscar a Marulinha, cerrar la puerta y apagar la luz. Mi familia no entendía. «¿Para que te venís con una niña que no es tu hija, vos que no tenés un mango, ni trabajo y sos sorda?» Ellos no conocían el lazo afectivo que se había formado entre nosotras. No podía cerrar la puerta y dejarla sola. Era demasiado doloroso para todas. Le advertí que en Argentina la vida era muy distinta y que podría sufrir por ello. A ella no le importó, se quería venir conmigo a toda costa. Zefinha es una mujer muy pobre y la vida no la ayudó. Dejó partir a su hija por amor, porque sabía que en Argentina podría tener la oportunidad que Recife no le daría nunca. Y así fue, hoy en día Marulinha es una mujer hecha y derecha, una morena hermosa llena de talentos. En el aeropuerto le prometí a su madre, mientras lloraba en mis brazos, que iba a hacer de su hija una princesa. Zefinha lloraba no sólo por la partida de Marulinha, como también por la mía. Nos habíamos transformado en una familia inventada. Le dije que volvería a verla en un año. Marulinha y Agatha volvieron pero yo no. La vida me dió mil vueltas, como si fuese un monigote de trapo y sin querer queriendo pasaron seis años desde aquella tarde llorosa en el aeropuerto de Recife.


En Argentina poco a poco me asenté. Dejé de oir con el audífono, hice el implante, conocí a Germán, construí un taller y empecé a dar clases de pintura. A pesar de los problemas que tengo estoy feliz en Buenos Aires. También fui feliz en Brasil. Creo que la felicidad no sólo pasa por el lugar, es un estado interno. De todos modos extraño Brasil. En ese país nació mi hija, ella es brasileña y una parte de mi corazón también lo es.


Tengo documento y radicación brasileña pero la pierdo automáticamente si estoy fuera del país más de dos años. Mi naturaleza nómade no lo puede comprender. Brasil es mi país por adopción sin importar el tiempo que esté fuera. Soy de varios lugares a la vez: francesa, argentina y brasileña. Si tuviese dinero iría de acá para allá todos los años. Mientras tanto espero y trabajo para que mi situación financiera cambie y volver a las andanzas cómo en los viejos tiempos. El sueño de mi vida es vivir mitad del año en Argentina y la otra mitad en Brasil, con algunas escapadas a Francia. Los imposibles para mi no existen y tengo mucha paciencia. Siempre dijeron que mi sordera no tenía solución pero escucho. Ese ha sido el mayor milagro de mi vida, el resto son regalos. Lo que no se debe perder nunca es la esperanza. No nos olvidemos que la vida es lo que sucede mientras planeamos otras cosas.



Ayer crucé la frontera por tercera vez desde que me fui de Recife. Germán me acompañó. No pudimos ir a Recife cómo lo habíamos planeado porque mi madre se enfermó. Tenía pocos días para hacer el viaje. Nos sentamos frente al mapa y buscamos el camino más corto hacia la frontera: Buenos Aires – Concordia – Salto – Bella Unión – Barra do Quaraí y vuelta. En Concordia atravesamos el puente internacional Salto Grande que nos llevó a Uruguay. De ahí tomamos la ruta 3, hasta la frontera con Brasil. Recorrimos 160kms en una ruta vacía. Uruguay es un pequeño país de 3 millones de habitantes y los turistas sólo se los ve en las playas. Mi sangre aventurera se despierta cuando me encuentro en un lugar así. La naturaleza se impone vírgen y auténtica. El turismo destruye todo lugar por donde pasa y los nativos se contaminan con la basura que arrastramos con nosotros desde la ciudad.



Y nos fuimos nuevamente al puente internacional Uruguaiana – Pasos de los Libres, tal cómo lo habíamos hecho dos años atrás. Les conté nuevamente a la policía brasileña misma historia. En pocos minutos tenía el sello en mi pasaporte. Yo quería volver por el mismo camino que habíamos tomado a la ida pero Germán no. Era lógico, ya estábamos en Argentina: ¿para qué volver a Uruguay nuevamente? Lo que pasa que la ruta 14, que va de Paso de los Libres a Concorida es un infierno por donde transitan miles de camiones enfurecidos por llegar a su destino y cansados por tantos kms recorridos y por recorrer. La lluvia nos agarró en el camino. El cielo se cayó en pedazos. Eran baldazos de agua ininterrumpidos. No pude ver más el camino pero tampoco podía parar. Por suerte duró poco pero por un momento pensé que no lo iba a lograr. Germán me dejó manejar los 220 kms sola. Ya se dio cuenta lo mucho que lo disfruto. En la ruta mi padre se apodera de mi cuerpo y se divierte con cada curva, camión, cambio y rebaje. Cuando la noche cayó llegamos a Concordia cansados pero felices. Habíamos tenido un día lleno de aventuras y habíamos estado en Brasil, donde mi alma transpira de emoción por los poros de mi cuerpo. Descansamos dos días en Concordia y volvimos a Buenos Aires renovados.



Ahora tengo dos años más. ¿Qué será de mi vida hasta el 2014? ¿Podré realizar mi sueño y volver a Recife? Mientras tanto viviré cada día feliz en Buenos Aires con Germán, mis hijas, el implante, el taller, mi madre y mis amigos.


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Iemanjá

Mi amor por Brasil fue un amor a primera vista, o mejor dicho, oído. La música de Vinicius de Moraes me cautivó cuando sólo tenía once años. Mi padre la escuchaba frecuentemente y yo la disfrutaba con él. Las voces de Vinicius, Maria Creuza y Bethania emanaban una sensualidad desbordante. La guitarra de Toquinho me transportaba a una tierra lejana y exuberante. No podía morir sin conocer ese país.


A los 19 años hice mi primer viaje a Brasil, con mi novio. Recorrimos 4000kms de omnibus, hasta Bahía. Habíamos oído hablar de una aldea, cerca de un pueblo de pescadores, en Arembepe, a 50kms de Salvador. No conocíamos nada, ni nadie, mucho menos el idioma. Sólo llevabamos con nosotros una mochila, algunos pesos y mucha sed de aventura. La aldea estaba en el medio de una playa desierta. Kilometros de dunas plagadas de cocoteros separaban la playa del continente. La aldea estaba del otro lado de las dunas, sobre un río de agua dulce. No había electricidad, gas, agua corriente, ni calles. Los nativos pescaban. También tenían algunas gallinas. Confeccionaban canastas de mimbre que vendían en Arembepe para comprar arroz y feijão. El cocotero es el mejor amigo de los nativos y vivían rodeados de ellos. Este árbol les da sustento. Construyen sus casas, utensilios de cocina, carbón, agua, leche y aceite con su madera, hojas y frutos.



Nos instalamos encima de una duna cerca de la aldea. Allí nos construimos un refugio. Encontramos un tronco de cocotero de forma peculiar. No había tenido espacio para levantarse cómo los otros. Se contorneó entre sus hermanos en un ángulo de 45 grados para luego subir. Habíamos encontrado la estructura de nuestra carpa artesanal. La rodeamos de hojas, montones de hojas en todas las direcciones para formar una trama gruesa y compacta. La revestimos con una última capa de hojas horizontales para que el agua corriese hacia abajo en caso de lluvia. Y funcionó. Cuando llovió nuestra carpa no se mojó.



Vivimos dos meses así. Nuestra cocina eran tres piedras que protegían al fuego del viento. Encima colocabamos nuestra única olla, con la cúal preparabamos deliciosos pescados recién salidos del mar. El río era nuestro baño y lavarropas . Nos sumergíamos en el agua mientras esperabamos la ropa secar sobre algunos arbustos al sol. Poco a poco hicimos contacto con los nativos que nos venían a visitar, curiosos al ver dos jóvenes ingenuos y extranjeros solos en aquella playa desierta. Hicimos amistad con el «artista» del lugar. Nos contó que era el estilista de Caetano Veloso. No sé si era verdad, pero era un hombre extravante. Se paseaba con ropas de colores brillantes, plumas y colgantes. Una noche hizo una gran fogata frente a nuestra carpa y me dijo: «Você é filha de Iemanjá» (sos hija de Iemanjá) y así supe que era la diosa del mar en la religión afro-brasileña del Candomblé.




Iemanjá me acompañó en todo el viaje. Pocos días después de aquella revelación encontré en la calle del pueblo una medalla de plástico. Al levantarla vi de un lado su imagen y del otro la de mi signo de escorpión. Me llamó la atención y la guardé. Desde aquel entonces todas las mañanas los nativos nos dejaron de regalo frutas en la puerta de nuestra carpa hasta el día de nuestra partida.



En el ómnibus de vuelta conocimos un argentino. Eran veinte horas de viaje hasta Río de Janeiro así que tuvimos tiempo de charlar. Se acercaba el carnaval y nosotros estabamos aterrados. Nos habían dicho tantas cosas sobre esa fiesta masiva y monumental. «La gente se emborracha y pierde el control. Mueren muchas personas durante esos cuatro días. Hay multiples peleas y violaciones. ¡Es la fiesta del diablo!» Queríamos volver a casa -como dos pichones- pero cuando llegamos a Rio no habían más pasajes para Buenos Aires. ¡Todos los ómnibus estaban llenos! No se preocupen nos dijo nuestro colega argentino, le voy a pedir a mi novia que les dé hospedaje. Pero su novia no estaba de acuerdo. Era una mujer de unos cuarenta años llenos de ardor. Quería a su jóven argentino sólo para ella. No nos quedaba plata y tuvimos que buscar un hotel barato en un barrio pobre. Teníamos miedo, todo era tan intenso en esa ciudad y nosotros eramos tan ingenuos. El argentino se apiadó de nosotros y nos llevó a comer en la casa de la novia a pesar de ella. Habían muchos collares de mostazillas colgados en el respaldo de la cama. Cada uno tenía un color distinto, todos muy vibrantes. Me impactó el azul y exclamé: «¡Qué lindo collar!» Fue la palabra mágica, en ese momento la mujer se me tiró en los brazos y me dijo emocionada: ¡Sos hija de Iemanjá! A partir de ese momento su actitud cambió. Nos invitó a comer a su casa durante la semana que estuvimos en esa ciudad. Después supe que esos collares se utilizaban en las ceremonias de la religión afrobrasileña, el Candomblé. Me había justamente gustado el de Iemanjá.


Seis años después volví a Brasil sola. Recorrí 5000kms, hasta llegar a Recife donde viví durante veinte años. Iemanjá siempre me acompañó. Cada vez que conocía a alguna persona devota del Candomblé exclamaba sin dudar: ¡Vocé é filha de Iemanjá!. Qué quieren que les diga, me convencieron y me enamoré de ella.


Iemanjá es una diosa muy querida por la gente. Brasil tiene más de 8000kms de playas. El mar les da sustento y placer. La religión afro-brasileña tiene una historia de resistencia. En la época de los portugueses los esclavos no podían practicar su religión bajo pena de torturas y muerte. Eso no les impidió seguir adorando a sus dioses, pero se las ingeniaron para hacerlo de tal manera que no sean descubiertos. Escondieron cada dios africano detrás de un santo católico. Iemanjá estaba con la virgen Nuestra Señora de la Concepción y se la adora en la misma fecha que esta última. Es por eso que sus colores son el celeste y el blanco, al igual que la virgen, sólo que ella es sensual. La ceremonia es muy bella. Sus devotos -una multitud- van a la playa vestidos de blanco con ofrendas. Son miles de flores blancas flotando en las aguas del mar.



Los portugueses esclavizaron a los africanos pero estos últimos colonizaron culturalmente a los portugueses. Las niñeras esclavas les enseñaban a los niños blancos sus creencias en formas de cantos y cuentos. Hoy en día todos los católicos de Brasil tienen sus santos junto a los africanos. Es sorprendente, tan sorprendente cómo que la comida típica de Brasil sea la feijoada. Esa era la comida de los esclavos. La feijoada se prepara con varios tipos de carnes diferentes, mezclados con el poroto negro de nombre feijão. Esa mezcla de carnes en otras épocas eran las sobras que les dejaban los portugueses a sus esclavos para comer.


Y finalmente hice un cuadro de mi protectora. Este es mi homenaje a ella, a la diosa de Iemanjá y a su maravilloso pueblo.




Edito: En esta entrada no he contado nada de mi discapacidad y justamente hablo de la música. ¿Habré desconcertado a más de uno? Aclaro: Con mis once años, cuando escuchabamos a Vinicius, yo sólo oía con un oído y mi padre con un audífono. Este último ponía la música a todo volumen y mi madre se esncondía aturdida en su cuarto 🙂 Lindos momentos.

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Todos dicen que me rompí el pie por algo, que es un signo, un mensaje y un golpe para cortar el ritmo y dedicar mi tiempo a pensar y poner al dia lo que dejé pendiente. La verdad que desde la cama no puedo hacer muchas cosas que le digamos, sólo leer, escribir o estar conectada a la internet. Y eso es lo que estoy haciendo desde entonces: navego por la internet y me acuerdo de la canción de Caetano Veloso que dice, «Navegar é preciso, viver nao é preciso». Navego como un barco a la deriva por los blogs, facebook, messenger, google, correos y demás. El tiempo se me escapa por las teclas y cuando me quiero dar cuenta ya es de noche. Sólo me levanto para ir al baño, una verdadera odisea.

Desde que me hice el implante coclear busqué y conocí gente con deficiencia auditiva a través de la internet. Desccubrí un nuevo mundo. Antes del implante al único sordo que conocía era mi padre que se comportaba como si fuese oyente. Nadie lo entendía, ni yo. Siempre viví con oyentes y me comporté como tal. Me faltaba algo que suplia con audífonos porque no hay cura para la otoesclerosis. Audífonos que fui cambiando a medida que mi audición disminuía. Pasé veinte años oyendo con audífonos y hace seis años que hice mis certificados de discapacidad: uno argentino y otro francés. En ese entonces vivía en Brasil y no tenía la menor intención de hacer un implante coclear aunque siempre estuviese presente en mí el fantasma del «hasta cuando, ¿hasta cuando conseguirè oir con los audífonos?». Ahora tengo el implante y mi vida dió un giro.

En estos días de reflexión obligatoria leí un post muy interesante en el blog de Lak: Desculpe, nao ouví!,  una chica implantada desde hace poco pero hipoacúsica desde hace mucho. Su blog es una joyita pero está escrito en portugués ya que es brasileña. Tiene alegría, creatividad (es publicitaria), información y humor. En ese post nos muestra – y la transcribo – una publicidad para una productora de sonido con el slogan: toda imagen tiene un sonido.

Las imagenes fueron creadas por DM9DDB, para la  productora de sonido  SaxsoFunny.

Es excelente, se oye con las imagenes, como me pasa a mí cuando estoy en el silencio. Al ser post-locutiva tengo un cerebro de oyente, que siempre busca el sonido. Es por eso que entiendo parcialmente la lectura labial, es como si hubiese aprendido un idioma nuevo  de adulta: nunca será perfecto. Siempre que leo los labios le invento una voz a mi interlocutor y si ya lo conozc le pongo la que ya tiene. En el año y medio que estuve en el silencio total (sin poder usar protesis) entré en una película muda que mi mente doblaba simultáneamente. A todo le ponía sonido, a los coches, gritos, perros, canilla y etc y etc.Escuchaba a través de las imagenes como lo explica Lak. Es por eso que es más rápido aprender a oir con un implante al ser post-locutivo, la memoria auditiva hace mucho.

Como muchos de ustedes no leen portugues transcribo algunas palabras de Lak aquí:

 «Al contrario de lo que se piensa mi cabeza no es un silencio constante. Está claro  que sin las prótesis no oigo casi nada, pero mentalmente imagino un sonido para casi todo lo que tiene sonido, con apenas mirarlo. Es por eso que el implante coclear me dejó tan maravillada. Oigo de nuevo  auditivamente los sonidos que  imaginaba y muchas veces se asemejan mucho. Eso sucede porque, a pesar de haberme quedado sorda relativamente chica, tuve tiempo de sobra para formar una identidad mental auditiva».

 

Obrigada Lak querida por ter me deixado subir esta entrada, assim vc permitiu ao povo que fala espanhol disfruta-la. Beijinhos 🙂

Al recordar la frase de Caetano «Navegar é preciso, viver nao é preciso»  le puse el sonido de la canción en mi mente, la busqué en el youtube y la subí.  Espero que la disfruten

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Como ya conté en otra entrada desde que tengo un implante el mp3 empezó a formar parte de mi vida, despues de 15 largos años de incomunicación musical. A partir del año 1995 los audífonos que usaba eran tan potentes y les ponía tanto volumen que distorcionaban y perdían definición. La música se volvió un ruído irritante e incomprensible para mi cerebro (a pesar de tanto volumen yo escuchaba muy poco y los ruídos de fondo eran desagradables). La tuve que descartar de mi vida. En ese entonces yo era una obrera del arte y pintaba todos los días. La pintura es un oficio solitario y se requiere de mucha concentración. Pasaba largas horas sola y la música era mi compañera incondicional… y el cigarro tambien ( un compañero falso y mortal, ya sé, pero no cambiemos de tema jejeje). Yo pintaba todo el tiempo escuchando música y esa perdida fue la que más me dolió en el viaje que emprendí hacia el silencio profundo. Pero todos tenemos una memoria auditiva y el cerebro sigue escuchando desde ella. Yo sueño escuchando por ejemplo y tambien recuerdo nítidamente todas las músicas oídas en el pasado. Nuestro cerebro es sorprendente. Esta memoria me ayuda en el proceso de reeducación que estoy viviendo ahora.

 

Con todo esto el mp3 es fundamental para que yo adelante en mi reaprendizaje auditivo. Todos los dias lo conecto y una alegría interior se despierta inmediatamente cuando siento las notas invadir mi cerebro. Es una sensación maravillosa que no sé como describir. Me sorprende ver como algo tan banal para la gente normal es motivo de tanta alegría para mí. Los problemas pierden importancia con el simple hecho de recordar de que ahora estoy oyendo. Todavía sigo disfrutando de este sentimiento de gracia.

 

Mi hija me grabó algunas músicas en este nuevo y minúsculo mp3 que tengo.  Son pocas músicas que escucho una y otra vez pero ese ejercicio de repetición va afinando mi nuevo oído biónico. Por ahora sólo me interesa conocerlo a Chico Science porque cuando se hizo famoso yo ya no escuchaba más la música, sólo un ritmo contagiante a través del cuerpo y de la energía de la gente. Lo estoy escuchando por primera vez y me encanta. Es un mix de música nordestina con otros ritmos modernos. La música nordestina tiene mucha percusión y los electrodos vibran con todo su esplendor. Lo escucho una y otra vez, sin parar, transportando mi corazón a una cultura que adopté desde hace mucho tiempo. Extraño Brasil, extraño Recife, mis amigos, el mar turquesa, el agua de coco, el sol, el calor, Olinda y sus artistas, el «tudo bem», la alegría, lo mestizo. Extraño 20 años de mi vida y por momentos siento mi alma llorar. Hace tres años que no voy para allá, es muy lejos de Argentina y por ahora no tengo dinero. El tiempo va pasando y la nostalgia empieza a golpear mi pecho. Además yo dejé esa mi vida de un dia para el otro por motivos puramente familiares y es así que una vez más quemé las naves y empecé todo de vuelta.

 

Como Chico Science murió prematuramente sólo le encontré un video y ya lo subí en la otra entrada. De todos modos hay que conocer la cultura nordestina para apreciarlo. Hoy quiero escuchar una música brasileña con ustedes y busqué estas canciones (viejas como yo) que trasmite el amor que siento pelo meu querido Brasil.

 

Desde que tengo el implante me siento anclada en Buenos Aires ya que acá está mi médico y su equipo, la reeducación, las calibraciones,los accesorios de mi aparato y las leyes que me amparan. Mi corazón está dividido en mil pedazos y eso no deja de ser una riqueza ya que de tantas saudades uno aprende a vivir en el desapego, donde se encuentra el verdadero amor… Eu sei que vou te amar….Brasil…por toda minha vida.

 

 

 

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