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Archive for noviembre 2011

Casamiento en Sénégal


El bicho de los viajes me picó en Sénégal. Conocer aquel país rompió con mis frágiles estructuras de una niña de once años. Ese país era distinto a todo lo que había conocido. El mundo era enorme y Buenos Aires un poroto frente a tal diferencia. Descubrí que mi cultura no era la única y mucho menos exclusiva, sólo era una entre miles, todas con el mismo derecho de existir.


Mi familia se reunió en Dakar para el casamiento de mi tía con el famoso actor argentino de la época, Norman Briski. Este último estaba en el auge de su carrera. Había actúado en «La fiaca» y «la guita», dos péliculas que hicieron furor en aquel entonces. En las calles de Buenos Aires lo paraban a cada rato para pedirle un autógrafo. En Sénégal nadie lo conocía.



Fue un casamiento relámpago. Mi madre era amiga del director de «La fiaca» y «La guita» -Hector Olivera- que le pidió un favor. Norman viajaba a Paris y no conocía a nadie, le preguntó si le podía presentar algún familiar de ella para que le haga conocer la ciudad. Su hermana menor -Marie-Pascal- era jóven, libre y bella. Cuando le abrió la puerta a Norman tuvieron un flechazo. A los quince días decidieron casarse. Mi abuelo, el general, vivía en Sénégal en aquel momento. Era el único productor nacional de carne vacuna del país. No era un general cualquiera, fue uno de los fundadores de la Resistencia durante la segunda guerra mundial. Escapó de la Gestapo de una manera espectacular. Recibió la legión de honor, cruz de guerra con palmas, compañero de la liberación y medalla de la resistencia con roseta. Era un aventurero e inventor. Creo que se aburría en la pacífica Francia y fue por eso que se fue a vivir a África. Convivía en su propiedad con varias tribus y mantenía buenas relaciones con todas. Cada una de ellas construyó una cabaña alrededor de la casa de mi abuelo, como regalo de casamiento. En una semana las tenían listas.



Miraba con admiración a mi excéntrico abuelo cuando se paseaba entre las vacas con un turbante en la cabeza. Lo acompañaba a todos lados. Recuerdo el día que fuimos a visitar, por el nacimiento de uno de sus hijos, al jefe de una tribu, un negro robusto e imponente, vestido con una larga túnica y un sombrero de colores. Dentro de una cabaña varias mujeres estaban recostadas alrededor del bebé recién nacido y yo me uní a ellas mientras los dos patriarcas conversaban animadamente. Mi abuelo hablaba en bolof, la lengua de los senegaleses ya que el francés sólo era una lengua impuesta por los colonizadores. Un niño de la tribu se «enamoró» de mi. Venía todos los días a visitarme con un coco que rompía delante mío con una piedra. Él me enseñaba a hablar en bolof mientras yo saboreaba apasionadamente el delicioso y exótico coco que me había traído. No sé si esa fue mi primera experiencia de comunicación con una persona con la cual no hablaba el mismo idioma que yo y viceversa. Lo que sí, fue una experiencia inolvidable, que me marcó de por vida.



Un día me invitó a su tribu. Nos fuimos los dos caminando descalzos por la arena. Todos me recibieron con los brazos abiertos. Nadie hablaba francés. Me sentaron junto a una fuente enorme llena de comida. Varias personas comían de ella con las manos. No sabía qué era; se parecía a una papilla, de color crema. Con las manos amasaban un bollo para luego llevárselo a la boca. Tenía un gusto completamente diferente a todo lo que había comido en mi corta vida, y no me gustó. Me daban arcadas cada vez que me llevaba un bollo a la boca pero sabía, no sé cómo, pero sabía que si no lo comía iba a ofender a mi amigo y a su pueblo. Fue un momento difícil de tragar pero estaba tan deslumbrada con todo lo que vivía que no me importaba. Me lo comí todo, mientras disimulaba el desagrado con una sonrisa.



Vino gente de todos lados para el casamiento. La casa de mi abuelo fue el punto de encuentro de mi familia diseminada entre Francia, África y Argentina. La fiesta fue espectacular, sobre todo la que hicieron las tribus con luchas, bailes con fuego y música al son del tam tam.



Durante ese mes no sólo conocí el campo de mi abuelo cómo también la ciudad de Dakar. Fuimos a la isla de Gorée, detenida en el tiempo. No habían coches, ni electricidad. Un fuerte, que sirvió de prisión, se imponía frente al mar. Desde allí embarcaban a los esclavos rumbo a América. Las celdas eran tan pequeñas que no se podía permanecer en pie. Sentí vergüenza y dolor, y el sufrimiento acumulado de las personas presas, transpirar por las paredes oscuras.



Lo que me encantó de Sénégal fueron los colores. La gente se viste con ropas hechas con telas estampadas artesanalmente. Todas ellas, bellísimas. Las combinaciones de dibujos y colores, sublimes, contrastan con el color de la piel senegalés, que de tan negra parece azul. Los dientes relucían cómo en la mejor publicidad de dentrífico occidental. Las piragüas con las que iban a pescar también estaban dibujadas y pintadas. Se respiraba arte en la vida cotidiana del pueblo por todos lados.



Muchas veces mi madre -al intentar entender porque me había ido a vivir a Recife- decía que me había buscado mi propio Sénégal allí. Algo de verdad debe haber ya que entre los dos países hay muchas similitudes. Tienen el mismo clima, con playas repletas de cocoteros, arena blanca y mar turquesa. No existen las estaciones, sólo la época de lluvia y la época seca. La cultura africana se impone en la vida de los pernambucanos en las comidas, música, bailes y, porque no, alegría. En Recife uní Sénégal y Sudamérica en un mismo lugar. Allí me sentí en casa durante veinte años, en una tierra que fue mía por adopción. Sólo la abandoné por motivos familiares, pero siempre está en mi corazón, mi pequeña Africa, mi oasis interno: Recife.


Aclaraciones:

La nota de la revista es muy mala y mentirosa.

«Dueño de inmensas tierras en la ex-colonia francesa». No era dueño de inmensas tierras y la palabra ex-colonia está demás. Es un país que se llama Sénégal.

«Negros, besos y mucho ritmo» Hoy en día los procesaban con esta frase racista.

Tengo fotos mucho más interesantes que estas, a decir verdad maravillosas pero están en diapositivas y espero un día pasarlas en papel y escanearlas. No es algo fácil de hacer en Buenos Aires… es una pena.

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El implante de Loli

Hola compañeros biónicos, ayer me escribió una amiga de la infancia para pedirme un favor. Ella es amiga de la madre de Loli -hipoacúsica profunda desde su nacimiento- que se decidió a hacer el implante después de muchos años de miedos y dudas. Loli ya estuvo leyendo el blog y nos dejó un comentario en la entrada de Testimonios de IC. Ya que son pocos los que entran allí decidí transcribir su escrito en una nueva entrada porque está necesitando que la apoyemos en este momento tan importante para cada uno de nosotros. Tenemos un nuevo miembro en nuestra familia biónica 🙂



Oli, no solo a vos, si no tambien a los que estan en este lado de internautas, hoy me sente a ver tu blog, y la verdad, lleva una motivacion increible que te da tanta intriga e ansiedad en saber lo q me pasara a mi…

Primero que nada les digo que yo tengo una sordera profunda bilateral desde nacimiento, quizas es hereditario, quizas no, es que tengo un tio segundo sordo tambien(nacido de rubeola) y recien hace poco implantado(casi nunca lo veo). Igual les digo que mucho de esto, de donde vengo y como quede, ni me importa, lo que mas me importa solo aceptarme a mi misma con mi personalidad, el resto llevará su tiempo…

Hoy gracias a mi propia familia, pude basarme en un habla muy fluido y progresar en la vida, sin ellos no seria mas que una persona inteligente y poder soltarme mas en la vida…

Naci en Argentina, y vivi en un pequeño pueblo situado a 300 Km de la capital, y con eso tuve toda la suerte de ir a una escuela especial de Olavarria donde gracias a mis profesores pude tener mas logica, mas habla y poder tener una vida normal.
Pasan tantos años ya que me hicieron miles de estudios en toda mi vida aunque nunca acepte a un implante ya q no le encontraba el sentido de escuchar con el implante xq tenia el resto auditivo con el audifono y me defendia muy bien….

Conoci un monton de gente sorda que usa la lengua de señas, y en lo que yo vivi en esos pasos de ellos son un mundo cerrado, los sordos que utilizan la lengua de señas, y por ello dije que no al implante aunq escuchaba bien con el audifono, hoy mas me doy cuenta que no deberia haber estado en lo profundo del ser sordo, digamos como, hay una comunidad sorda en la cual son anti implante coclear, cosa que nunca lo van a tener en claro y tampoco entenderian el sentido de oir y tenerle paciencia…

Fui candidata en el 2005, me negué por ser una adolescente q no habia llegado a su proceso de madurez o mas bien ya no estaba bien sicologicame, y con toda la ilusion de mi familia los hice fracasar, para ellos ya no habria otra oportunidad, ya lo tendrian por descartado, como ” loli jamas se haria un implante” pese a mis miedos o no veia la necesidad o madurez…

Hoy con 26 años, me doy cuenta, un dia en el trabajo del HIBA (Hospital Italiano) en la cual trabajo de data entry, un dia cualquiera senti que ya tenia bastante perdida, y no me guiaba tanto en lo auditivo con el audifono, dije, esta vez me lo hago, no pierdo mas tiempo, aunque mi novio es sordo de nacimiento, no esta de acuerdo, pero quiere lo mejor para mi, y con mi vida que tengo vivo a pleno escuchando musica, lo bueno de nosotros casi todos tenemos memoria auditiva en lo que recordamos taaantas cosas en escuchar el sonido o la cancion donde te guia! Me deprime si no escucho nada de musica! jaja, hasta mi pobre gatito que ahora duerme en el sofa q rompio todo con sus propias garras, maulla lo llego a escuchar ja ja…

Hoy esperando los resultados para presnetar a la obra social e tener fecha para febrero mas o menos operarme y se viene el magico momento de rehabilitacion, con fe y paciencia y garras todo salira bien, lo bueno es pensar en lo positivo, que las cosas negativas se evaporen….

Beso gente, espero no ser tan pesada, pero tambien quiero que sepan que yo soy una mas como ustedes…
Besotes

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Iemanjá

Mi amor por Brasil fue un amor a primera vista, o mejor dicho, oído. La música de Vinicius de Moraes me cautivó cuando sólo tenía once años. Mi padre la escuchaba frecuentemente y yo la disfrutaba con él. Las voces de Vinicius, Maria Creuza y Bethania emanaban una sensualidad desbordante. La guitarra de Toquinho me transportaba a una tierra lejana y exuberante. No podía morir sin conocer ese país.


A los 19 años hice mi primer viaje a Brasil, con mi novio. Recorrimos 4000kms de omnibus, hasta Bahía. Habíamos oído hablar de una aldea, cerca de un pueblo de pescadores, en Arembepe, a 50kms de Salvador. No conocíamos nada, ni nadie, mucho menos el idioma. Sólo llevabamos con nosotros una mochila, algunos pesos y mucha sed de aventura. La aldea estaba en el medio de una playa desierta. Kilometros de dunas plagadas de cocoteros separaban la playa del continente. La aldea estaba del otro lado de las dunas, sobre un río de agua dulce. No había electricidad, gas, agua corriente, ni calles. Los nativos pescaban. También tenían algunas gallinas. Confeccionaban canastas de mimbre que vendían en Arembepe para comprar arroz y feijão. El cocotero es el mejor amigo de los nativos y vivían rodeados de ellos. Este árbol les da sustento. Construyen sus casas, utensilios de cocina, carbón, agua, leche y aceite con su madera, hojas y frutos.



Nos instalamos encima de una duna cerca de la aldea. Allí nos construimos un refugio. Encontramos un tronco de cocotero de forma peculiar. No había tenido espacio para levantarse cómo los otros. Se contorneó entre sus hermanos en un ángulo de 45 grados para luego subir. Habíamos encontrado la estructura de nuestra carpa artesanal. La rodeamos de hojas, montones de hojas en todas las direcciones para formar una trama gruesa y compacta. La revestimos con una última capa de hojas horizontales para que el agua corriese hacia abajo en caso de lluvia. Y funcionó. Cuando llovió nuestra carpa no se mojó.



Vivimos dos meses así. Nuestra cocina eran tres piedras que protegían al fuego del viento. Encima colocabamos nuestra única olla, con la cúal preparabamos deliciosos pescados recién salidos del mar. El río era nuestro baño y lavarropas . Nos sumergíamos en el agua mientras esperabamos la ropa secar sobre algunos arbustos al sol. Poco a poco hicimos contacto con los nativos que nos venían a visitar, curiosos al ver dos jóvenes ingenuos y extranjeros solos en aquella playa desierta. Hicimos amistad con el «artista» del lugar. Nos contó que era el estilista de Caetano Veloso. No sé si era verdad, pero era un hombre extravante. Se paseaba con ropas de colores brillantes, plumas y colgantes. Una noche hizo una gran fogata frente a nuestra carpa y me dijo: «Você é filha de Iemanjá» (sos hija de Iemanjá) y así supe que era la diosa del mar en la religión afro-brasileña del Candomblé.




Iemanjá me acompañó en todo el viaje. Pocos días después de aquella revelación encontré en la calle del pueblo una medalla de plástico. Al levantarla vi de un lado su imagen y del otro la de mi signo de escorpión. Me llamó la atención y la guardé. Desde aquel entonces todas las mañanas los nativos nos dejaron de regalo frutas en la puerta de nuestra carpa hasta el día de nuestra partida.



En el ómnibus de vuelta conocimos un argentino. Eran veinte horas de viaje hasta Río de Janeiro así que tuvimos tiempo de charlar. Se acercaba el carnaval y nosotros estabamos aterrados. Nos habían dicho tantas cosas sobre esa fiesta masiva y monumental. «La gente se emborracha y pierde el control. Mueren muchas personas durante esos cuatro días. Hay multiples peleas y violaciones. ¡Es la fiesta del diablo!» Queríamos volver a casa -como dos pichones- pero cuando llegamos a Rio no habían más pasajes para Buenos Aires. ¡Todos los ómnibus estaban llenos! No se preocupen nos dijo nuestro colega argentino, le voy a pedir a mi novia que les dé hospedaje. Pero su novia no estaba de acuerdo. Era una mujer de unos cuarenta años llenos de ardor. Quería a su jóven argentino sólo para ella. No nos quedaba plata y tuvimos que buscar un hotel barato en un barrio pobre. Teníamos miedo, todo era tan intenso en esa ciudad y nosotros eramos tan ingenuos. El argentino se apiadó de nosotros y nos llevó a comer en la casa de la novia a pesar de ella. Habían muchos collares de mostazillas colgados en el respaldo de la cama. Cada uno tenía un color distinto, todos muy vibrantes. Me impactó el azul y exclamé: «¡Qué lindo collar!» Fue la palabra mágica, en ese momento la mujer se me tiró en los brazos y me dijo emocionada: ¡Sos hija de Iemanjá! A partir de ese momento su actitud cambió. Nos invitó a comer a su casa durante la semana que estuvimos en esa ciudad. Después supe que esos collares se utilizaban en las ceremonias de la religión afrobrasileña, el Candomblé. Me había justamente gustado el de Iemanjá.


Seis años después volví a Brasil sola. Recorrí 5000kms, hasta llegar a Recife donde viví durante veinte años. Iemanjá siempre me acompañó. Cada vez que conocía a alguna persona devota del Candomblé exclamaba sin dudar: ¡Vocé é filha de Iemanjá!. Qué quieren que les diga, me convencieron y me enamoré de ella.


Iemanjá es una diosa muy querida por la gente. Brasil tiene más de 8000kms de playas. El mar les da sustento y placer. La religión afro-brasileña tiene una historia de resistencia. En la época de los portugueses los esclavos no podían practicar su religión bajo pena de torturas y muerte. Eso no les impidió seguir adorando a sus dioses, pero se las ingeniaron para hacerlo de tal manera que no sean descubiertos. Escondieron cada dios africano detrás de un santo católico. Iemanjá estaba con la virgen Nuestra Señora de la Concepción y se la adora en la misma fecha que esta última. Es por eso que sus colores son el celeste y el blanco, al igual que la virgen, sólo que ella es sensual. La ceremonia es muy bella. Sus devotos -una multitud- van a la playa vestidos de blanco con ofrendas. Son miles de flores blancas flotando en las aguas del mar.



Los portugueses esclavizaron a los africanos pero estos últimos colonizaron culturalmente a los portugueses. Las niñeras esclavas les enseñaban a los niños blancos sus creencias en formas de cantos y cuentos. Hoy en día todos los católicos de Brasil tienen sus santos junto a los africanos. Es sorprendente, tan sorprendente cómo que la comida típica de Brasil sea la feijoada. Esa era la comida de los esclavos. La feijoada se prepara con varios tipos de carnes diferentes, mezclados con el poroto negro de nombre feijão. Esa mezcla de carnes en otras épocas eran las sobras que les dejaban los portugueses a sus esclavos para comer.


Y finalmente hice un cuadro de mi protectora. Este es mi homenaje a ella, a la diosa de Iemanjá y a su maravilloso pueblo.




Edito: En esta entrada no he contado nada de mi discapacidad y justamente hablo de la música. ¿Habré desconcertado a más de uno? Aclaro: Con mis once años, cuando escuchabamos a Vinicius, yo sólo oía con un oído y mi padre con un audífono. Este último ponía la música a todo volumen y mi madre se esncondía aturdida en su cuarto 🙂 Lindos momentos.

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Cuando llegué a Grecia de mochila no sabía decir una sola palabra en ese idioma. Tenía 23 años y viajaba por Europa sin dinero ni rumbo fijo. Me había escapado de Argentina. Dejé un país en plena dictadura y a un padre celoso e incomprensivo. Me sentía libre, quería conocer el mundo entero y recopilar miles de aventuras. Al partir de Argentina tuve que abandonar la facultad de arquitectura. Ahora mi facultad era la vida. No sé cómo me las arreglaba con mi sordera. No oía nada del oído izquierdo y del derecho me quedaba menos del 40% de audición. Además no usaba audífono, lo aborrecía.


En Grecia me encontré con varios jóvenes de todos lados del mundo que venían a buscar trabajo en las cosechas de aceitunas y naranjas. Todos ellos viajaban cómo yo. Unos llegaban y otros volvían de varios lugares del mundo. Grecia es la puerta entre Oriente, Occidente y Africa. Los patrones griegos no nos daban casa ni comida. Debíamos buscar un lugar donde vivir en pueblos tan pequeños que no tenían hoteles. He dormido a la luz de la luna, en carpas y casas abandonadas. Primero llegué a Argos, luego recorrí todo el Peloponeso para luego terminar en Creta. En Argos había mucho trabajo para la cosecha de las naranjas. Ese pueblo era el más importante de la región y era el único que tenía hoteles. Cuando llegué la cosecha se había atrasado de dos meses por la falta de lluvia y nadie tenía trabajo. Me junté con un grupo jóvenes de varias nacionalidades que estaban en la misma situación que yo. Improvisamos un campamento en el lecho de un río seco, pero como no teníamos carpas el cielo era nuestro techo. Nos reuníamos todas las noches alrededor de una fogata. Todos hablaban en idiomas distintos pero nadie sabía hablar en griego. Parecía la torre de Babel. Yo era la única que hablaba en francés y en español. Además me las arreglaba en inglés e italiano, así que la sorda se transformó en la traductora oficial del grupo. En el mundo de los ciegos el tuerto es rey.



Fui la única del grupo que aprendió a hablar en griego. A los seis meses tuve una conversación inolvidable con el patriarca de un monasterio ortodoxo perdido en la cima de una montaña. El lugar era bellísimo, se podía ver el mar a lo lejos. Estaba fascinada con el país y su idioma. A la hora del almuerzo les preguntaba a los campesinos de todo. Les mostraba el tenedor, plato, vaso, árbol, cabra, etc, para saber cómo se decía. Mi mejor maestro fue un jóven ateniense. Era estudiante y estaba de vacaciones. Trabajaba en las cosechas con nosotros. Al instante que nos vimos nos gustamos. Él sólo sabía hablar en griego y yo no. Eso no nos impidió conversar noches enteras sobre la vida y la muerte. Llevábamos un cuaderno con nosotros para ilustrar nuestros pensamientos. No sé cómo lo logramos pero a los dos meses de convivencia yo hablaba en griego. Los campesinos se asombraron y me valoraron. Era la única que había hecho el esfuerzo de aprender el idioma de ellos. Por ese motivo me trataban mejor que a los otros viajantes. Los patrones nos explotaban sin piedad pero cómo había trabajo por todos lados, cuando nos cansabamos, nos ibamos para otro pueblo sin antes descansar algunos días antes de volver a trabajar. Hablo del año 1982, todavía no existía la UE. Me transformé en la mediadora entre los trabajadores extranjeros y los campesinos.



Mi curiosidad era enorme. Me codeaba con más de dos mil años de historia. Habían ruinas por todos lados de una civilización que fue la cuna de la nuestra. Improvisábamos obras de teatro en algún anfiteatro abandonado en la montaña. A lo lejos se veía el mar. Nos divertíamos y trabajabamos para seguir viajando. Era tan bello, todo el país era bello, cómo también era bella la libertad.




Mi falta de audición se disimulaba con el idioma. Todos tenían dificultad para comunicarse pero yo tenía una ventaja: estaba acostumbrada. Además había desarrollado una fina observación que me ayudaba a comprender los gestos que los otros no veían. Aprendí a leer en griego con los carteles de la calle. Después me compré un libro y estudiaba durante las noches. Al aprender ese idioma conocí mejor mi cultura. Los campesinos parecían filósofos cuando me decían que fulanito estaba hipnos (durmiendo), la cosmos (gente) había llegado, la antropa (persona) estaba trabajando, la psique (mente) de menganito le fallaba. Qué había poli cosmos (mucha gente), que al café le ponemos gala (leche), y en la xía (calle) había coches y que «yo» se dice ego, sofía es sabiduría y filos es amigo. De ahí viene la palabra filosofía: amigo de la sabiduría.



Todo esto sucedió hace treinta años y hoy en día sólo recuerdo algunas palabras aisladas. En mis recuerdos no me veo sorda, aunque lo haya sido. Hice de todo: trabajé, viajé por el país tanto por tierra como por mar. Compartí momentos con personas de todas las nacionalidades y me comuniqué con todos ellos. Con ello aprendí que la comunicación no sólo pasa por la palabra y que si abrimos nuestra mente el mundo es nuestro.


No hay impedimentos, hay desafíos. Debemos creer en nosotros mismos y vivir. Todo es una cuestión de actitud.

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