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Archive for the ‘ainda más’ Category

Este cuadro tiene una historia. Se lo pinté al cirujano de Germán, un médico de 33 años, que opera en el hospital Argerich además de la clínica Santa Isabel. Cuando lo vi por primera vez me asusté, parecía un chico de 20 años. Germán estaba entre la vida y la muerte. Cualquier decisión tenía riesgos y la mortalidad era alta en cualquiera de ellas. El 80% de las personas que llegan al hospital con su tipo de pancreatitis muere en los cinco primeros días. El cirujano decidió esperar, bajar la infección antes de operar. Para eso Germán tenía que estar en ayunas porque el páncreas se pone a trabajar cuando el organismo recibe comida. Ni agua podía tomar. Durante un mes fue alimentado por la yugular, con un líquido blanco que le proveyó todas los nutrientes necesarios para resistir. Y resistió. La operación fue muy complicada, en varias etapas. El cirujano lo intervino 17 veces, cada dos días Germán iba al quirófano para someterse a «la toilette», sacar pedazos de pus y necrosis minuciosamente. Tuvo la panza abierta durante un mes, sostenida por dos ganchos que el cirujano sacaba para limpiar y volvía a colocar. Luego vino el largo proceso de cicatrización. El agujero era grande y no se podía coser. Le colocaron un aparato, un VAC, que cierra la herida al vacío y la seca de líquidos, por las infecciones. El VAC lo hizo sangrar y se lo quitaron. Siguió con azúcar, un gran cicatrizante, todos los días, hasta cerrar. El doctor Alonso le salvó la vida a Germán. Su talento y vocación son admirables. No tenía palabras de agradecimiento y por eso le pinté un cuadro, lo que mejor sé hacer. ¿Y por qué el Machu Picchu? La foto de perfil del cirujano era una pirámide maya y me dijo que le gustan los paisajes. Los incas fueron grandes cirujanos. Todo cerraba en el Machu Picchu. De todos modos la historia no terminó ahí. Vinieron más operaciones al año siguiente, siempre en manos del Dr. Alonso, el mejor.

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viñedos

Llegué al festival de teatro de Avignon escapando del frío gris de Paris. Lo conocí a Pedro en la feria de artesanía. Chileno, había llegado a Francia de Venezuela donde trabajó en una petrolera. No sabía francés, no conocía a nadie. Confeccionaba mocasines de cuero de bebés para otro chileno que lo explotaba y se aprovechaba de su frágil situación. La segunda vez que me lo encontré me ofreció ser su socia. Había copiado los moldes de los mocasines en un papel. Su idea era confeccionarlos y venderlos juntos. Yo también estaba jugada. Acepté. Pocos días después se nos unió Tino, otro chileno sin talento para la artesanía pero con plata. Pagó la materia prima. Compré cueros de colores y mostazillas de colores también, que los combinaba con plasticidad. Nos fuimos los tres a la Côte d´Azur, más precisamente a Saint Tropez, abarrotada de turistas.


EI el puerto de Saint Tropez instalamos nuestros zapatitos en encima de una manta, en la vereda. Montones de turistas se acercaron fascinados por los colores de los mocasines pero también por nuestra pinta de indios sudamericanos. Tino parecía más bien indonesio y Pedro mapuche. Mi pelo negro y piel bronceada combinaba con ellos dos. Recuerdo el día que un alemán se nos acercó y preguntó si éramos indios. Le inventé una historia de nuestros ancestros y los mocasines que lo hicieron viajar mentalmente a una película de Indiana Jones. Con prudencia me pidió permiso para sacarnos una foto. Le contesté que primero tenía que pedirles permiso a mis “hermanos”. Me lo imagino todavía mostrando la foto a sus amigos y familiares.


Pamela había llegado desde Australia (su país de origen), primero en barco hasta el continente asiático y luego por tierra hasta Francia. Ella también parecía una india. De padre inglés y madre aborigen, era mestiza. Tenía una larga y lisa cabellera de color negro azabache y unos ojos oscuros y penetrantes, de quien viajó miles de kilometros sola y con poco dinero. En Saint Tropez Pamela conoció a Melanie, una chica canadiense q hablaba inglés y francés. Al envés de Pamela, Melanie tenía una mirada dulce y el pelo de color castaño claro prendido con dos trenzas. Era una chica country. Amaba a Neil Young, se vestía con pantalones babucha de colores, tocaba la flauta traversa y una armónica. Era la traductora de Pamela, que como buena anglo parlante no sabía hablar otro idioma que el inglés. y yo fui la traductora de mis “hermanos”, pasando por encima de mi sordera.


Cuando la temporada de verano llegó a su fin nos juntamos a platicar y decidir que hacer de nuestras vidas. Nadie quería volver adonde sea. En La Provenza había empezado la vendimia. Nos tomamos el tren y fuimos hasta Nîmes, una ciudad rodeada de viñedos. Encontramos trabajo enseguida pero tuvimos que esperar un día para comenzar y no teníamos dinero ni lugar para dormir mientras tanto. Nos separamos en dos grupos. Yo me quedé con Pamela. Al poco tiempo de andar descubrimos una casa abandonada cerca del centro. Compramos una lata de salchichas y velas. Cuando llegó la noche trepamos el portón y aterrizamos en el patio, bordeado por la casa . Nos instalamos en una habitación en el ala izquierda. Prendimos dos velas y con un cuchillo abrimos la lata. Un movimiento distrajo mi atención para el lado de la ventana. Advertí una silueta en el ala derecha de la casa. No tuve tiempo de comentárselo a Pamela que con dos soplidos apagó las velas, tomó un cuchillo y me entregó otro a mí.


— Shut up, Escuché unos ruídos. Hay alguien. — susurró
— Yo lo vi, Pamela, i see, there, mira ahí, ¿la ves?

Arrodilladas debajo de la ventana, asomamos la cabeza para ver. Me temblaba la mano.

— No veo la silueta — me dijo
— ¿Pero la escuchás?
— Si
— Yo no la escucho, la veo…

Tembló mi mano sin control,

— No sé usar un cuchillo… ni quiero — le confesé en inglés básico
— ¿Qué hacemos, luchamos o nos vamos? — preguntó sin escucharme
— ¡Nos vamos!


Saltamos por la ventana y corrimos por el patio hasta el portón. Trepamos, sin mirar atrás. Sentí unos ojos apuntando mi espalda. En la calle corrimos hasta perder el aliento. Fuimos hasta la estación de tren. Aliviadas, subimos a la terraza buscando un lugar para descansar. No habían bancos ni nada. Nos acostamos en el piso. Apoyé mi cabeza encima de la mochila, del oído derecho, con el que algo escuchaba aún. Cuando el silencio se hizo verbo dormí profundamente hasta el momento que Pamela me golpeó el hombro sin querer, cuando empujó al tipo que se acostó a su lado y le acarició el pelo mientras ella dormía.


Pocas horas después nos encontramos con Pedro, Tino y Melanie en la estación. Cuando llegamos al viñedo el patrón nos dio abrigo en una casa de piedra cerca de la bodega. Las camas eran colchones tirados en el piso, la cocina no tenía heladera y sólo podíamos comer de a dos en la mesa porque faltaban 3 sillas. A la noche nos calentábamos del frío tomando vino, lo que nunca faltó. La bocina estridente e insistente del tractor nos despertaba a la mañana. A la noche nos dolía todo el cuerpo y nos hacíamos masajes mutuamente. Luego preparábamos comida, abríamos una botella de vino, hablábamos una especie de esperanto desesperado, todos sordos como yo, pero por causa del idioma. Me encantaba charlar con Pamela. Con la ayuda de un diccionario teníamos conversaciones trascendentes de sus viajes, su vida en Australia, un mundo tan lejano y distinto al mío. Cuando la cosecha terminó Pamela y yo nos sentíamos amigas aunque no la volví a ver nunca más. Ella se fue con Melanie a Canadá. Nosotros viajamos hasta Grecia y trabajamos durante seis meses en distintos pueblos del Peloponeso y Creta, en las cosechas de aceitunas y naranjas donde aprendí a hablar en griego… y traducir, a pesar de la sordera.

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Para vencerle a la vejez, que avanza despiadadamente, hay que seguir activo, aprender, sorprenderse. Por eso me animé y el año pasado empecé a estudiar en un taller literario. Además tengo proyectos, otro remedio contra el peso de los años. Quiero escribir un libro, dos, tres, total, soñar es gratis. Este año, me anoté de nuevo. Me enganché en el taller de Verónica Sukaczer, escritora y editora. Además es hipoacúsica y entiende mi situación. El ambiente es ameno, somos pocos alumnos y eso me permite estar integrada, por la audición, claro. Y los compañeros que conocí son todos geniales. Los miércoles a la mañana se volvieron sagrados, un momento para mi y sólo para mi. El taller es para cuentos. Eso lo hace muy dinámico, todas las semanas debemos hacer uno nuevo.Verónica se mueve con «disparadores». No sé si será siempre así, porque este es el primer taller que conozco. Los «disparadores» son un objeto, foto, frase, título, cuento de un autor conocido y genial. A partir de ahí tenemos que inventar una historia, que no debe ser necesariamente textual al disparador. Uno se puede ir para otro lado, para cualquier lado, la cuestión que el cuento debe ser bien escrito, tener una trama, un principio y un final. Este año ya van dos los cuentitos. El de ayer, Verónica me dijo que estaba listo para subirlo al blog. Eso me llena de felicidad. El «disparador» ha sido el título de un cuento de Cortázar: «La puerta condenada». Esto salió:


puerta


La puerta condenada


No había ventana, ni cama, ni silla, ni mesa, muchos menos libros o cuadros. No sabía si era de día o de noche. Tampoco sabía cuanto tiempo hacía que estaba ahí. Victoria no podía desprender la mirada de la puerta. Era la única protagonista del cuarto; su salvación y su condena. Estaba en un sótano. No oía ruidos de la calle, sólo escuchaba pasos, voces, gritos, lloros, lamentos y portazos, no muy lejos de su puerta, que se mantenía cerrada. Del otro lado había un pasillo y al final de este una escalera, por donde bajó, escoltada por dos soldados. En el piso de encima se encontraba un amplio salón, con dos altas ventanas y una puerta de dos hojas abierta día y noche, en un gesto hipócrita de bienvenida. Del lado de fuera, unos escalones desembocaban en un ancho camino de cemento que conducía al portón de salida, vigilado. A los dos lados del camino plantas, flores y árboles disimulaban la muerte que reinaba dentro. Desde la reja se podía ver la inocente avenida. Por ahí paraba el 29, que la llevaba hasta su casa, tan cerca, tan lejos.


La soledad le debilitaba el corazón. Lo podía escuchar gemir, marchito por el miedo. El silencio se quebraba con los pasos secos de los milicos al bajar las escaleras, empujando un compañero. Una vez reconoció la voz de Mauro. Le quiso gritar que estaba ahí pero el miedo se lo impidió ¿Se habría dado cuenta que fue secuestrada, aquella tarde que lo dejó plantado? Actuaban juntos en la villa, sólo eran dos actores con los mismos ideales. Se sobresaltó con un portazo, habían entrado en la sala de tortura. Mauro gritaba de dolor, los milicos gritaban con furia y le golpeaban violentamente. Victoria apoyó su cabeza sobre las rodillas y la escondió entre sus brazos para no oír esa sinfonía macabra. Fue imposible. Lloró cuando Mauro se puso a cantar nombres y más nombres mientras clamaba por piedad. Sintió un cuchillazo atravesarle el corazón cuando pronunció el suyo. La poseyó el pánico cuando callaron. Mauro estaba muerto.


Miró la puerta y pensó en escapar ¿Cómo? ¿Cómo voy a atravesar esta condenada puerta? – pensó, desesperada. Sabía que no iba a salir viva de ahí. Quería ver a su madre, abrazarla, pedirle perdón. Quería decirle a Raúl que estaba embarazada, que lo amaba, que huyese, que no había salvación. Quería sentir el calor del sol en su cara, la brisa acariciar sus mechones. Quería vivir en un mundo más justo. Quería salir de ahí.


Escuchó otro portazo, escuchó voces. Vio la sombra de las botas por debajo de su puerta y supo que venían por ella. No lo pudo resistir, sintió un dolor intenso en el pecho, el sudor le empapó el rostro. Quedó ciega, perdió la respiración. Cuando cayó al piso se abrió la puerta y un resplandor invadió el cuarto. No eran los milicos, era Mauro quién entró. Con una sonrisa en los labios, le ofreció la mano y le dijo:


– Se terminó, vámonos de acá

taller de Veronica

taller de Veronica

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a-rey-muerto-rey-puesto


Escribí durante seis años ininterrumpidos en el blog. Todos los meses subí una entrada, religiosamente. Al principio escribí varias entradas en un mismo mes, llenas de esperanza y alegría. El 11 de septiembre del 2008 abrí el blog y el nueve de octubre del mismo año, realicé un implante coclear en el oído izquierdo. Fue uno de los momentos más importantes de mi vida porque con esa operación salí del silencio desolador que secaba mis deseos de vivir.


La soledad fue mi mayor compañera durante años. Ella muda y yo sorda, fuimos una pareja perfecta. La odié y la amé, pero por sobre todo la necesité porque sin ella estaba más sola aún. El implante la desplazó con un zarpazo y me devolvió la comunicación. A pesar de todo, siempre estuve comunicada, no sé cómo, pero me las arreglé para tener una vida independiente en el mundo de los oyentes, sin yo serlo. Aprendí a hablar cuatro idiomas sin escuchar. La necesidad tiene cara de hereje, ¿no?


Algunos dicen que no existe el destino y todo es libre albedrío. Otros dicen lo opuesto. Lo que yo no entiendo es porque se necesita negar uno para hacer valer el otro. Nací sorda, eso no lo elegí yo ¿Es destino? Crecí en un medio social, económico y cultural que me permitió desarrollar el habla y aprender cuatro idiomas ¿Es destino? El resto lo hice yo ¿Es libre albedrío? La vida es un coctel incomprensible de oportunidades y tragedias, donde navegamos a la espera de la muerte, en esa ruleta rusa en la cual giran nuestras existencias.


La soledad, vacía de sonidos, me aisló de la gente. El arte fue su antídoto ¿Qué hubiera hecho de mi ansiedad sin un pincel en la mano? El mundo externo me cerró las puertas y yo me sumergí en el universo vasto e infinito, lleno de sentimiento, de tristeza y felicidad, en mi interior.


Llegó el día en que el silencio se hizo insoportable, ni mi voz pude escuchar más. Lloré en la calle, en el colectivo, en el taller, en casa, en cualquier lugar. Las lágrimas brotaron solas, sin poderlas controlar.


– Un implante coclear -, leí en los labios del otorrinolaringólogo que una compañera de pintura me recomendó. Lo miré con desesperación y sin escuchar mi voz le dije:

– Quiero escuchar con un audífono, por favor.

– Sos totalmente sorda, el audífono no te sirve más.

– Me sirve, con algunas palabras me las arreglo.

– Tenés falsas expectativas, el audífono no te sirve más, solo el implante coclear te puede sacar del silencio.


El destino fue implacable. Tuve que usar mi libre albedrío y decidir que hacer con esa realidad que me tocó y de la cual no pude escapar.
Seguí llorando en la calle, en el colectivo, en el taller, en casa, en cualquier lugar. El silencio me atrapó y me deprimí.


– Es normal lo que te pasa – el médico respondió cuando le dije, en lágrimas:

– Me estoy volviendo loca, doctor, solo escucho mis pensamientos.



Me decidí, con el alma arrugada por el miedo.


Miedo, eso fue lo que sentí en los momentos previos a la operación. Miedo al fracaso, a quedar con la cara desfigurada, a tener un aparato implantado en mi oído interno.


– ¿Qué voy a escuchar, doctor? -. le pregunté angustiada.

– No lo sé, lo único que te puedo decir es que lo necesitás.


Me tuve que jugar, esa fue mi única oportunidad.
El día de la activación de los electrodos del implante fue inolvidable. No pude contener la emoción y lloré cuando escuché la voz de la fonoaudióloga – distorsionada y metálica – por primera vez. Luego discriminé sus palabras cuando dijo: ¿Me escuchás? Fue el contacto con la tierra luego de varios años volando por el espacio, como una astronauta.


Después de la activación empezó una nueva etapa, la de aprender a escuchar con los electrodos, a decodificar los sonidos, darles forma y luego comprensión. El agua de la canilla en la bacha de la cocina sonaba como una catarata dentro de una lata, caótica, irritante e incompresible. El sonido de los zapatos al subir los escalones, se asemejaba a una campanada y no a un golpe, como lo es en realidad. Tuve que aprender a reconocer miles de ruídos, las voces y por último la música. La música es un tema a parte y todavía tengo mucho para aprender. Por ahora disfruto las canciones que conocí en el pasado porque mi memoria auditiva completa lo que los electrodos todavía no procesan.


Con los meses descubrí nuevos sonidos, y comprendí mejor la palabra. Las voces se hicieron más naturales, todo se hizo más natural y con el pasar del tiempo mi cerebro aprendió a escuchar de nuevo. La vida dejó de ser en blanco y negro y se convirtió en multicolor.


Lo escribí en el blog, lo escribí por todos lados. Me sentí feliz y quise que todos fuesen felices como yo. Mi felicidad confundió a ciertas personas que pensaron que me había transformado en oyente. Sigo sorda, el implante coclear no cura la sordera. Es más, si un oyente escuchase lo que yo escucho con los electrodos, se sentiría decepcionado y limitado, con tantas palabras sin discriminar y tantos sonidos sin registrar. Para empezar oigo y escucho con un solo oído y eso me limita en los lugares ruidosos, en reuniones, en una mesa con varias personas a su alrededor. Falta el estéreo. Luego, los sonidos de los electrodos son distintos a los del oído natural, no pasan por el oído externo, medio e interno pero van directamente al oído interno. Toman un camino distinto, con resultados parecidos, pero alterados. Con el implante coclear oigo y escucho, eso es lo importante. Escucho mi voz, la voz de la gente, los ladridos, maullidos, agua, viento, gritos, melodías, coches, trenes, el gas en la hornalla, los pájaros, las bocinas, el lloro de un bebé, la lluvia, etc y etc, que me conectan y hacen la vida más fácil, en todos los aspectos.
En estos seis años aprendí a reconocer miles de sonidos y todavía me quedan otros para aprender. Al principio descubrí todos los días uno nuevo. Fui un bebé sonoro, curiosa y asombrada por todo lo que oía. Con el tiempo crecí y dejé de sentir curiosidad por lo que me rodeaba. Maduré y me acomodé con las conquistas auditivas y eso repercutió en el blog. Poco a poco dejé de escribir. Ya no supe que contar sin repetirme. A decir verdad, tengo muchas cosas para contar, no siempre vinculadas al implante coclear, pero me acobardé, perdí la espontaneidad al darme cuenta lo difícil que es dominar el arte de escribir.


Aquí estoy nuevamente, a pedido de Color Esperanza por una nueva entrada. Ella me recordó los buenos momentos que pasamos en el blog, de la gente que conocí con el mismo problema que yo, de los profesionales que leyeron las entradas y los comentarios para entender mejor a sus pacientes, de los amigos oyentes que nos acompañaron, de los testimonios, las risas, los lamentos y los intercambios de información. Hay mucho material archivado en el blog y todos los días entra gente en busca de información. Las estadísticas los delatan. Por eso y por mucho más, vale la pena hacer el esfuerzo y escribir, menos seguido, con menos comentarios, pero escribir igual, para que el blog siga vivo.


Murió el blog, ¡Viva el blog!

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Creo que fue la sordera, o por lo menos tuvo algo que ver, que hizo de mi una adolescente tan solitaria y huraña. Me sentía desencajada en el mundo. Mientras los chicos se divertían en las fiestas yo leía en un rincón. Cuando leí «El extranjero» de Camus, tuve una revelación. Me identifiqué tanto con el personaje que dejé a mi novio a cambio de la compañera soledad. Ese era mi destino: la soledad. Era el único refugio contra el mundo hostil y ruidoso que me rechazaba y yo no sabía porqué.


Cuando me escapé a Paris fue peor. El clima frío y gris hicieron de mi soledad un fargo más pesado de llevar. Los parisinos me resultaban insípidos y distantes. Y eso que nací en Paris y estudié en un colegio francés. Eso no impidió que tuviese un choque cultural lejos de mi Buenos Aires de crianza. En vez de integrarme con los franceses, me junté con los refugiados latinoamericanos, tan desencajados como yo y lejos de sus países. Neke era uno de ellos. Nos hicimos amigos al instante. Él era chileno, yo me sentía argentina y Paris nos convirtió en hermanos. Un día fuimos juntos a la estación de tren, la Gare du Nord, donde parten y llegan trenes de varios puntos de Europa. Es una estación enorme y llena de movimiento. Nos paramos en el medio de camino entre los andenes, las escaleras con dirección a los subtes, las boleterías y la salida. Una multitud iba y venía llena de rostros serios, enojados y preocupados, con los ojos vacíos de presente. Neke y yo nos agarramos del brazo para que la marea de gente nos nos atropellase. El bullicio se transformó en un sonido mas cruel que el silencio y la soledad se hizo carne, porque en el lugar donde se está más solo, es en el medio de la multitud.


Es por eso que me fui a vivir a Brasil, en busca de contacto humano. Allí nació mi hija, acepté mi sordera y compré un audífono. La soledad dejó de ser mi mejor compañera. Con los años llegó la era de la globalización y de la comunicación. El sistema se infiltró por todos los rincones del planeta. Me resistí, pasé muchos años antes de comprar mi primer celular. Mientras tanto la internet, la telefonía y las redes sociales mantenían a millones de personas conectadas las 24 horas del día con gente que vive lejos y muchas veces no conoce personalmente, pero desconectada con las personas que están a su lado. La incomunicación de la comunicación, una soledad camuflada. Finalmente caí en la trampa.


facebook


La internet ofrece una fuente ilimitada de información y si se la sabe manejar resulta beneficiosa. En su momento me ayudó a escapar de la soledad del silencio, cuando perdí totalmente la audición. El problema consiste en saber utilizar esta herramienta sin caer en el exceso, en la adicción, otra forma de alienación de este siglo XXI.


El facebook es una cosa seria. Me escandalizo porque los osos del Ártico están amenazados, de las inundaciones de un país que ni sé pronunciar su nombre, de las crueles corridas de toros que por suerte no ocurren en mi país, de las chicas que secuestraron en Nigeria y de muchas otras noticias, serias y dolorosas que leo y también firmo, como repudio. Fue alentador saber que no se lapidará a esa pobre mujer por haberse hecho cristiana en Sudán, gracias a la presión «internacional». Me sentí responsable por su salvación, porque firmé la petición de Amnistía pero puede ser que eso no tuvo nada que ver con la anulación de la pena. De todos modos me afectó y seguí firmando de acá para allá miles de peticiones, contra miles de injusticias terribles que suceden por el mundo y me entero por la internet. Pierdo la esperanza con la gente que se aprovecha de estas situaciones y se dedica a engañar y mentir. La otra vez compartí en mi muro un artículo sobre la desaparición de una niña, que no era cierta, al igual que la muerte del Chavo del ocho, que lamenté. Lo matan todas las semanas a ese pobre hombre pero sigue tan vivo como yo. Luego están los mensajes melosos, a veces hermosos y otros tontos sobre el amor, la paz, la bondad y frases célebres de personalidades importantes de la humanidad. Y el humor, no falta el humor que invade los muros con frases y chistes de todo tipo. Con la política no se juega y muchos ponen el alma sobre el teclado para defender sus ideales con injurias, desprecios y odios. Todos son justicieros, bien sentaditos en sus sillas, con un café calentito sobre la mesa que apoya el arma letal: la computadora. Hay de todo en la viña del facebook.


En el facebook puedo intercambiar informaciones, muchas veces interesantes. El problema es que soy curiosa (más de uno dirá que soy mujer) y me quedo horas mirando las noticias, de gente que ni sé quién es y ni me interesa saber, porque están ahí. Una foto que me llama la atención, una frase ingeniosa, un mensaje y se me fue la tarde. Algo anda mal, caí en la trampa. Mientras pierdo la mayor parte del tiempo dando vueltas por el facebook dejo de hacer lo que realmente me importa allá afuera, en el mundo que llaman realidad. Me quejo por no tener tiempo de escribir, ni de pintar. Dejo, mejor dicho, dejamos de compartir con Germán momentos preciosos de nuestras vidas, al estar juntos pero distantes, cada uno con su tablet en mano, horas y horas boludeando en el facebook. El sistema nos comió, la ciencia ficción se hizo realidad y 1984 dejó de ser una novela.


El facebook me ha regalado muchos amigos, devuelto los que había perdido en el camino, acercado con mi familiares que viven en países distantes. Ahora tengo que recuperar los que viven a mi lado.


Con permiso, me voy a cenar con Germán.


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Mamá


Para serle fiel a la tradición, hoy me olvidé que era el cumpleaños de mamá. Me acordé la semana pasada, el lunes también, pero hoy no. Me cuesta vivir en la dimesión del tiempo y del espacio, me cuesta la realidad. Ando a los manotazos para estar al día y cumplir con todos los compromisos que una persona de bien se debe hacer cargo pero siempre me olvido de algo. Sufro por ello y a veces pienso que tengo un problema mental pero la gente que me quiere me consuela y dice que así son los artistas, que viven fuera del mundo y yo no soy una excepción.


Mamá fue la persona que más me ayudó en la vida. A decir verdad fue la única persona que me ayudó en la vida. Le costaba comprender que fuese tan distraída, ella que era tan organizada y se sintió desolada cuando se enteró que era hipoacúsica. Sufría mis limitaciones como si fuesen propias y quería protegerme a toda costa. Me defendí con garras y dientes de su protección exagerada pero siempre supe que lo hacía por amor. Se preocupó por mí hasta el final. El día anterior a su muerte me animé a hablarle (como si hubiese sentido que era mi última oportunidad) y le dije que se quedase tranquila porque yo estaba muy bien, pero muy bien y le pedí que se ocupe de ella. A la madrugada se fue y yo la vi partir triste pero feliz de haberla liberado de una carga que no le correspondía más.


Siempre tuve miedo de ese momento, a quedarme sola sin ella. A decir verdad solos estamos todos. Nacemos y morimos solos. La soledad siempre estuvo muy presente en mi vida a pesar de tener afectos importantes y sólidos. Tengo un compañero de fierro, una hija hermosa, hijos de corazón, familia, amigos geniales por varios lugares del mundo, animales de estimación dulces y cariñosos. Una cosa no quita la otra, la soledad es otra compañera más, pero ella era mucho más que todo eso junto, era mi mamá.


Ahora mamá vive en mi corazón y mi corazón no sabe de fechas y horarios porque trabaja a tiempo completo, No tiene días especiales para recordarla porque la recuerda siempre, cuando paso por una calle, un bar, la puerta de su casa, en cualquier lugar que estuvimos juntas. Hemos disfrutado de nuestras compañías, de ir al cine y luego comer sushi, que tanto nos gustaba a las dos, con una copita de vino blanco y charlar, charlar de la vida, del arte y del amor.


Ya no está más y la extraño. Su partida dejó un vacío eterno. Ya no está más pero aún vive en mi corazón y el corazón de todos los que la amaron. Por eso mamá que hoy te digo, feliz cumpleaños, adonde sea que estés.


Te amo, en pasado, presente y futuro, en la eternidad.

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nieves mateando


Es muy triste recordar como vivían los sordos hasta el siglo XIX. Estaban excluídos de la sociedad y se los consideraba tontos o locos porque no tenían herramientas para expresarse. No existían los audífonos, ni la fonoaudiologìa. A los más pobres se los internaba en hospicios. Artistas geniales como Bethoveen y Goya se volvieron insoportables al perder la audición pero en la desesperación del silencio crearon sus mejores obras.


Hoy en día hay muchas formas de comunicación para los hipoacúsicos y sordos. Audífonos, implante coclear, fonaudiología, lenguaje de señas, internet, celular con vibración y mensajes de texto son algunas de ellas.


La internet me salvó la vida. Permitió que continúe comunicada a pesar del silencio. Se acortaron las distancias con amigos y familiares que tengo desparramados por el mundo y con quienes no puedo hablar por teléfono. En el Facebook lo puedo ver todo. Los viajes, las fotos, los estados de ánimos y acompañar el día a día de mis amigos lejanos sin la necesidad de escuchar.


Cuando el médico me dijo que tenía epoc busqué un grupo de autoayuda para dejar de fumar. Me fue mal porque no podía seguir el hilo de los testimonios. No oía las voces ni discriminaba las palabras. Busqué en la internet y encontré una página sensacional: El Quitómetro. Conocí mucha gente en la misma situación que yo, todos locos de atar por la abstinencia de la nicotina. Casi dos mil integrantes escribían sus experiencias y luego interactuaban en un chat fenomenal. Hacía poco que había vuelto a vivir en Argentina. No tenía trabajo y luchaba para obtener la autorización para el implante coclear del que era candidata. Estaba sola y deprimida con el silencio como única compañía. Me la pasaba sentada frente a la computadora y escribía mis pesares en el Quitómetro, con el afán de encontrar la convicción para abandonar al tabaco – mi mejor amigo – el que siempre estaba a mi lado, mismo en ese momento de gran soledad. Tenía que dejar de fumar pero no quería. A decir verdad no sabía como vivir sin un cigarrillo en la boca.


Estuve dos años enganchada al Quitómetro, hasta el día que cerró sus puertas por distintas disputas entre los integrantes del sitio. Ya les dije, todos estaban irritados y nerviosos por la abstinencia. Tuve miedo de quedar sola, necesitaba de apoyo para dejar de fumar.


En el Quitómetro la conocí a Nieves. Ella llegó dos años después que yo pero con una convicción férrea. Ya lo había decidido, sólo necesitaba del empujón del grupo. Lo dejó y más nunca volvió a tocar un cigarro. Yo, por el contrario, era reincidente pero mismo así nos hicimos amigas. Del foro pasamos al chat y del chat al messenger. Nos escribíamos todos los días, sin excepción.


Cuando el Quitómetro cerró sus puertas virtuales Nieves abrió un nuevo foro que lo llamó: apagaelcigarro. Pasó noches enteras despierta para crearlo. Aprendió sola y hoy en día están registrados más de mil integrantes. Muchas personas dejaron de fumar con su ayuda. Nieves le da mucha alegría y belleza al foro. Todos los días sube informaciones sobre el tabaco y abre felicitaciones hermosas, con fotos y vídeos para quienes cumplen meses sin fumar. Al que cumple un año le regala un diploma de premio. La OMS considera que una persona es ex-fumante luego de pasar un año en abstinencia porque las reincidencias son enormes. Para que se den una idea, sólo el 5% de los fumadores consiguen dejarlo. Es una adicción terrible.


El mismo año que ella creó el foro de ex-fumantes yo me operé y coloqué un implante coclear. Abrí un blog y como ella aprendí sola a usarlo. A decir verdad un integrante del Quitómetro me ayudó. Él vive en Galicia y nunca nos vimos la cara aunque nos hayamos peleado bastante por chat. Necesitaba un espacio para subir fotos de mis cuadros pero fue tal la sorpresa que tuve cuando me activaron el implante coclear que este se volvió el tema principal del blog. Poco a poco empecé a oír y escuchar y por ende a dar clases de pintura.


En los seis años que conozco a Nieves muchas cosas nos han pasado, tanto a ella como a mi. Ya no podemos chatear todos los días como lo hacíamos antes pero mismo así entre nosotras se creó una amistad que nunca paró de crecer. Siempre está disponible cuando la necesito y siempre le respondo cuando me llama. Su generosidad es tan grande que se puso a escribir en mi blog a pesar de que ella no sea sorda. Se solidarizó con nuestra causa y la bautizamos de madrina. Sube vídeos con canciones hermosas – siempre con subtítulos – para animar. Felicita los logros de quienes se implantaron y apoya a los que tienen más dificultad para lograrlo.


El grupo de sordos e hipoacúsicos la adoptaron. A decir verdad ella nos adoptó. Se hizo amiga de cada uno de los integrantes del blog, en el Facebook también, y se echa unas risas con todos. Ella conoce el sufrimiento en carne propia porque padece de una enfermedad extraña – la fibromalgia – que toca el dolor. Es por eso que la admiro tanto. El dolor no le quita la alegría, el humor, la esperanza y la generosidad. Eso tiene mucho valor. Es un ejemplo de mujer.


pau y nieves


Paulita se apareció en casa el martes pasado. Al otro día se tomaría un avión para Madrid. Ya lo había hablado con Nieves en privado y esta no lo pensó dos veces. La fue a buscar al aeropuerto en tren y la llevó hasta su hotel. Pocas son las personas que hacen algo así, con una persona que no conocen personalmente. Se hicieron amigas en el instante. Nieves la llevó a conocer la ciudad y Paulita le hizo probar el mate. Sacaron fotos hermosas que subieron en el Facebook. Sus sonrisas irradiaron la internet de felicidad.


Gracias Nieves por todo lo que haces por nosotros y por haberla recibido con tanto cariño a Paulita. Eres una mujer maravillosa y yo me siento muy orgullosa de ser tu amiga, porque eso es lo que somos: AMIGAS, en las buenas y en las malas.


las motoqueras nieves y pau

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Cuando el avión aterrizó en Recife sentí una puntada en el corazón. Hacía ocho anios que no volvía. Me fui de allí de un día para el otro, por una emergencia familiar, como lo hicieron los Incas cuando abandonaron Machu Picchu al creer que llegaban los espanioles. Ellos dejaron los platos sobre las mesas con comida sin terminar. Yo la dejé a Maru mientras almorzaba. Se quedó sola con sólo 17 anios. La conocí cuando era un hermoso bebé, en brazos de su mamá, que en casa trabajó. A los doce se vino a vivir conmigo y nunca más se fue.


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En esos ocho anios lejos de Recife viví en Buenos Aires y muchas cosas pasaron. Tuve que enfrentar situaciones familiares dolorosas. Me diagnosticaron epoc y libré una ardua lucha para dejar de fumar con varias recaídas de por medio. Dejé de escuchar ese poquito que me ofrecía el audífono. El silencio se hizo constante y comprendí lo que significa la palabra angustia. El implante coclear era la única opción. Libré otra ardua lucha, de esta vez con la prepaga, para que apruebe la cirugía. En esos largos meses de burocracia conocí leyes fabulosas para los discapacitados pero que muchos esconden. Lo conocí a Germán que como un ángel me rescató de la soledad silenciosa en la que vivía. Estuvo a mi lado en la cirugía y en la activación. Hoy en día es mi companiero. Luego llegó la reeducación y la felicidad de volver a escuchar. Empecé a escribir en un blog que juntó implantados y candidatos al implante de varios países. Cumplí con el suenio de tener un taller de pintura. Lo construí con la ayuda financiera de mis tías. Me animé a dar clases y aprendí mucho con mis alumnas. Cuando ya todo parecía estar encaminado mi madre se enfermó y la acompanié hasta su final, por suerte. Y así pasaron ocho anios desde aquel día que partí de Recife, la ciudad que vió nacer y crecer a mi hija.


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Volví con Germán a mi lado, testigo de los ocho anios que viví en Buenos Aires. Si no fuese por él hubiera creído que todo ese tiempo había sido un suenio. Es como si nunca me hubiese ido de Recife, todo me resulta tan familiar a pesar de los nuevos edificios que levantaron mientras estuve fuera. Me reencontré con un pedazo de mi corazón con los amigos, el mar, la luz, el calor embriagador y sensual que hizo que el tiempo pare para decir que este es mi lugar.


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No quiero herir los sentimientos de mis amigos argentinos y mucho menos el corazón de Germán. Mi alma vive en varios lugares a la vez porque tanto el tiempo como el espacio son una ilusión cuando el sentimiento es profundo. Esta identificación que tengo con Recife también la tengo con ciertos amigos de la infancia y juventud que están en la otra punta del mundo, viviendo una vida distinta a la mía. He pasado diez anios sin ver a Laurence, amiga íntima del colegio. Nuestras vidas tomaron otros rumbos pero cuando nos volvimos a ver el tiempo desapareció y no tuvimos que explicar nada. Nuestro amor nos mantuvo juntas.


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Olinda está al lado de Recife pero no forma parte del mismo municipio. Es una ciudad de artistas tombada por la Unesco como patrimonio cultural de la humanidad. El tiempo corre lentamente por sus laderas inundadas de luz. Se vislumbran cuadros de todo tipo desde las ventanas abiertas de los caserones. Hay talleres de pintura por todos lados. Los músicos tocan en la calle y la gente se junta para bailar y hablar a los gritos con sus vasos llenos de cerveza. Los perros se pasean por entre las trompetas y tambores moviendo la cola como un ventilador de fiesteros que son. Las notas que escapan de los instrumentos se apoderan de mis nuevos electrodos y mi corazón vibra de felicidad. Los colores intensos de las fachadas de las casas se destacan en el verde de los cientos de árboles llenos de frutas tropicales, que generosamente caen a los pies de los traseuntes. Todo es simple y exuberante. Olinda desafía al capitalismo con el arte y la simplicidad, y yo me siento en casa.


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En Olinda vive mi compadre, que conocí en la calle hace 28 anios atrás, al escapar de una realidad que me agobiaba. Nos unió el amor por el arte y la libertad. Hoy en día lo buscan desde varios puntos del Nordeste brasilenio para que restaure y pinte iglesias barrocas. Hemos pasado anios sin vernos y apenas nos escribimos pero siempre que nos reencontramos el tiempo desaparece y no tenemos nada que explicar. Desde su casa estoy escribiendo ahora, entre vírgenes, angelitos, cuadros religiosos, profanos y estandartes para el carnaval.


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Lo que se destaca de esta tierra llena de bellezas y carencias es la hospitalidad de la gente. Germán y yo hemos recibido amor de todos desde que llegamos. Miles de abrazos me inyectaron de vida, esa vida que sólo Recife y Olinda pueden brindar. No hay pudor para el amor y no hay verguenza para la alegría.

Gracias a todos mis amigos pernambucanos por recibirme con los brazos abiertos. Los amo


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feliz 2014


Por primera vez en cinco años no escribí en el blog por navidad No quiero dejar pasar el año nuevo tambien así que acá estoy, exprimiendo mi cerebro para sacar una idea coherente.


«Ya escribiste mucho y por eso que se te hace difícil, aunque historias todavía tenés para contar», me dicen


Es cierto, en estos años acumulé muchos escritos en el blog. Con lo que tengo ya puedo editar un libro, según Germán. Así lo han hecho Lak Lobato y Pepe Lozano, que difunden el implante coclear a través de sus experiencias y la de los «comentakas» también.


Sueño con escribir un libro aunque este año se me haya ido la inspiración. A veces me pasa eso con la pintura también y creo que eso le sucede a todos los artistas, en todos los campos del arte. Hay momento de creación y momento de recreación. En el ocio se gesta una nueva etapa creativa para el artista. Es como un vaso, que para llenarlo primero se lo tiene que vaciar. Es como la respiración, que exala e inhala, como el propio universo que se expande y se retrae, en una constante búsqueda de equlibrio.


En el 2014 espero volver a escribir como lo hacía antes para compartir mis experiencias con toda esa gente linda que se arrimó y comentó en el blog. Fue una experiencia enriquecedora en todos los sentidos para mi. Este año me gustaría ir a un taller literario y aprender técnicas de escritura. No pretendo ser una erudita en el arte de la narración. Soy autodidacta de vocación. Me identifico con la lectura fácil, cotidiana y costumbrista porque me gusta el arte de la calle. No soy ni seré de la academia jamás ni en la pintura, ni en la escritura, en nada.


El arte me salvó de la tristeza y soledad que me causó la sordera. Paradojicamente la soledad fue mi mayor compañía en momentos cruciales e intensos de mi vida. La soledad la encontré en el silencio y el silencio abrió la puerta de mi mundo interior, lleno de historias de todo tipo, lleno de vida.


«Estoy en la universidad de la vida», le escribí a mi madre desde Grecia, donde trabajé como campesina en la cosecha de olivas y naranjas. Aprendí mucho en la calle y me transformó en lo que hoy soy. Tenía que vivir para contarlo, por eso largué los libros y me puse una mochila en la espalda. Cuanto más avanzaba mi sordera, más fuerte era mi necesidad de estar afuera, en la acción, en la aventura y con la gente como maestros.


Luego de muchos años llegó el implante coclear en mi vida, me devolvió los sonidos y lo compartí en el blog. Luego lo compartí en mi taller de pintura con alumnos. Ahora puedo escuchar, dar clases y compartir mis aprendizajes. De todos modos sigo con mi soledad. Ella no me deja sola. Como lo ha escrito Georges Moustaki en una hermosa canción: «No, no estoy nunca solo con mi soledad». Me siento privilegiada de tener ese mundo interior porque allí se gestan mis proyectos y mi arte.


Hay que encontrar tesoros y riquezas en nuestros sufrimientos. Con la sordera encontré mi mundo interior.


Esta noche festejaremos la llegada de un nuevo año y con ello renovaremos la esperanza. Quiero que sepan que siempre los tengo en mi corazón y no los olvido nunca. Les deseo todo lo mejor en el 2014. Qué este año que viene nos mantenga unidos y podamos compartir nuestros aprendizajes con el silencio, el implante coclear, con nuestros éxitos y frustraciones para llevar un mensaje de esperanza a todos los que buscan en la internet ayuda.


El arte salva


Besos a todos

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La sordera es invisible pero aisla más que la ceguera. No me gusta comparar pero eso es lo que los médicos dicen. No me extraña, el silencio me aleja de todos los que me rodean. Me aleja de la vida.


Con el implante coclear recuperé la audición perdida, lo que me permitió retomar actividades que en el silencio no puedo hacer. Antes de seguir con mi relato quiero aclarar que lo que oigo con el implante no es lo mismo que un oyente. Primero de todo oigo y escucho con un solo oído. En segundo lugar escucho con 24 electrodos en vez de las cinco mil células ciliadas que forman parte del complejo y perfecto oído humano. Pero todo está «en relación a» en la vida. Lo mismo pasa con los colores de un cuadro. Cada color se hace valer en relación a otro. Un rojo al lado de un verde resalta más que si estuviese al lado de un naranja. Yo oigo miles de sonidos maravillosos con el implante coclear que para un oyente son rústicos e incompletos. Es la famosa ley de la relatividad.


La sordera nos limita la comunicación, que es fundamental en la vida de cualquier persona. Yo no pude terminar la facultad porque no escuchaba más a los profesores. Perdí trabajos por ese mismo motivo. Soy buena en ventas y hablo cuatro idiomas pero nadie quiere tener a una vendedora o guía turística sorda, claro está. Al no encontrar un empleo en relación de dependencia me dediqué a la artesanía y pintura. Me gusta trabajar con las manos y no necesito oídos para ninguna de esas dos actividades.


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La pintura es mi vocación y la artesanía fue mi medio de subsistencia durante años pero un día me cansé de trabajar mucho y ganar poco. Me volqué a la ilustracíón y busqué clientes en las agencias de publicidad. En aquel entonces vivía en Recife, un lugar turístico. Me dediqué a dibujar y pintar en acuarela mapas del Estado de Pernambuco y sus hermosas playas tropicales. El primer mapa que pinté me lo encargó un tal Marcos Lira, para la municipalidad de Olinda. Este señor se aprovechó de mi sordera y me estafó. Yo no escuchaba nada en las reuniones que tuvimos con la agencia de publicidad que se encargaba de promocionar esa ciudad. Dependía de las traducciones de este buen señor que era muy simpático pero solo me decía lo que le convenía y me ocultaba el resto. Le pedí un contrato por escrito y me dió vueltas y más vueltas con un «no te preocupes», «ya lo vamos a hacer» «¿No confiás en mi palabra?» No me quedaba otra alternativa. Necesitaba trabajar. Resultado: Solo recibí el 10% de lo estipulado. Sentí una gran frustración pero no me pude defender.


Un día el teléfono tocó y mi hija atendió. Era mi amigo Antonio, artesano al igual que yo pero ella me dijo que era Marcos Lira. Tomé el tubo con odio y le dije:

– ¡Hay que ser caradura para llamar!

– Me parece que no estás de muy buen humor hoy

– ¡Claro que no!, ¡cada vez que escucho tu nombre me pongo de muy mal humor, sinvergüenza!

– Mejor te llamo otro día entonces.


Antonio era un hombre tranquilo y humilde. Cuando me dijo que iba a llamar otro día lo reconocí en el acto. Le pedí miles de disculpas. Todavía me río cuando me acuerdo de la conversación. El humor siempre ha sido mi mayor remedio contra la amargura. Muchas de las situaciones que pasamos los sordos de tan absurdas se vuelven divertidas y esta fue una de ellas.


Me han estafado muchas veces en la vida. Tambien trabajé gratis con la esperanza de que un día valorasen mi trabajo. Nada de eso sucedió pero adquirí experiencia y un vasto curriculum.


La pintura y las ilustraciones no me aportaron la estabilidad económica que necesitaba para vivir así que un día tuve que volver a la artesanía para el pan diario. Decidí pintar y vender ropa de playa, en la playa. No podía hacerlo sola porque no escuchaba a los clientes cuando me llamaban. Marulinha – mi hija de corazón – se caminaba kms en la arena conmigo. Llevabamos la ropa en una canasta y los pareos alrededor del cuello. No oía pero hablaba y así encantaba a los clientes con mis cuentos tanto en portugués, español, francés, inglés y unos rabiscos en italiano. Nos hicimos famosas y vendíamos bien pero el dinero solo daba para comer. De todos modos siempre que ponía los pies en la playa frente a ese mar turqueza intenso, agradecía a Dios por la oficina que me había tocado. Era hermosa pero también era agotador caminar bajo el sol rajante sobre la arena blanda durante cuatro horas seguidas. Mi esfuerzo dió resultado y saqué adelante la economía porque dos niñas adolescentes dependían de mi y una de ellas era mi hija.


Cuando volví a Argentina perdí el cinco por ciento de audición que me quedaba. Conocí al Dr. Arauz de casualidad y me aconsejó hacer un implante coclear. Yo no quería saber nada pero no me quedaba otra alternativa. No supe del paso importante que había dado hasta algunos meses después de la activación. No tenía expectativas y por eso que lo mío fueron todas ganancias. Con el implante llegaron los sonidos y con ellos nuevas oportunidades. Abrí un taller de pintura.


taller


Antes del implante coclear no hubiera podido ser profesora. Ahora escucho las voces de mis alumnas cuando me llaman y hacen preguntas. En el 2008 me operé y en el 2010 abrí el taller de Olinda: Oficina de Arte. La primera alumna sorda que tuve fue Alma. Luego llegaron Diana, Loli y Maffy. A Laura la trajo Loli y otras amigas le siguieron. Son todas distintas, algunas con implante, otras con audífonos, o sin audífonos, oralistas y gestuales. Entré en la dimensión de la discapacidad auditiva, con todos sus matices. Un nuevo mundo se me abrió. Laura y Loli me enseñan la lengua de señas entre risas y colores. Gracias a ellas descubrí lo fascinante que es.


taller2


Amo mi taller, mis alumnas y la diversidad. En Olinda Arte conviven artistas oyentes y sordas de todos los colores, en armonía. El arte es nuestro idioma en común y nos entendemos muy bien. No las quiero nombrar a todas por miedo de olvidarme de una ya que todas son especiales para mi.


Gracias chicas. Las quiero

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