Olivia Castro Cranwell
Lo deben hacer a propósito, para que una pierda el control y así dominar la situación – se dijo. Estaba nerviosa, hacía media hora que esperaba en un despacho para ser entrevistada. Quería el trabajo a toda costa. No fue porque le gustase ser recepcionista, pero sí por su necesidad de ganar plata, para que su madre dejase de tratarla como una incapaz. Ella podía trabajar a pesar de su limitación y así quiso demostrárselo. Ya sé que recepcionista no es lo mejor para mi, pero bueno, es lo que ofrecen- pensó.
Se arregló la pollera en forma de tubo mil veces. Dejó entrever parte de sus piernas para atraer la mirada, pero no demasiado para no parecer puta. Se arregló el pelo, no soportaba que el rulo de su flequillo tomase la curva al revés. Se lo había alisado para la ocasión, pero el rulo volvió a surgir, triunfante, con las tres gotas de transpiración que cayeron por su frente. Además, temió que la transpiración hiciese una pasta con el maquillaje que expandió por su rostro para parecer bronceada y esconder su blancura de verano haciendo la plancha en su bañadera llena de agua fría. Uno es pobre pero tiene dignidad – se dijo, orgullosa.
Escuchó su corazón latir como un despertador a cuerda cuando se abrió la puerta. En la sala entró un hombre de estatura mediana, ojos azules, canoso, delgado, un hombre bastante atractivo si no fuese por un enorme bigote que le tapaba el labio superior ¿Cómo es posible que tenga tanta mala suerte?- pensó decepcionada. El hombre se dirigió hacia ella, le apretó la mano con fuerza y dijo
– Buenos días, mi nombre es Norberto -. Se sentó del otro lado del escritorio, frente a ella- ¿Y usted cómo se llama?- le preguntó.
– Camila, señor.
– Me puede llamar Norberto.
– Gracias… señor.
Norberto le pidió el currículum con una sonrisa amigable. Ni la sonrisa me ayuda –suspiró Camila. Le miró la boca con insistencia, esperando comprender.
– El currículum, por favor- insistió mientras extendía la mano hacia ella.
– ¡Ah, claro!, ¡el currículum!
Cuando abrió el bolso para buscar la carpeta se le cayó el lápiz labial al piso. Se agachó para recogerlo y el bolso se le dio vuelta dejando caer todo lo que llevaba dentro. Nuevas gotas de sudor destiñeron el rimel que chorreó por sus ojos. Se los quiso frotar pero supo que sería peor. Su corazón parecía una locomotora. No consiguió disimular tanta torpeza. Se arrodilló para recogerlo todo y su pollera se levantó dejando entrever sus muslos. Tiene buenas piernas- pensó Norberto, divertido con la situación. Contuvo la risa y recogió una moneda que aterrizó al lado de su zapato. Se la entregó con un gesto compasivo.
– Disculpe, gracias, disculpe– repitió Camila, con la mirada baja.
Finalmente juntó todo, sacó el papel de la carpeta, cerró la bolsa, se volvió a sentar y acomodó el mechón rebelde, furiosa. Le entregó el currículum con una mueca en forma de sonrisa. Con un guiño, Norberto tomó el papel, le agradeció y preguntó cuántos idiomas sabía hablar. Camila, mientras tanto, le estudiaba el bigote como hipnotizada. Parecía una obsesión. Norberto se sintió incómodo pero también halagado con la actitud de esa chica torpe y hermosa; hay que reconocerlo– pensó. La miró, inclinó su cabeza como lo haría un cachorro al escuchar un silbido y con una sonrisa esperó su respuesta. En vez de eso Camila le pidió si podía repetirle la pregunta mirándolo fijamente a los ojos y luego al bigote, como si estudiase un mapa indescifrable que le revelaría dónde se encontraba el tesoro.
– Es un poco tonta esta chica, aunque bella; hay que reconocerlo ¡Y cómo me mira! ¿Tendré monos en la cara?, digo. Me parece que lo que ella quiere es algo más que un trabajo- sostuvo. la miró con curiosidad , tosió y le repitió pausadamente.
– Idiomas, ¿Cuántos idiomas habla?
Camila, sin perder de vista el bigote de su interlocutor, respondió
– Dos, señor: español y portugués.
– Llámeme Norberto- insistió y continuó -. Qué pena que no hable en inglés, es un idioma imprescindible en el ámbito hotelero -. Cómo me mira esta mina- no pudo dejar de pensar.
Camila leyó los pensamientos de Norberto e intuyó sus palabras perversas sin despegar su atención del bigote y los labios que se escondían detrás de él, bailando con los sonidos graves que Norberto emitía por su boca.
– Una pena – volvió a repetir.
– Una pena ¿qué?- le preguntó ella.
– Una pena que -… ¿Será o se hace? No me escucha pero tampoco deja de besarme la boca con los ojos, eso sí.
Se miraron por un rato que les pareció una eternidad.
– Que no hable inglés, ¡es una pena!
Camila se sobresaltó con el grito de Norberto.
– Algo de inglés hablo, me las arreglo, pero no lo domino como el español y el portugués. Me presenté a la entrevista porque hoy en día hay muchos turistas brasileños en la ciudad, ¿no es así?-. No es tan tonta, me respondió con determinación. No entiendo. Si no es tonta, ¿qué es? ¿loca? Sí, es loca, pero linda, hay que reconocerlo. Continuó con la entrevista:
-Es cierto, tenemos muchos brasileños últimamente pero necesitamos personal que domine el inglés porque es un idioma universal. Tampoco hay que olvidar que tenemos turistas de todas partes de Europa y casi todos ellos hablan en inglés. Y los americanos, obviamente, que no son tantos, pero siempre los hay-…Camila se enroscó con los movimientos misteriosos del bigote de su interlocutor, tan grueso, tan largo, un estorbo a su parecer. Perdió la noción del tiempo y del espacio-.Pensamos ampliar nuestro mercado en Oriente. Cada día llegan más chinos a nuestra ciudad, que se comunican con nosotros en inglés, obviamente -… La entrevista se estancó en un lejano plano, inaccesible a ella. Necesitaba atravesar esos bigotes y llegar a los labios de su entrevistador para que le otorgasen esa tranquilidad que solo ellos le podrían dar en un momento tan íntimo y aterrador como ese.
– No sé señor, no sé si esto vale la pena- balbució sin desviar su vista de la boca de Norberto.
Él no quiso dejarla ir. Esa chica era algo tonta, muy loca, pero preciosa y estaba muerta por él. Nunca una mujer llegó a desearlo de ese modo en una estúpida entrevista. Sus bocas se encontraron a pocos centímetros de distancia la una de la otra. Ella se le había acercado poco a poco con cada palabra que él le había pronunciado. Norberto se enamoró de esos ojos color miel que lo miraban con desesperación implorando por su amor. Cerró los ojos y la rozó con los labios. Camila despertó de su confusión con la lengua de su entrevistador dentro de su boca y se echó para atrás violentamente. Se incorporó en el asiento y lo miró con exagerado asombro. No pudo contener las lágrimas de la indignación y preguntó
-¿Qué hace, se volvió loco?
– ¿Vos creés que me podés engañar, pendeja? ¡No dejaste de desearme en toda la entrevista!
– Señor…
– No me digas señor, ¡decime Norberto!- le gritó furioso.
– ¡Señor Norberto!- exclamó triunfante-. Norberto es su nombre, claro, ya me lo había dicho antes, claro-. Señor, Norberto, ¿de donde sacó esa descabellada idea?
-¿De donde? De tu mirada, nadie te mira así porqué si. Moriste por mí, no sé porqué pero eso fue lo que sucedió y ahora te venís con una de santita.
Camila se arregló el flequillo, se levantó, bajó su pollera tubo hasta las rodillas, acomodó su bolso en el hombro, se dirigió hasta la puerta y le dijo
– No, señor Norberto, y no me tutee, por favor. Lo único que le miré es su horrible bigote, por no poder mirarle la boca, más precisamente el movimiento de sus labios, porque yo escucho y miro con los ojos, cosa que usted no pudo darse cuenta, ¡idiota!-. Salió dando un portazo.
Del otro lado de la puerta Norberto se dijo, ¡Menos mal! Me saqué una loca de encima; hermosa, hay que reconocerlo.