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Archive for the ‘música’ Category

La sordera es una discapacidad invisible tanto para el oyente como para el que lo padece aunque la ceguera a veces también lo es. Mi madre tenía problemas de vista y por coqueta se negaba a usar anteojos. En la calle saludaba al azar “por si acaso”.

 

A Gustavo lo conocí en la facultad. Formamos parte del mismo equipo de trabajo con otros dos compañeros pero un día abandoné la carrera, vencida por la sordera y me fui del país. Volví a Buenos Aires tres años después. Alquilé un departamento y encontré un trabajo en un estudio de arquitectura.


 

El reencuentro con mis amigos fue difícil. Se habían casado, algunos tenían hijos, otros eran profesionales, menos Gustavo que largó la facultad cuando le faltaban cuatro materias para terminar la carrera porque se dio cuenta que lo suyo era y es la fotografía. De compañeros pasamos a ser amigos cercanos y compartimos muchos momentos juntos en esa etapa de nuestras vidas.



 

Y cómo Dios los cría y el viento los amontona, Gustavo y yo nos reencontramos por segunda vez en el año 2010. Retomamos nuestra amistad enseguida. Nos hicimos amigos de nuestras respectivas parejas y ellos se hicieron amigos a su vez. Una noche, luego de la cena y con una copita de licor de frambuesas en la mano, recordamos tiempos pasados.



 
— ¿Te acordás del departamento de Nuñez, donde viviste?— me preguntó Gustavo.
— Si, claro — le respondí
—¿Cuál era el nombre de la calle? — continuó
— ¡No me acuerdo! — le confesé avergonzada
— Había una placita frente al edificio
— ¿En serio?
— Me parece haber pasado por ahí la semana pasada ¿Te acordás del departamento por dentro, no?
— Si, por suerte — le dije y nos reímos — Era blanco, tenía un sillón hecho con una base de cemento. Era luminoso a pesar de ser un contrafrente. La cocina estaba integrada por una barra al living…
— Y ponías la música a todo lo que da — añadió.— ¡Loca! ¡Bajá la música, loca! ¡loca!, te gritaban los vecinos y vos seguías de lo más pancha.
— ¡No te puedo creer! ¡No sabía nada!
— Si, gritaban desde sus ventanas. Habían perdido todos los modales.
—¿Y por qué no me dijiste nada? — le pregunté intrigada.
— Porque te hacía feliz escuchar música.



 

vecinos


Gustavo fue el único amigo que se dio cuenta que yo no era feliz. No aceptaba mi sordera progresiva, no quería usar audífono. Acoplaba mi mano detrás de la oreja para captar las palabras. El problema no eran mis amigos, era yo. Me sentía invisible, no podía participar en ninguna reunión. En las fiestas me iba sin saludar a nadie, segura que no me registraban pero estaba equivocada porque al otro día me llamaban para preguntar que había pasado. Nunca les decía porqué, escondía mi dificultad. Sufría mi silencio sola y para espantar los males ponía la música a todo volumen en un acto de rebeldía contra el destino. La música me devolvía la vida. El silencio era mi muerte, la desconfianza mi constante.


Me cruzaba con los vecinos en los pasillos del edificio, en la puerta de entrada o en la escalera. Los saludaba rápidamente y bajaba la cabeza inmediatamente después para evitar una conversación de la cuál iba a salir perdedora. Puede ser que ellos aprovechaban ese momento para quejarse de la música, me pedían que bajase el volumen, que había un bebé, un enfermo, que no podían dormir. Puede ser que tocaron varias veces mi puerta, tantas cosas pueden haber ocurrido sin saberlo yo.



 

gustavo.jpg


Gracias Gustavo

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Hoy, 24 de mayo, cumplí 14 meses sin fumar y me olvidé. Mis compañeros ex-fumantes me lo recordaron. Eso es bueno, demuestra que ya no cuento más los días como si fuese una convicta. De todos modos no quiero cortar mi «diario mensual» así que aquí lo escribo aunque sea cortito. Me siento libre y feliz pero tengo que reconocer que todavía tengo ganas de fumar. No son esas ganas desagradables, el cigarrillo no me saca más el sueño desde hace rato ya. Son recuerdos y nostalgias que me atacan cuando veo a alguién prenderse un pucho o al oler la nicotina fresquita desparramarse por el aire. Es un minuto, o algunos segundos solamente.Pero ahora no me peleo más con esas ganas, las acepto y las dejo pasar. Del mismo modo que llegan se van.



Cuando veo a alguién nervioso para salir a fumar afuera y cuando escucho que alguién está enfermo por causa del cigarro y no lo puede dejar recuerdo todos los motivos que me impulsaron a abandonar ese vicio maldito y me siento afortunada. Me libré de un gran problema.

Yo era una fumadora de dos paquetes de cigarrillos diarios. Salía a la calle a la madrugada si se me habían acabado, la pasaba mal en lugares libres de humo, me quedaba sin aire al subir diez escalones, me despertaba a la mañana con fuego en el pecho, fumaba un paquete entero en una noche de fiesta, prendía un cigarro mientras otro se consumía en el cenicero, le mentía a la gente que quería para fumar escondida… Me había olvidado como vivir sin fumar.


Con todo esto quiero mandar mi mensaje por el ciber espacio para decir que si yo pude cualquiera puede. ¡¡¡ Se puede!!!



Nunca se den por vencidos, nuestras vidas se lo merecen y agradecen.

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Hace un año y medio que me activaron el implante. Hace un año y medio no oía ni mi propia voz, todo era absurdamente frío y silencioso. El silencio tiene consistencia, parece una película fina, transparente y aislante. El silencio aisla. Desde que me activaron hasta ahora conquisté muchos sonidos y no tengo que hacer tanto esfuerzo para mantenerme comunicada. Todos los días tenía que luchar contra esa película aislante. Era una lucha constante para no caer en la soledad que produce el no oir. Durante este año y medio redescubrí muchos sonidos y en este último mes conquisté dos metas titanicas: el teléfono y la música.



Antes de implantarme tenía un sueño: volver a escucharle las voces a la gente y seguir una conversación. El resto lo consideraba un regalo. Nunca pensé que algún día podría volver a hablar por teléfono o escuchar una melodía con precisión. Es un verdadero regalo.


Hacía quince años que no escuchaba una canción entera, sólo sonidos incomprensibles e irritantes a través de un audífono. Lo que más extrañé al quedarme sorda fue la música, porque es irremplazable. Considero la música el arte mayor por excelencia porque toca las emociones sin ningún tipo de filtro cultural o intelectual. La música te hace llorar, reír, emocionar, recordar. Te pone feliz, triste, melancólico, enérgico, violento, dulce, espiritual, sensual, etc y etc. La música es mágica.


Las estadísticas de mi blog me dan un dato insólito. La palabra más buscada para llegar a él es: música. Todos los días es así. Se deben llevar un fiasco al encontrarse en el blog de una sorda y no deben quedarse por mucho tiempo aquí. Esto me demuestra una vez más el efecto de fascinación que produce la música en la gente. Son miles de personas fuera y dentro de la red buscando y escuchando música todos los días y en todo momento. Es una industria millonaria.


Viví muchos años en Brasil, un país donde la gente respira música. Gracias a ellos pude seguir conectada con esta última. Escuchaba a través de los oídos de los otros y de la vibración. El audífono me daba una idea de que iba el ritmo. Mis amigos bailaban alrededor mío y cantaban para que les lea los labios. Me ayudaban a bailar… y bailaba.


¿Como explicar lo que es la música? Esto me recuerda a la película «los hijos del silencio», cuando la mujer sorda le pide al marido que le transcriba la música que estaba oyendo. Él se contorsionaba intentando escribir en el aire las vibraciones que esta emanaba, en vano. El implante me devolvió la música y me siento FELIZ.


Con el teléfono igual, aunque no me produzca felicidad. Escuchar a quién me habla por teléfono solo me produce alivio. Antes levantaba el tubo cuando estaba sola en casa y no tenía otro remedio. Casi siempre terminaba la conversación que todavía no había empezado con un «soy sorda, vuelva a llamar más tarde». Tengo un mal recuerdo al depender de los otros para hablar por teléfono. En esos momentos la gente no tiene paciencia. Después llegaron los celulares y la internet, dos herramientas indispensables para los sordos, por lo menos para mí. Soy un as escribiendo mensajitos de texto…jejeje. Sigo sin escuchar las grabaciones y los telefonistas que llaman para ofrecer alguna promoción. Hablan a toda velocidad y no me dan tiempo para decirles que no les entiendo nada, ni les quiero entender.


Empecé a escribir este blog pocos días antes de implantarme. He contado toda mi experiencia desde el día que me activé hasta ahora y no puedo dejar  pasar por alto algo tan relevante como la MÚSICA y el teléfono. Un motivo más para decirles que el implante me cambió la vida.


Acá subo una canción nordestina, pernambucana, de Alceu Valença y Zé Ramalho… ¡porque me encanta! 🙂






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Desde que abrí el taller de pintura no tengo más tiempo para escribir en el blog. Estoy muy contenta con mi nuevo proyecto ya que realicé el sueño de mi vida, tener un espacio propio para pintar. Antes pintaba en mi cuarto. Lo transformaba según las necesidades. De día un taller, de noche un dormitorio. Cuando terminaba de pintar tenía que juntar todos los pomos, guardar el caballete, sacar los papeles de diario que había puesto en el piso, el bastidor, etc. Era muy cansador ya que después de ocho horas de trabajo lo único que quería hacer era tirarme en la cama y no pensar más. Ahora puedo dejar el bastidor encima del caballete y los pomos en la mesa. Me siento millonaria por ese motivo.


Con el taller vinieron alumnas, las primeras de mi vida. A decir verdad ya dí clases de pintura hace 17 años atrás en el colegio francés de Recife. Me hice maestra por una cuestión de necesidad mayor. Ese hecho me abrió las puertas al mundo del arte y empecé a pintar profesionalmente.



En aquel entonces yo trabajaba haciendo y vendiendo artesanías de todo tipo. Mi hija tenía una beca en el colegio francés, que renovaba todos los años. Ese año decidimos no renovarla porque nos ibamos a vivir a Rio de Janeiro. A último momento el proyecto se pinchó y se había acabado el plazo para pedir la beca. No sabía que hacer, no podía pagar el colegio francés porque este era en francos ( ¿o ya eran euros?). La cotización del franco aumentaba todos los días por causa de la hiperinflación que Brasil padecía en aquel entonces. Fui a verlo al director del colegio y le conté mi situación. Me atendió muy bien y dijo algo que nunca voy a olvidar:


«Ningún francés deja de estudiar, ¿Qué sabe hacer usted?»


– «Pintar»


– «Bueno, traigame alguna de sus pinturas para que la vea».






Estaba cansada de hacer artesanía que al fin de cuentas no deja de ser un trabajo de obrero al repetir una y otra vez lo mismo. Se me ocurrió pintar un cuadro de la playa de Boa Viagem – en Recife – con la intención de reproducirlo en forma de postales y posters para la empresa de turismo de Pernambuco (Empetur). En ese cuadro dibujé y pinté los personajes y las situaciones que se ven en el día a día en forma de historieta. No faltaba nadie: las niñeras con los chicos, los turistas, las prostitutas, el ladrón, el policía, los artesanos, las bellas desfilando por la costa, el bañista, los payadores y los miles de vendedores que te ofrecen desde cangrejos, anana, agua de coco, sandwiches, ostras, artesanías, cervezas, pescado frito, etc y etc. Conozco esa playa de memoria no sólo porque viví como también porque vendí durante años artesanía ahí. Caminaba por la arena y ofrecía mis «artes» a la gente. Conocía a todos los vendedores, algunos de ellos me cambiaba una pulsera por 12 ostras o por cangrejos deliciosos.




Volviendo al cuadro, se lo llevé al director del colegio. Le gustó mucho. Me propuso hacer una exposición en el colegio y me preguntó si podía dar clases de pintura a los chicos de la primaria. Ese colegio era igual a los colegios rurales que hay en el interior de Argentina o Brasil. Sólo había 50 alumnos en total. Toda la primaria estudiaba en una misma sala y con una única maestra. Los de secundaria estudiaban con el director y mandaban sus tareas y examenes por correo a Francia para que se los corrigan allí. En el colegio no había un profesor de arte y yo acepté en el instante. Pagué el colegio de mi hija dando clases de pintura gratis. Fue una experiencia fantástica. Estudiabamos en un jardín lleno de árboles frutales como mangos, goiaba, cocoteros, pitanga, etc. Dos monitos revoloteaban alrededor de la mesa fascinados con los lápices de colores que al primer descuido robaban.



En el colegio hice mi primera exposición. No tenía dinero para ponerle marcos a las acuarelas y las monté con papel de cartón. El cónsul me compró el cuadro de la playa de Boa Viagem y el director de la Alianza Francesa me propuso hacer una exposición allí. Esa fue mi primera exposición formal. A los franceses les gustaba mi pintura y me las sacaron de las manos. Vendí todo. A partir de ahí dejé la artesanía y me dediqué a pintar hasta el día de hoy. Ahora tengo mi taller y lo estoy disfrutando mucho. De todos modos no quiero dejar de escribir en el blog aunque se me haga difícil. Mucha gente entra buscando información sobre el implante coclear y para dejar de fumar. Me gusta ayudar a la gente y espero poder seguir adelante.




Edito y subo esta música de Alceu Valença, de Recife. Esta canción habla de la playa de Boa Viagem. De esta vez pude escucharla gracias a mi implante coclear. ¡Cómo me alegra la vida!


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La frontera

Las fronteras despiertan mi vena aventurera. Al cruzarlas se abre una pueta hacia un nuevo horizonte que se me presenta virgen y lleno de novedades. Me encanta viajar, de chica escribía en mi diario como iba a dar la vuelta al mundo lavando platos en la cocina de un barco. Algo de eso hice pero por tierra y con una mochila en la espalda. A decir verdad siempre viajé. Nací en Francia y a los tres años me llevaron a vivir a Argentina. A los ocho años me subían sola a un avión para ir a visitar a mi abuela en Paris. Las azafatas me regalaban caramelos y me llevaban a ver las estrellas desde la cabina. Era fascinante. Cuando cumplí once años mis abuelos se fueron a vivir a Senegal. Ese país me impactó y despertó en mi un deseo de conocer los tantos mundos que existen en este planeta. Se me abrió una nueva lente y pude ver que mi realidad era sólo una entre miles y nunca más pude creer de que con tantas caras sólo exista UNA verdad.

A los 14 años fui a Brasil por primera vez. Estaba en el campo de una amiga en la provincia de Corrientes. La mamá nos llevó a la frontera para almorzar y comprar ropa del otro lado del río, en ese enorme y exótico país llamado Brasil. Sólo fuimos por el día pero mi vena aventurera latía a gran velocidad. Sentía un deseo irresistible de tomar un ómnibus y entrar más y más adentro de ese extraño y fascinante país. No sé porque pero siempre sentí una atracción especial por Brasil. Sus mezclas, colores,olores; todo intenso y sensual.

Quién me hubiera dicho que doce años despues iba a volver a cruzar esa misma frontera para cumplir ese sueño y subir 5000 kms hasta llegar a Recife. Me fui por un mes, a ver el Rock en Rio y me quedé veinte años. Allí nació mi hija, tuve mi casa, empecé a pintar profesionalmente y encontré mi lugar. La gente me preguntaba porque había elegido Recife para vivir al haber nacido en Paris y vivido en Buenos Aires; dos grandes capitales. «En Francia me consideran una india y en Argentina una franchuta, en mis dos países soy media extranjera así que me vine para acá y así  soy completamente extranjera» les decía medio en broma, medio en verdad.

Las circunstancias de la vida me hicieron volver a vivir en Argentina despues de 25 años fuera. Soy única hija y mi madre vive acá, mi papá ya se murió. Me siento en la obligación de estar cerca de ella en esta etapa de su vida. Es una obligación voluntaria y conciente, me gusta que sea así. Tengo mi familia diseminada por el mundo. Estoy feliz en Buenos Aires pero extraño profundamente Brasil. Allá me olvidé lo que significan las palabras soledad y depresión. Creo que sobreviví tan bien a la sordera por la facilidad de comunicación que la gente de Recife tiene. Te hablan con el cuerpo: gesticulan, son expresivos y te tocan. Nunca me sentí una deficiente en Recife, hace relativamente poco que esta palabra entró a formar parte de mi vida. Eso me permitió hacerme el implante, eso sí.

Tengo residencia en Brasil por ser madre de una brasileña pero si estoy más de dos años fuera del país la pierdo y siento perder veinte años de mi vida también. Hace cuatro años que estoy en Argentina y esta es la segunda vez que cruzo una frontera para tener el sello de entrada y salida al día. Es por eso que volví a cruzarla la semana pasada con el pie roto, porque se me iba a vencer. Me sentía ridícula dando saltitos con mis muletas entre los turistas que se iban de vacaciones a las playas paradisíacas que ese país ofrece. Al encontrarme con la policía fui directo al grano y les dije que sólo estaba ahí por mi visa. Me la dieron en el instante, con un sentimiento de solidaridad.

Cuando pisé el suelo brasileño sentí una emoción subir por mis poros. Estaba en casa. Fuimos a almorzar en un restaurante, comida típica de Brasil: arroz, feijão,  farofa, salada e carne. Todos eran simpáticos y cordiales. No sé si era mi pie roto, el hecho de hablar portugués o porque compartían mi emoción. Les conté que hice 1600 kms (con la vuelta) con el pie roto sólo para renovar la visa: «Eso es amor, paixão pelo Brasil»

Ahora tengo dos años más pero de esta vez quiero volver por la puerta grande, a Recife, para matar as saudades do meu coração. La vuelta fue agobiante. Fue el día más caluroso del verano y llegamos muertos a Buenos Aires. Es un pena que Recife esté tan lejos de Buenos Aires, son 5000 kms de distancia que hice por tierra con mis 26 años a la búsqueda de la tierra prometida, la tierra de los cocoteros, el mar turquesa, el cielo de un azul intenso, la piel oscura, la carne dura, beleza pura (como dice la canción de Caetano Veloso). Al paraíso no lo encontré porque el paraíso no existe en esta tierra y la paz sólo la encontramos dentro de nosotros mismos. De todos modos me enamoré de Recife, un amor verdadero, un amor sincero que no puedo evitar de sentir.


Me aguarda Brasil, eu chego lá.

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Me voy

a la frontera de Brasil para sellar mi pasaporte porque el mes que viene se vence mi residencia. No sé si volverá a vivir a Brasil un dia pero extraño tanto ese país y mis veinte años de vida allá que quiero tener la puerta abierta. Para eso voy a hacer 1600kms ida y vuelta.

Yo no puedo caminar todavía y se me hincha el pie pero el que más hinchado está es Germán y me dijo que quería salir un poco de Buenos Aires. Además el mes que viene se le acaban las vacaciones así que acá estoy escribiendo con mi bolsa hecha, y otros montones de porquerías. Ese es el efecto vieja porque a mis veinte años con una bolsita me iba al otro lado del mundo.

Así que no voy a estar por unos días creo yo. Nos vamos por la provincia de Corrientes. La frontera es fea así que vamos a intentar conocer algún lugar en la provincia de Entre Rios para dormir porque tiene más bellezas.

Me llevo el implante con pilas, baterías, cable de repuesto, control remoto, imán y etc. Ahora soy la verdadera mujer biónica.

Espero ser una buena copilota, soy insoportable al lado de un conductor porque me la paso manejando mentalmente y le tengo bastante miedo y desconfianza a las rutas. Intentaré leer un libro o mirar el paisaje para no estar frenando con el pie porque lo tengo roto.

Les mando un beso a todos y espero volver al ciberespacio pronto.

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Todos dicen que me rompí el pie por algo, que es un signo, un mensaje y un golpe para cortar el ritmo y dedicar mi tiempo a pensar y poner al dia lo que dejé pendiente. La verdad que desde la cama no puedo hacer muchas cosas que le digamos, sólo leer, escribir o estar conectada a la internet. Y eso es lo que estoy haciendo desde entonces: navego por la internet y me acuerdo de la canción de Caetano Veloso que dice, «Navegar é preciso, viver nao é preciso». Navego como un barco a la deriva por los blogs, facebook, messenger, google, correos y demás. El tiempo se me escapa por las teclas y cuando me quiero dar cuenta ya es de noche. Sólo me levanto para ir al baño, una verdadera odisea.

Desde que me hice el implante coclear busqué y conocí gente con deficiencia auditiva a través de la internet. Desccubrí un nuevo mundo. Antes del implante al único sordo que conocía era mi padre que se comportaba como si fuese oyente. Nadie lo entendía, ni yo. Siempre viví con oyentes y me comporté como tal. Me faltaba algo que suplia con audífonos porque no hay cura para la otoesclerosis. Audífonos que fui cambiando a medida que mi audición disminuía. Pasé veinte años oyendo con audífonos y hace seis años que hice mis certificados de discapacidad: uno argentino y otro francés. En ese entonces vivía en Brasil y no tenía la menor intención de hacer un implante coclear aunque siempre estuviese presente en mí el fantasma del «hasta cuando, ¿hasta cuando conseguirè oir con los audífonos?». Ahora tengo el implante y mi vida dió un giro.

En estos días de reflexión obligatoria leí un post muy interesante en el blog de Lak: Desculpe, nao ouví!,  una chica implantada desde hace poco pero hipoacúsica desde hace mucho. Su blog es una joyita pero está escrito en portugués ya que es brasileña. Tiene alegría, creatividad (es publicitaria), información y humor. En ese post nos muestra – y la transcribo – una publicidad para una productora de sonido con el slogan: toda imagen tiene un sonido.

Las imagenes fueron creadas por DM9DDB, para la  productora de sonido  SaxsoFunny.

Es excelente, se oye con las imagenes, como me pasa a mí cuando estoy en el silencio. Al ser post-locutiva tengo un cerebro de oyente, que siempre busca el sonido. Es por eso que entiendo parcialmente la lectura labial, es como si hubiese aprendido un idioma nuevo  de adulta: nunca será perfecto. Siempre que leo los labios le invento una voz a mi interlocutor y si ya lo conozc le pongo la que ya tiene. En el año y medio que estuve en el silencio total (sin poder usar protesis) entré en una película muda que mi mente doblaba simultáneamente. A todo le ponía sonido, a los coches, gritos, perros, canilla y etc y etc.Escuchaba a través de las imagenes como lo explica Lak. Es por eso que es más rápido aprender a oir con un implante al ser post-locutivo, la memoria auditiva hace mucho.

Como muchos de ustedes no leen portugues transcribo algunas palabras de Lak aquí:

 «Al contrario de lo que se piensa mi cabeza no es un silencio constante. Está claro  que sin las prótesis no oigo casi nada, pero mentalmente imagino un sonido para casi todo lo que tiene sonido, con apenas mirarlo. Es por eso que el implante coclear me dejó tan maravillada. Oigo de nuevo  auditivamente los sonidos que  imaginaba y muchas veces se asemejan mucho. Eso sucede porque, a pesar de haberme quedado sorda relativamente chica, tuve tiempo de sobra para formar una identidad mental auditiva».

 

Obrigada Lak querida por ter me deixado subir esta entrada, assim vc permitiu ao povo que fala espanhol disfruta-la. Beijinhos 🙂

Al recordar la frase de Caetano «Navegar é preciso, viver nao é preciso»  le puse el sonido de la canción en mi mente, la busqué en el youtube y la subí.  Espero que la disfruten

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Despues de las fiestas Buenos Aires se transforma en una ciudad fantasma. La gente huye hacía las playas, quintas, campos, montañas o se sumerge en una bañadera de agua fría: el calor lo invade todo. Por suerte esta ciudad tiene muchos árboles antiguos y llenos de hojas que nos ofrecen su sombra fresca, es una de sus mayores cualidades, tiene unos árboles bellísimos. A mi me gusta caminar en las calles desiertas de Buenos Aires en enero, es un descanso a la locura urbana que transpira esta ciudad durante todo el año.

Los porteños organizan sus vacaciones con mucha anticipación y yo no estoy acostumbrada a eso, a decir verdad estoy muy mal acostumbrada porque viví durante veinte años en una ciudad rodeada de playas paradisíacas. Recife no se vacía en verano como pasa en Buenos Aires, esa ciudad tiene un ritmo constante durante todo el año como lo es su clima tropical. El sol nace y se pone a la misma hora y la temperatura se mantiene a los 33 grados de día y a los 22 grados a la noche siempre . No hay estaciones, sólo dos, marcadas por la época de lluvias y la época del sol rajante. No organizaba vacaciones, sólo me subía al coche y me iba a Porto de Galinhas a pasar el día, que se sitúa frente a un mar cristalino y climatizado, tomando un agua de coco y viendo el mundo rodar, como dice la canción de Vinicius de Moraes. Las vacaciones las teníamos todos los fines de semana, o cualquier día que quisiesemos escapar. Para ir a la playa desde Buenos Aires hay que hacer por lo menos 400kms. Las playas de acá son frías y ventosas, el mar es opaco y helado, la arena oscura y gruesa. Estoy muy mal acostumbrada y las playas de acá me parecen inhóspitas. Pero en Argentina hay otras bellezas, a mi me atrae sus montañas, la cordillera que atraviesa el país de norte a sur cambiando de colores y de climas a medida que la recorremos.

La semana que viene me voy a Salta y para eso saqué mi licencia de conducir argentina (la brasileña ya se venció) porque tendremos que manejar 1400 kms entre dos.

No sabía cúales iban a ser los inconvenientes que tendría que enfrentar para sacar una licencia de conducir siendo usuaria de un implante. Tomé un turno desde la internet- que me salva del teléfono- y me fui con Germán a la Dirección General de Licencias que se sitúa en un lugar muy lejano y de díficil acceso para quién no tiene coche. Fue un dia largo y sorprendente, un dia digno de ser contado.

Al llegar tuvimos que tomar un número y así nos dimos cuenta que lo del turno era puro cuento. Todos ibamos en fila india atravesando diferentes secciones para hacer el examen psicofísico. Pagué, llené mis datos, me sacaron una foto y me hicieron el examen visual. Hasta ahí todo transcurrió normalmente. Cuando llegué a la sección «examen auditivo» se me paró el corazón, no sabía con que me iba a topar. Me senté delante de la examinadora y le dije inmediatamente: «tengo un implante coclear». La médica me hizo unas preguntas y le entendí bastante bien. Me aprobó para sacar una licencia de discapacitado. Ya no sería una licencia común pero seguí haciendo el trámite como todos. Me faltaban todavía dos secciones: el examen psicológico y el examen físico.Cuando llegué a este último me encontré con un médico aburrido y distraído, me preguntó si me dolía algo a lo que le respondí que NO -obvio- y me aprobó así nomás. No lo podía creer, todo era tán fácil. Fui al examen psicólogico y de ahí pasé a la última sección, burocrática, que autorizaba hacer los examenes teórico y práctico. Pero algo sucedió, mi licencia era de discapacitada y no lo habían anotado como tal en la sección por cúal y tenía que volver a hacer todo de vuelta, desde el ínicio, pero sin hacer la fila (menos mal). Imagínense, tenía que pasar delante de las filas, bajo los ojos desconfiados de quienes estaban esperando hacía horas, para explicarles a los funcionarios que hubo una equivocación y que se tenía que hacer otro papel con mis datos, foto, y los respectivos aprobados. Tuve que explicar esto en cada sección, siempre bajo los ojos inquisidores de los que estaban en la fila, valiéndome de mis electrodos confundidos que intentaban descifrar las palabras de mis interlocutores, ahogadas entre los miles de ruídos que había en el ambiente. Fui venciendo todos los obstáculos hasta llegar al éxamen físico nuevamente. Ya no estaba más el médico aburrido y distraído, ahora era otra médica. Cuando vió mi trámite de deficiente algo le pasó, creo que no sabía lo que tenía que hacer e improvisó. Decidió que tenía que hacer el examen práctico primero para poder aprobar el fisico. Normalmente el práctico se hace a lo último, despues de haber aprobado el psicofísico y el teórico, pero esta médica lo decidió así. Quise discutirlo pero era muy complicado cuestionarla, mucho más con la dificultad que tenía para oirla así que preferí hacerle caso. Me preguntó si tenía un coche, le dije que sí (por suerte, ya que el práctico se hace otro dia) y ordenó que fuese inmediatamente con este último a la pista para hacer el examen YA. Había llegado a la Dirección de Licencias a las once de la mañana y ya eran casi las cinco de la tarde. Faltaba poco tiempo para que cierre sus puertas y no quería tener que volver a empezar todo de nuevo. Además es muy lejos y Germán no iba a poder acompañarme de vuelta.Salí corriendo a buscarlo, él estaba en otra fila interminable para renovar su licencia, es por eso que habíamos ido juntos. Le pedí que me llevase a la pista con su coche y me dejase allí porque yo no podía entrar manejando, podrían confiscarle el coche. Nos recibió un vigilante, Germán se bajó, volvió a su fila y yo tomé el volante. El vigilante me mandó andar unos metros, hasta una casita y esperar al funcionario que tendría que acompañarme en el coche durante el examen, por causa de mi condición de deficiente. Paré delante de la casita pero no aparecía nadie. No sabía que hacer y esperé. Despues de unos largos minutos salió un señor y gritó desde lejos para que arranque el coche y fuese a la prueba del estacionamiento, unos metros más adelante. Intenté explicarle que mi examen era diferente, que yo era discapacitada pero él estaba lejos, yo no le escuchaba nada y él no me registraba, seguía gritando y haciendo una y otra vez el mismo gesto para que me mueva de ahí. Puse el coche en marcha a pesar de saber que iba a tener que volver. Metros más adelante habían unos coches estacionando mientras el examinador los observaba. A este último le entregué el papel donde constaba mi trámite de discapacitada y dijo inmediatamente que tenía que volver a la casilla porque tenía que hacer el examen acompañada. Me armé de paciencia, puse primera, segunda y dí la vuelta a la pista entera hasta llegar nuevamente a la casilla. Estacioné y me bajé del coche para explicarle cara a cara al susodicho acompañante que no podía hacer el examen sin él. No le quedó otra y subió al coche. Cuando llegamos al estacionamiento el examinador se había ido a otro sector de la pista para otra prueba. Lo hicimos solos. Me adelanté, puse marcha atrás, doblé el volante y entré. En ese instante su celular tocó, atendió y se puso a hablar como si yo no estuviese allí. De todos modos soy sorda y estaba sentado del oído que no tengo el implante. Sólo oía unos bf%$heg&çer incomprensibles así que seguí haciendo lo mío. Entré demasiado rápido, estaba un poco ansiosa y toqué la barrera de atrás con el paragolpes. Aproveché la distracción de mi acompañante «especialista en deficientes» y salí de ahí como si nada. Me hizo de un gesto para que siguiese para adelante mientras continuaba hablando por el celular. A los pocos metros empecé a subir una rampa, mi acompañante colgó el celular, se bajó del coche y me hizo un gesto para que continuase sola, que lo estaba haciendo muy bien. Me sentía dentro de un cuento absurdo e incoherente, en el Macondo de Gabriel García Marquez. Bajé la rampa sola y me reencontré con el examinador del estacionamiento. Estaban haciendo otra prueba, una curva en marcha atrás. Cuando me vió sola me retó y dijo que yo no había hecho la prueba del estacionamiento. Le dije que sí, que ya había hecho la prueba con el otro examinador, el «especialista», pero que se fue. No me creyó y volvió a decir lo mismo con un aire de desconfianza desafiante. Lo miré fijo y le pregunté: «¿Usted cree que le estoy mintiendo?» Se puso serio, me miró y dijo: «Está bien, haga la marcha atrás y cuidado que no puede volver para adelante, ¿eh?». Me concentré e hice la marcha atrás con mucho cuidado, no sea que me equivocase y tuviese que volver a empezar todo de vuelta. Cuando llegué al final de la curva el examinador me dijo: «Está aprobada» No lo podía creer, acababa de aprobar el práctico. Me fui a la casilla para que me sellen el papel. Cuando llegué no había nadie, la sala estaba vacía. Esperé contando los minutos ansiosamente nuevamente. Al poco tiempo salió un funcionario y le expliqué que había aprobado el examen y tenía que registrarlo. Me dijo que me siente y espere porque mi trámite era muy complicado, no era un trámite como cualquier otro. Yo no veía ninguna diferencia pero les seguía la bola. Germán ya se tenía que ir -es profesor de teatro en la facultad en el horario de la noche- e intenté explicárselo. Me dijo que no podía hacer nada. Mis años de vida me han enseñado a no pelearme con un funcionario público así que le pregunté cúal era el colectivo que me llevaba al centro de la ciudad porque mi novio se tenía que ir. En ese momento llegó Germán y el funcionario cambió repentinamente de actitud, agarró un libro y se puso a registrar mi examen. Mientras tanto llegó otro funcionario muy simpático y alegre. Empezó a hacerme chistes por ser «brasileña». Me dijo que en Argentina era muy difícil hacer la licencia de conducir, no como en Brasil, donde sólo tenés que dar una vuelta a la palmera. Nos reímos un rato mientras mientras el otro escribía. Yo quería que escribiera y terminase para volverme con Germán de coche. Fue un examen muy raro por cierto pero no difícil, es más, me equivoqué y todo. En Brasil no tuve que dar la vuelta a la palmera, al contrario, tuve que pasarlo dos veces porque en la primera me reprobaron. Finalmente, entre risas y chistes registró mi examen y lo firmó. Volví corriendo al edificio para terminar lo que estaba haciendo antes de que se diesen cuenta que se habían equivocado con el número por cual y que la médica cambiase de idea con respecto a como debería ser mi examen físico. Guardaron todo en una computadora y me sellaron el papel que me autorizaba a pasar a las próximas dos etapas: el examen teoríco y el práctico, aunque este último ya lo hubiese aprobado. De repente nos encontramos con otra incógnita, debíamos especificar la adaptación que el coche necesitaba por tener una licencia para discapacitado. Le dije que manejaba coches comunes. No necesito cambios autómaticos ni ninguna adaptación, como una persona que anda en silla de ruedas por ejemplo. Hay muchos tipos de discapacidades pero los ponen todos en el mismo paquete y la computadora no lo sabe distinguir a uno del otro. La mujer me confesó que tenía que especificar una adaptación porque sino no lo podía registar. Le dije: «Ponga que debe llevar espejos en ambos lados», como cualquier coche normal y eso hizo por suerte. Decididamente fue un trámite improvisado. Todos estaban en la luna pero eran simpáticos e improvisaron a mi favor por suerte, creo que mi paciencia y buen humor les dió un empujón.

Algo me sorpendió del lugar. Mientras las horas iban pasando decenas de perros fueron entrando e invandiendo el edificio o puede ser que al irse la gente yo los veía más. Lamenté no tener una cámara de fotos, parecía un sitio tomado por los perros. Varios de ellos eran grandes y de raza, deberían ser abandonados. Le pregunté a la funcionaria que mientras escribía tenía un perro a sus pies y otros dos dormían bajo el escritorio vacío de al lado: «¿Estos perros son de ustedes?» Ella me dijo que sí, que les daban de comer. Le pregunté si habían sido abandonados y me dijo: «Sí, viven en la calle». Era una imágen muy extraña, deambulaban entre las personas y se recostaban bajo los escritorios ya vacíos. Mientras los miraba pensaba; ¿Y si alguién les tiene miedo a los perros, que hacen?.En Buenos Aires hay muchos perros, casi todos los tienen de mascotas y por lo visto tambien los abandonan. Pobres.

Hace poco crearon el curso obligatorio de seguridad vial. Hay que asistir a dos charlas que duran tres horas cada una antes de rendir el teoríco. Hay muchos accidentes en Argentina. No creo que este curso mejore esta  situación, lo que falta es una educación vial mucho más profunda y constante. Además, si todos pasan el práctico como yo lo pasé, no me extraña que montones de trogloditas estén al volante. Cuando ya estaba todo listo la funcionaria me dijo que fuese a marcar turno para hacer el curso. La agarré en el aire y respondí: «No puedo asistir a las charlas porque soy sorda». En ese momento me sirvió ser sorda. Tuvo que improvisar nuevamente y me pasó un enlace para acceder a través de la internet a las preguntas y respuestas del examen. Me dijo que lo estudie y que cuando venga pregunte por Cachito o Minguita para que me dejen entrar a hacer el examen directamente. Y eso es lo que hice, volví un mes despues (por falta de tiempo) y aprobé el teorico en diez minutos.

Pero la cosa no terminó ahí, ni bien terminé el teoríco que me fui a la casilla de la pista para que consten mi examen práctico aprobado.  Sólo así tendría mi licencia. Me atendió un señor con cara de pocos amigos, miró mi papel, vió que acababa de aprobar el teórico y dijo: «Ahora tiene que hacer el examen práctico». A lo que le respondí: «Ya lo aprobé, vine a que me lo selle». No le gustó nada ya que no se puede rendir el examen práctico antes del teórico. Desestabilicé su mundo: » El teórico va primero y el práctico despues». Intenté explicarle porque había hecho el examen práctico antes del otro pero no quería escuchar y volvía a explicarme de nuevo: » El teoríco va primero, el práctico despues». Insistí -intentando no levantar la voz- pero no hubo caso. En esos momentos me viene a la mente el «soy sorda y nadie me escucha». Este hombre no podía escucharme a pesar de tener oídos. Finalmente se irritó y me dijo que los del turno de la tarde estaban por llegar, que los espere y se los cuente a ellos. Al final de cuentas ellos lo habían hecho. Cuando llegaron todo se solucionó. Le expliqué mi caso, buscó el libro, encontró mi expediente y selló el papel; así de fácil. Al poco tiempo me dieron la licencia. La comunicación no pasa sólo por los oídos, hay algo más importante: la empatía, la simpatía, la cordialidad, la flexibilidad y la disposición.

Ahora tengo licencia nueva, mi primera licencia de discapacitada. La próxima semana lo voy a estrenar, me voy a Salta si Dios quiere por diez dias.

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Ese es el título del libro que quiero escribir. Forma parte de mi fantasía porque para escribir un libro no sólo necesito ordenar mis ideas y experiencias como también necesito aprender a manejar ese difícil y apasionante arte. Cuando el silencio invadió mi vida se me abrió una nueva lente y desde esa perspectiva vi cúanta gente deambula por el mundo sin escuchar. Me quedé sorda pero no muda (pobres de algunos) gracias a mi fabulosa memoria auditiva. Esta última me permitió seguir hablando a pesar de no oir mi propia voz y muchas veces parecía que tampoco la oían los demás. Hay verdades que molestan y preferimos no escuchar. El cigarrillo es un fiel ejemplo de ello. Un fumador sabe todos los males que el cigarrillo produce a su salud pero no quiere escucharlo porque sino tendrá que reconocer su adicción y hacer un esfuerzo para liberarse de la esclavitud que decora con la ilusión de sentir  placer. Para ello deberá enfrentar todos los miedos y frustraciones que guarda atrás de la cortina de humo. Es una obra difícil y ardua de lograr, lo digo por experiencia propia.  Nadie – en su sano juicio- seguiría fumando al saber que lo que se está enchufando es un veneno mortal. Miles de millones de personas siguen fumando a pesar de ello. ¿Por qué? ¿Porque les gusta? No: porque no escuchan, porque es molesto hacerse frente a ciertas verdades.

Sólo escuchamos lo que queremos, nos gusta que nos digan que somos maravillosos y que todo está genial. Si alguién menciona algún defecto que tenemos nos ofendemos instantáneamente. Es una arma estratégica para no escuchar, el enojo es un enorme tapón de cera. ¿Por qué nos molesta tanto reconocer nuestros defectos?  Vivimos en un mundo imperfecto y por lo tanto somos seres imperfectos, con defectos y cualidades. No existe el uno sin el otro como tampoco existe la luz sin la sombra, o la alegría sin la tristeza. No creo que podamos cambiar nuestros defectos pero sí creo en que tenemos la posibilidad de aprender y superarnos a través de ellos. Nuestros defectos nos dan la oportunidad de crecer… si los escuchamos. Esta sordera que padecemos no es física, es del ego que sólo oye lo que le gusta. Jean-Leloup dice: Pegale una cachetada a un hombre orgulloso y se enferma, pegásela a un hombre humilde (que se acepta como es) y te pregunta que te pasa. Porque envejecer es obligatorio y madurar es opcional.

Cuando dejé de oir con mi audífono busqué desesperadamente un diagnóstico. En ese tortuoso camino encontré varios médicos orgullosos que me recetaban cortisona y despachaban de su consultorio sin escucharme. Quería gritar pero sabía que no serviría de nada porque el problema no era el vólumen de mi voz y sí la falta de interés y tiempo para escuchar mi historia y descubrir lo que me había pasado (hay pocos Houses en la vida real). En vez de eso me recetaban cortisona, el remedio milagroso que por un lado te alivia y por el otro te destruye con los efectos colaterales. El doctor Santiago Arauz fue el único médico que me escuchó y registró como ser humano durante esa búsqueda; fue un oasis en el medio del desierto. Me sentí muy sola y abandonada a la buena voluntad y eficiencia de algún iluminado en ese entonces, y esa persona fue este médico que finalmente me hizo el implante coclear. Muchas veces me pregunto (soy preguntona) cómo y cuándo un médico -que estudió durante años y juró una declaración tan emocionante al recibirse- olvida su vocación. Los veo tan aburridos y desganados cuando atienden y eso me asusta. Dejé de fumar y cuido mi salud porque no quiero caer en las manos de los médicos. Al buscar el diagnóstico entré en una pesadilla que sólo Kafka supo describir: una pesadilla kafkiana.

Se dice que Dios da pan al que no tiene dientes y yo digo que Dios da oidos al que no quiere oir. Por momentos me pregunto si la vida es irónica o simplemente se trata de una ley de compensación. Por un lado te da y por otro lado te quita. Hace años atrás conocí una cuarentona muy bella que me dijo: Si tuviese el cuerpo de mis veinte años con la cabeza de mis cuarenta, haría desastres. Puede ser que por eso no lo podemos tener todo. Cuanto más vueltas le doy al asunto siempre llego a la conclusión que se debe tratar de un aprendizaje, que la vida sólo tiene un sentido así. Todo parece tan injusto a los ojos humanos, la vida se me presenta como un enorme absurdo imposible de resolver y ahí me encuentro de nuevo con la cachetada del ego y el mensaje de humildad. Se debe aceptar -no se debe aceptar pasivamente, claro está- pero si no aceptás, te jodés. Mi vida mejoró notablemente el dia que acepté mi deficiencia; antes de eso vivía un tormento. Todo se facilitó cuando pude decirle a la gente: Disculpe, soy sorda, ¿puede repetirme? Ahora entro periodicamente en los blogs de otros implantados y siento un alivio enorme al encontrarme con gente que me entiende porque pasa por lo mismo que yo. Mi hija -que es una niña- dice que no la escucho porque no quiero, porque no me interesa, porque no presto atención y eso me enciende por dentro. Tambien me dice que aprovecho mi sordera para hacerme la víctima. Lo encuentro tan injusto pero me tengo que adaptar  y  es una lección de humildad para mí; aceptar que no te escuchen y además te digan que no escuchás porque no querés. La paciencia es otro factor determinante para mi crecimiento, tengo que aprender a cederle el paso a la ignorancia. La sordera es una deficiencia invisible, los «normales» no la registran y no se imaginan que lo que pasó fue porque no oiste. También lo conocí a Miguel Nonay a través de la internet, él nos cuenta como son sus viajes en una silla de ruedas. Cuando lo leo me doy cuenta que yo soy otra ignorante al no ver los miles de obstáculos que se le presentan a una persona en esa situación. La vida se ve realmente injusta por momentos y sólo la puedo disfrutar cuando no la quiero entender. Hay que vivir con lo que uno tiene y eso es lo que nos enseña Miguel, a vivir a pesar de… y gracias a… Hay gente que tiene todos los sentidos y no aprovecha nada porque la respuesta se encuentra en un lugar más profundo, donde se aloja nuestra alma. Mientras escribo esto me siento una tonta pero, pensandolo bien, tengo este blog para esto, para liberarme de las broncas reprimidas, para entender lo inentendible y gritar en el ciberespacio que soy sorda y nadie me escucha.

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La chola

Este cuadro se llama La chola, como llaman a las indígenas del norte argentino y de Bolivia.  Es un nombre dulce como lo es esta chola que pinté.

 

 

cuadro corel chola

 

 

Las cholas venden frutas y verduras en la calle, casi siempre al lado de un supermercado de modo que puedan competir con este último por la calidad, siendo su mercadería mucho más fresca.

 

 

Todavía no sé que nombre ponerle a esta serie, pero con ella quiero mostrar el mundo social que compone Buenos Aires. En Brasil dicen que esta ciudad es europea. Es cierto que tenemos una gran influencia cultural de ese continente, como tambien lo tiene São Paulo: son ciudades que recibieron  muchos inmigrantes hasta las últimas guerras.  De todos modos son dos ciudades completamente diferentes. En Buenos Aires se respira un aire de nostalgia  que se ve reflejada en el tango, y en São Paulo todas las comunidades confluyen a un mismo sentimiento brasileño: dos miradas completamente diferentes. Me pregunto si la naturaleza no tendrá que ver con ello ya que el paisaje de la pampa es muy melancólico.

 

 

Mi Buenos Aires querido es latino y americano; forma parte de America latina y las cholas son una prueba de ello.

 

 

Los dos primeros cuadros de esta serie son brasileños pero tratan de una misma temática social y latinoamericana como lo cuento en el post anterior. Este video que encontré sintetiza perfectamente el sentimiento que quiero expresar con estas pinturas. Además está cantado en español y en portugués.  Lo pude oir muy bien, aunque no haya reconocido varias palabras. Que contradictorio que suena, pero pude oir muy bien el ritmo…Y que ritmooooo 🙂

 

 

 

 

Pinté este cuadro con yeso y pigmentos para darle a través de texturas un aire más rústico y de color terracota. Así son los colores en el norte argentino: las montañas son cuadros al aire libre.

 

 

 

 

Soy loca por tí, América 🙂

 

P.D: Angel, no te pongas bajo por no escuchar este video aún. Ya falta cada vez menos para que te implantes y podrás disfrutar de la música brasileña desde mi blog. 🙂

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