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Archive for May 2012

El arte salva


Desde que mamá se enfermó dejé de pintar. Es momentáneo porque lo tengo adentro y no puedo escapara los mandatos que el arte me impone porque me hace feliz. Tarde o temprano volveré a los pinceles.


Dibujo desde que soy chiquita. MI madre guardó montones de ellos desde que tenía tres años hasta los siete más o menos. Al deshacer su casa, tras su muerte, no los encontré. Una pena. Mamá fue la guardiana de los recuerdos familiares con cartas, dibujos, fotos y objetos que relatan nuestra historia. Ella siempre decía que no sabía dibujar ni una silla. Mal ejemplo porque una silla es un mueble difícil de retratar.


En el colegio dibujaba todo el tiempo. La profesora irritada me arrancó el papel de las manos y pidió atención. «Me concentro mejor cuando dibujo, señorita», le dije, pero no me creyó. En clase dibujé los ochos hijos que soñaba con tener. Jenifer era pelirroja, Santiago, morocho, y así por delante. Diseñé el plano de mi casa. Era cuadrada, con un patio en el medio y una galería que lo rodeaba. Dibujé cada cuarto, y eran ocho, cada uno con sus colchas, camas, bibliotecas, adornos, cuadros y alfombras.Demás está decir que nada de eso se hizo realidad. La clase pasaba volando mientras yo hacía de cuenta que prestaba atención.


A los diez años me dije a mi misma que de grande sería pintora mientras miraba extasiada una obra de arte, en el Louvre. Fue como una predicción, una voz ajena a mi habló a través de mis pensamientos. Nunca más me lo planteé, ser artista era una mala palabra para mi padre, una cosa de vagos.


Aprendí a pintar con la observación. Los grandes pintores fueron mis maestros. En Paris mi segunda casa eran los museos. Miraba detenidamente cada obra, de lejos y de cerca una y otra vez, para captar el efecto que producía cada pincelada en su conjunto. La luz y la sombra son mi debilidad. Rembrandt me cautiva. Un señor me preguntó una vez si era pintora.

-¿Por qué?

– Por la manera de mirar los cuadros.


Tuve la suerte de ver a los grandes en vivo. Los visitaba a Van Gogh y Gauguin una y otra vez como si estuviesen vivos. Me fascinan sus pinceladas y colores llenos de sentimientos y pasión, eternizados en sus pinturas.


Cuando me fui de la casa de mis padres – a los 22 años – llegué a Paris con una mochila en la espalda. No tenía plata ni para comer. Me encontraba en el Boulevard St. Germain con los latinoamericanos exilados que vendían artesanías en la calle. Los franceses en cambio vendían cuadros, algunos de ellos en miniatura. Algo tenía que hacer, quería ser independiente. Me decidí por las miniaturas porque eran más fáciles de hacer y económicas. Sólo necesitaba de papel y acuarelas. Compré los tres colores primarios para no gastar. Rojo, amarillo y azul. A partir de sus combinaciones creaba todos los demás colores. El blanco era el papel porque la acuarela es transparente. Se trata de una alquimia, un momento mágico y maravilloso, descubrir diversos colores a través de mezclas. Las posibilidades son infinitas. Fue una experiencia sublime, un verdadero aprendizaje, que me sirve hasta el día de hoy. A veces es bueno no tenerlo todo a mano, hay que arriesgar e improvisar para descubrir nuevas posibilidades.


Viajé durante tres años por Europa de mochila. No resistí al invierno parisino así que cuando llegó el verano partí hacia el sur en busca del sol. Dejé de pintar y me dediqué a sobrevivir. Fui artesana, campesina, niñera y obrera según el momento y la necesidad. Dejé de pintar pero jamás dejé de dibujar. Mis herramientas eran una birome y una hoja de papel, a veces me contentaba con una servilleta. Dibujaba por pura necesidad, era mi válvula de escape, mi mayor compañía.


Volví a pintar diez años después, en Brasil. Hice de ello una profesión. Empecé de casualidad, ¿o causalidad? Seguro que lo segundo. No es fácil vivir de la pintura pero la satisfacción de hacer lo que amo compensó todos los sacrificios por los que tuve que pasar.


Ahora doy clases y aprendo de mis alumnas más y más. Gracias a ellas continúo en contacto con las pinturas, pinceles, bastidores y atriles. No nos olvidemos del trapo, tan desvalorizado y necesario. Un día le voy a hacer un homenaje. Hace el trabajo sucio.


El arte es como el mastercard:

Atril, acrílicos y bastidor: $500,00

Pintar: No tiene precio


El arte salva.

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Mi abuela y yo compartíamos el mismo amor por los animales. Ella siempre tenía un perro a su lado pero en Sénégal tuvo cinco. Todos ellos dormían en su cama. A veces uno, a veces dos, o los cinco a la vez. Mi abuelo, cansado de esa situación le dijo un día:


Les chiens ou moi! (¡Los perros o yo!)

Les chiens! (¡Los perros!)


Nunca más la amenazó. No sé cómo hacía, era un hombre robusto, más bien gordo, para acostarse en la cama con esa multitud.


Cuando cumplí once años viajé a Sénégal para mis vacaciones. Durante la estadía mi abuela me regaló un loro. Era jovencito y no sabía hablar. Me enamoré inmediatamente de él. Vivía en mi hombro. A veces se me subía a la cabeza. Me robaba la comida del tenedor cuando lo llevaba a la boca y yo me mataba de risa. Me divertía todo el tiempo con él. A los pocos días antes de partir me puse triste. No quería abandonar a mi nuevo amigo. Mi abuela me consoló. Dijo que lo podía llevar a Buenos Aires conmigo, en el avión.


Pero no se puede, bonne-maman.
– No importa, lo escondés.


En aquel entonces no existían los controles de hoy en día. No había máquina de rayos X, ni detector de metales. Se iba hasta el avión a pie, por la pista. Mi abuela me puso en la mano un muñequito de goma, de esos que tienen un pito dentro y suenan cuando los apretás.


Escondés el loro sobre tu pecho (que no tenía), debajo de la ropa, y lo sostenés con una mano. Con la otra llevás el muñequito que hacés sonar por si al loro se le ocurre hablar.


Era el plan perfecto entre una abuela que no hacía caso a las normas y su nieta de once años. Me subí al avión con el loro y muñequito a cuestas. Viajaba sola. Para las azafatas y pasajeros yo sólo era una niña raquitica con «síndrome de Napoleón». Por la mano digo, aunque la apoyaba un poco más arriba que la del emperador. Fueron diez horas de avión desde Dakar hasta Buenos Aires y nadie lo vió. Cuando llegó la comida ya era de noche. Prendieron todas las luces del avión. El loro asomaba la cabeza disimuladamente para comer. Una cucharada para mi y otra cucharada para él. Parecía saber lo que tenía que hacer, no chistó ni una sola vez y se quedó durante todo el trayecto escondido bajo mi mano.


Al llegar a Buenos Aires mis padres me fueron a buscar al aeropuerto con mi hermana. Me esperaban en la pista, al lado de la escalera del avión. En la época sacaban fotos a todos los pasajeros cuando bajaban, como recuerdo. Se puede ver mi mano apoyada sobre una protuberancia extraña. Mismo así nadie se dió cuenta, ni mis padres. Pasamos por la aduana y policía. No preguntaron nada.




Cuando el coche arrancó mi madre preguntó: ¿Cómo la pasaste? Y yo saqué finalmente el loro de su escondite. Pegaron un grito descomunal. ¡No se puede entrar un animal silvestre al país! ¡Eso es un crimen! ¿Y las enfermedades? ¡Qué ocurrencia! Mi madre era tan distinta a la suya, tan emotiva e irracional. El loro no tenía lugar en nuestro departamento limpio y ordenado. Mismo así se quedó. Le instalamos un palo en mi cuarto, con comida y agua. Se tiraba al piso y caminaba con sus patas chuecas hasta la sala, a los gritos, porque no quería estar solo. Vivía en mi hombro. Era cariñoso y divertido, un compañero ideal. Se hizo respetar inmediatamente por la negra gata «Pussycat». Le mostró su amenazante pico y le dió la espalda sin más.


Fuimos felices durante unos dos o tres años, hasta que mi madre no agüantó más. Se lo regaló a una señora que vivía en las afueras y lo amaba. Lloré desconsoladamente pero lo tuve que aceptar. Era una niña, no tenía poder de decisión. Con él tenía un pedazo de mi abuela cerca, un pedazo de Sénégal, aquel exótico país, tan luminoso y lleno de colores, donde fui feliz mientras duró. Ahora mi lorito forma parte de mis recuerdos, esos que guardo con tanto amor. Estas historias me hacen pensar en la increíble abuela que tuve, un ser fuera de lo común. ¡Cómo la extraño!


A ver quién consigue ver el muñequito en mi mano ¡La foto es tan vieja! 🙂

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¿Tenemos un cuerpo y un alma, independientes el uno del otro? Hay religiones que lo afirman, el ateísmo lo niega. Otros creen que somos uno con la naturaleza divina que se manifiesta a través de espíritus. La religión judeo-cristiana ve al cuerpo como pecado, que hay que reprimir y dominar. El hinduísmo lo ve como un vestimenta que el alma abandona al morir y busca otro para vestirse y reencarnar.

Siempre hablamos del cuerpo como si fuese algo fuera de «nosotros». «Mi estómago está mal», «tengo el hígado de un pibe», «se me rompió el pie», «mi pelo es suave». Cada órgano tiene vida propia y no siempre nos hace caso. ¿Caso a quién? ¿Al alma, espíritu, soplo?.

En la medicina hay dos tendencias. La alopatía ve a cada órgano aislado del resto. La homeopatía ve al cuerpo cómo un todo. Ya se demostró que las emociones influyen en nuestro organismo a través de las enfermedades psicosomáticas. Entonces vamos al psicólogo y para hacerla más corta al psiquiatra que nos receta una pastilla para la ansiedad o angustia. ¿Qué somos entonces? ¿Seres químicos? Una pastilla nos hace ver la vida de otro modo debido a una combinación química.


Existieron tribus que comían el corazón de sus enemigos para adquirir su fuerza. El espíritu y el cuerpo eran uno solo. Son pocas las personas en nuestra civilización que creen adquirir la personalidad del donador de un órgano al transplantarse. En Brasil producieron una novela llamada «De Cuerpo y Alma». Una mujer se transplantaba un corazón y con ello adquiría parte de la personalidad de la donante, ¡y se enamoraba del amante de esta! Pura ficción.


Tiempo atrás una implantada me recriminó cuando jugué a ser media robot, una mujer biónica:

Es un broma, nomás

No te creas, muchos sordos nos rechazan porque creen que somos robots.


Me quedé boquiabierta. Me es difícil creer que alguién pueda pensar algo así seriamente. ¿Que será del que tiene un bypass? ¿No tiene corazón? Los sordos deben afrontar muchos prejuicios si deciden implantarse. Algunos creen erróneamente que serán diferentes después de la operación, con una nueva personalidad. La sordera no me define, soy mucho más que eso. Me marca pero no me define. Siempre hice una vida normal a pesar de las dificultades que eso implica. Mi alma es algo más profundo que los límites que el cuerpo me impone. Es curioso, en mis sueños nunca soy sorda.


Con esta entrada quiero resaltar que el implante es un aparato electrónico. No altera nuestras emociones, ni nos transformamos en robots. Este aparato nos permite volver a escuchar artificialmente nomás. Los audífonos cumplen la misma función. Las protesis, bypass, stenser, operación de cataratas, transplantes y otras cosas más nos permiten mejorar nuestra calidad de vida o mejor aún, salvarla también. En esta gran controversia que existe en la comunidad sorda debido al implante ya me han dicho que hay gente que quiere seguir «sordo puro», no perder su «identidad» ¿Los ciegos tendrán ese concepto de su deficiencia? La gente usa anteojos sin problemas, si es necesario se operan, sin poner en riesgo su identidad.



Hoy en día existe la palabra «audismo». Ser audista es creer en la superioridad del oyente con respecto al sordo, por consiguiente el que se implanta quiere ser oyente, superior. El implante no transforma un sordo en oyente, al igual que los audífonos. Cuando el aparato se apaga o se rompe no escuchamos más. No puedo separar sordos de oyentes como si fuesen seres de otra especie. Mi alma no está en el oído y sí en mi humanidad. No considero un oyente superior a un sordo, pasa por otro lado. La audición es un sentido necesario para la sobrevivencia. Cuando no escuchamos tenemos una carencia. Y eso es lo que han hecho los sordos al crear una comunidad: sobrevivir. Han inventado un propio idioma con señas asombroso y fabuloso. Durante siglos han considerado a los sordos como estúpidos y no se les prestaba atención. Se los recluía en hospicios y más adelante en escuelas con deficientes mentales. Se unieron para sobrevivir e hicieron de su discapacidad una identidad.


Siempre pienso en Beethoven y Goya, dos artistas geniales, que cambiaron el curso del arte. Se quedaron sordos y aislados. Se volvieron locos, tristes y enojados cuando su entorno se les hizo hóstil. No hay nada que aisle más que el silencio. Somos seres comunicativos por naturaleza, ¿cómo no sufrir?. Estos dos artistas volcaron su soledad en el arte y crearon maravillas. Goya desnudó el lado hipócrita de la sociedad en su «época negra». Se transformó en el primer expresionista en la historia de la pintura occidental. Beethoven volcó su pasión y dolor en una sinfonía que revolucionó el curso de la música. Es muy doloroso ser inteligente y en estos dos casos, geniales, y ser tratados cómo tontos. Porque los sordos no escuchan pero son inteligentes. El famoso: «soy sordo pero no boludo», de mi padre.


Ahora existe la lectura labial y se puede aprender a hablar a través de las vibraciones, con la ayuda de la fonoaudiología. La ciencia adelantó al igual que la medicina, sobre todo la cirugía, porque a pesar de que muchos tipos de sorderas no tengan cura, los audífonos y el implante coclear nos otorga herramientas para sobrevivir y tener una mejor calidad de vida. Al aprovechar estos recursos el sordo se puede integrar en la sociedad.


Yo tengo un espíritu libre y no encajo en ningún grupo cerrado. Tengo amigos por distintos lugares del planeta, Mi madre era francesa, mi padre argentino y mi hija brasileña. Hablo cuatro idiomas. Amo la diversidad, la riqueza que otorga formar parte de más de una cultura. Soy ciudadana del mundo, mi felicidad es encontrar la comunicación con gente de otras culturas y aprender de ellas. Encontrar ese lugar donde un gesto vale más que mil palabras. Encontrar nuestra humanidad.


El sol sale para todos sin excepción, todos tenemos derecho a vivir, todos somos iguales. Nada mejor para demostrarnoslo que la muerte. «Polvo eres y en polvo te convertirás».


No soy audista, no soy robot, soy sorda, pero sobre todo soy una persona de cuerpo y alma; cómo vos.


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