Desde que mamá se enfermó dejé de pintar. Es momentáneo porque lo tengo adentro y no puedo escapara los mandatos que el arte me impone porque me hace feliz. Tarde o temprano volveré a los pinceles.
Dibujo desde que soy chiquita. MI madre guardó montones de ellos desde que tenía tres años hasta los siete más o menos. Al deshacer su casa, tras su muerte, no los encontré. Una pena. Mamá fue la guardiana de los recuerdos familiares con cartas, dibujos, fotos y objetos que relatan nuestra historia. Ella siempre decía que no sabía dibujar ni una silla. Mal ejemplo porque una silla es un mueble difícil de retratar.
En el colegio dibujaba todo el tiempo. La profesora irritada me arrancó el papel de las manos y pidió atención. «Me concentro mejor cuando dibujo, señorita», le dije, pero no me creyó. En clase dibujé los ochos hijos que soñaba con tener. Jenifer era pelirroja, Santiago, morocho, y así por delante. Diseñé el plano de mi casa. Era cuadrada, con un patio en el medio y una galería que lo rodeaba. Dibujé cada cuarto, y eran ocho, cada uno con sus colchas, camas, bibliotecas, adornos, cuadros y alfombras.Demás está decir que nada de eso se hizo realidad. La clase pasaba volando mientras yo hacía de cuenta que prestaba atención.
A los diez años me dije a mi misma que de grande sería pintora mientras miraba extasiada una obra de arte, en el Louvre. Fue como una predicción, una voz ajena a mi habló a través de mis pensamientos. Nunca más me lo planteé, ser artista era una mala palabra para mi padre, una cosa de vagos.
Aprendí a pintar con la observación. Los grandes pintores fueron mis maestros. En Paris mi segunda casa eran los museos. Miraba detenidamente cada obra, de lejos y de cerca una y otra vez, para captar el efecto que producía cada pincelada en su conjunto. La luz y la sombra son mi debilidad. Rembrandt me cautiva. Un señor me preguntó una vez si era pintora.
-¿Por qué?
– Por la manera de mirar los cuadros.
Tuve la suerte de ver a los grandes en vivo. Los visitaba a Van Gogh y Gauguin una y otra vez como si estuviesen vivos. Me fascinan sus pinceladas y colores llenos de sentimientos y pasión, eternizados en sus pinturas.
Cuando me fui de la casa de mis padres – a los 22 años – llegué a Paris con una mochila en la espalda. No tenía plata ni para comer. Me encontraba en el Boulevard St. Germain con los latinoamericanos exilados que vendían artesanías en la calle. Los franceses en cambio vendían cuadros, algunos de ellos en miniatura. Algo tenía que hacer, quería ser independiente. Me decidí por las miniaturas porque eran más fáciles de hacer y económicas. Sólo necesitaba de papel y acuarelas. Compré los tres colores primarios para no gastar. Rojo, amarillo y azul. A partir de sus combinaciones creaba todos los demás colores. El blanco era el papel porque la acuarela es transparente. Se trata de una alquimia, un momento mágico y maravilloso, descubrir diversos colores a través de mezclas. Las posibilidades son infinitas. Fue una experiencia sublime, un verdadero aprendizaje, que me sirve hasta el día de hoy. A veces es bueno no tenerlo todo a mano, hay que arriesgar e improvisar para descubrir nuevas posibilidades.
Viajé durante tres años por Europa de mochila. No resistí al invierno parisino así que cuando llegó el verano partí hacia el sur en busca del sol. Dejé de pintar y me dediqué a sobrevivir. Fui artesana, campesina, niñera y obrera según el momento y la necesidad. Dejé de pintar pero jamás dejé de dibujar. Mis herramientas eran una birome y una hoja de papel, a veces me contentaba con una servilleta. Dibujaba por pura necesidad, era mi válvula de escape, mi mayor compañía.
Volví a pintar diez años después, en Brasil. Hice de ello una profesión. Empecé de casualidad, ¿o causalidad? Seguro que lo segundo. No es fácil vivir de la pintura pero la satisfacción de hacer lo que amo compensó todos los sacrificios por los que tuve que pasar.
Ahora doy clases y aprendo de mis alumnas más y más. Gracias a ellas continúo en contacto con las pinturas, pinceles, bastidores y atriles. No nos olvidemos del trapo, tan desvalorizado y necesario. Un día le voy a hacer un homenaje. Hace el trabajo sucio.
El arte es como el mastercard:
Atril, acrílicos y bastidor: $500,00
Pintar: No tiene precio
El arte salva.