Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for the ‘anecdótas de mi sordera’ Category

Hola queridos amigos,

Ya estoy en casa. La cirugía salió bien. Los médicos muy contentos con el resultado. Me dijeron que sacaron todo, aunque haya que hacer biopsia, volvieron a repetir que lo sacaron todo. También estuvieron muy conformes con mi recuperación. Respondí muy bien al dolor, el ayuno, las heridas, etc. Fue muy doloroso, por primera vez tomé morfina en mi vida. Me siento agradecida porque fui muy bien atendida en el hospital, en el peor momento de la pandemia. Mis dos hijas fueron muy cariñosas y las dejaron estar conmigo. Una a la vez, o sea que se turnaban. Se llevaron una bolsa de dormir y se acostaron en el piso. Tuve que compartir cuarto con otros pacientes. En cinco días estuve con cuatro pacientes distintos. Cinco días que parecieron meses. Cada día se desdoblaba en varias semanas, tantas eran las sensaciones y los desafíos que tenía que enfrentar para sanar las heridas internas y externas. El cirujano siempre se quitó el barbijo para hablar conmigo. Me dejaron entrar al quirófano con el procesador puesto y me lo quitaron en el momento de la cirugía porque trabajaron con electricidad. Cumplieron con su palabra y desperté con el procesador prendido. Lo primero que dije, quiero vomitar y escuché claramente como la médica me respondió, va a pasar rápido. Y así fue. Seguro que esa sensación se debió a que estuve entubada. Siempre me dejaron el procesador prendido. Le puse pilas para no tener que llevar cargador y baterías. Las pilas duran tres días así que sólo las cambié una vez. Los enfermeros no se quitaron los barbijos pero me hablaban de cerca y casi siempre conseguí entender. Cuando no, mis hijas tradujeron. No sufrí por la sordera. .Al contrario, tuve que soportar el ruído de la televisión que tenían prendida sin parar mis pacientes vecinos. Era tóxico, una falta de respeto porque nunca me preguntaron si yo también quería ver esos horribles noticieros que repetían durante media hora la misma estúpida noticia, cómo un mantra, hasta convertir al tele espectador en un zombie. Pero no desconecté mi procesador, sólo lo apagué para dormir, cómo hago siempre. No faltó un malentendido, seguro que hubo otros, pero sólo me enteré de ese.  A la noche vino un enfermero, con aspecto diferente. Era viejo, tendría unos setenta años, y además del barbijo también usaba una máscara. Cuando se presentó dijo «Esta noche voy a ser el enfermero de ustedes» Y cuando lo dijo me miró a los ojos. Yo entendí que me iba a palpar la panza, lo que siempre era muy doloroso, así que le respondí con una expresión de repulsión y asco. Por suerte mi hija se dio cuenta y me aclaró que el señor no me iba a tocar la panza. La verdad que sentí mucha verguenza de haber humillado a ese hombre que tenía que seguir trabajando y arriesgar su vida por causa del virus cuando tendría que estar jubilado. Le pedí perdón y le expliqué que era implantada. Tuvo una queja digna de tener en cuenta. Que no escribieron en mi informe que era sorda implantada. Así es como todos me trataban como una oyente y por más bien que lo maneje y por mejor que hable, no lo soy. Las dos últimas noches fueron una delicia porque compartí el cuarto con una coreana que no prendió la televisión! El silencio fue sanador. Me tocó estar del lado de la ventana y la vista daba a un parque enorme, de colores verdes y ocres. Aproveché para mirar Netflix con mi celular. El dolor había cedido y sólo tomaba diclofenac y paracetamol. El domingo me soltaron de repente. Estaba lista para seguir el reposo en casa. 

Sigo en reposo pero me siento bien . Tuve ayuda de los hijos y de Germán. Hago dieta, no tengo dolor. Cada día me siento un poco mejor. Mañana lo voy a llamar al cirujano para saber cuando me saca los puntos. Luego empieza una nueva etapa. Resta la confirmación de la biopsia, de que estoy limpia y el resultado de sangre que determinará que tipo de tratamiento seguiré.

No soy religiosa pero creo en una fuerza mayor. Creo en el amor y en la oración en sus distintos idiomas y formas. Por eso pedí a mis amigos que recen, manden reiki, mediten, pidan, lo que sea, en mi nombre. Y estoy segura que dio resultado. 

¡Gracias!

Read Full Post »

Desde que Germán se enfermó no pude escribir más. Quise hacerlo pero no pude dominar la pereza intelectual, más bien cansancio mental, que sentía. Fueron años de internaciones, médicos, cirujanos, enfermeros, decisiones difíciles, angustia por la incertidumbre, dolor,  impotencia, miedo. Tantos sentimientos intensos y extremos me exprimieron y secaron por dentro. Todo mi esfuerzo se concentró en mi compañero, ayudarlo a salir adelante, como por suerte consiguió gracias a su enorme fuerza de voluntad. No se rindió nunca. Aprendí tanto a su lado. 

Pude acompañar a mi marido gracias al implante coclear. Escuché a médicos y enfermeros en situaciones estresantes sobre temas desconocidos para mí. De todos modos no escucho como una persona «normal». Para empezar, escucho con un sólo oído y con electrodos que hacen contacto directamente al nervio. Cuando estoy nerviosa escucho peor, por el esfuerzo que tengo que hacer. Es por eso que siempre me presento con un «no escucho bien, soy sorda y tengo un implante coclear», me levanto el pelo y le muestro el procesador, «¿puede hablar más pausado, por favor?». Generalmente funciona; no siempre. Hay que ponerle onda. 

«¿Cómo hubiera sido tu vida si no eras sorda?»  preguntó mi madre cuando vió el cambio que me produjo escuchar. Ahí se dio cuenta como la sordera me limitó.

En el año 2019 cambié el procesador por uno más moderno.  Ahora escucho audios por whatssap. Si hablan muy rápido o hay ruidos de ambiente, no, pero cada vez entiendo mejor. También escucho el teléfono. Todavía le tengo fobia, pero en los momentos de necesidad y urgencia lo tuve que usar. Hice una rehabilitación forzada. Lo mismo con la televisión, que no veía desde mi niñez pero que a Germán le encanta.  Desde que empezó la cuarentena vemos series en Netflix todas las noches. Germán tiene afasia por los ACVs y le cuesta leer los subtítulos así que vemos las series dobladas y con subtítulos a la vez. Es increíble lo que aprendí desde entonces. Ahora entiendo casi todo lo que hablan los actores. Nunca me había pasado antes. Fue otra rehabilitación forzosa y muy fructifera, por cierto. 

Cuando pensaba que ya habíamos pasado lo peor, me enfermo yo. En abril de este año me sacaron un pólipo y la biopsia dio cáncer neuroendocrino de recto. Cuando leí el informe se me vino el mundo abajo. Pensé en la muerte. Me acordé de mi madre, mi padre, mi abuela, mis tres tías, mis dos primas hermanas. Todos ellos tuvieron cáncer. Sólo mi tía y primas se salvaron. Ellas son mis guías y mis ejemplos. Con la pandemia tuve que ver a los médicos y hacer todos los estudios sola y con barbijo. No se puede entrar en un hospital o centro de salud acompañado. El barbijo es una barrera comunicacional, no puedo leer los labios y el sonido no sale claro. A veces no entiendo nada y pido ayuda. Por suerte muchas personas reaccionan bien, hasta piden disculpas, pero están los que son sordos con oídos y siguen hablando cómo si nada. A esos hay que zamarrearlos. El cirujano me sorprendió. El mismo día que lo conocí se sacó el barbijo para hablar conmigo. Me facilitó todo. Esquivó la burocracia, llamó por teléfono a la oncóloga y tomó el turno por mí. Lo mismo con los estudios. Hice todo en tiempo record y el 8 de junio me van a operar. Tengo muchos puntos a favor. El cáncer está localizado y es de crecimiento bastante lento. Con la cirugía me puedo curar. 

Ahora tengo que enfrentar el miedo a la cirugía y a la incomunicación. Si no puedo estar acompañada ¿quién va a cuidar de mi procesador mientras me operen? ¿Cómo haré cuando me hablen tapados de arriba a abajo? ¿Qué voy a entender? No lo sé, pero lo voy a enfrentar… como hice siempre. 

Read Full Post »

Y un día dejé de escribir. Ya lo había dicho todo o por lo menos así lo creía. Una sensación de vacío, una torpeza en la construcción de las frases paralizaron mis pensamientos. Con el tiempo me olvidé de la sordera, de la alegría que me produjo volver a escuchar, de los nuevos descubrimientos sonoros. Con el implante la comunicación se hizo más fácil y mi discapacidad pasó a segundo plano. Ya no tengo que hacer un esfuerzo sobrenatural para entender lo que dicen. No escucho como un oyente, tengo un solo implante. No sé de donde vienen los sonidos y me cuesta acompañar una conversación en un ambiente ruidoso pero en el mundo de los ciegos el tuerto es rey.  Gracias al implante enfrenté nuevos desafíos. Trabajé como profesora de pintura, aprendí a hablar en público y volví a escuchar música. Fue grandioso. 

El mayor desafío lo tuve cuando se enfermó Germán. En abril del 2017 Germán estuvo tres meses internado en el hospital, con una pancreatitis gravísima. Tuve que hablar con médicos y enfermeras todos los días. Y si es difícil leer la receta del médico también es dificil escucharlo hablar sin modular, apurado y preocupado porque su paciente – que es tu amor – está entre la vida y la muerte. Pero la cosa no terminó ahí, luego vino la internación domiciliaria, otras internaciones en el hospital y nuevas cirugías. El stress que Germán sufrió fue tan grande que le provocó cinco acv, o sea, cinco internaciones nuevas que culminaron con la implantación de varios stents en la carótida intercraneal. El implante coclear me permitió acompañarlo y ayudarlo con los trámites de internaciones, autorizaciones médicas, farmacéuticas, de rehabilitación, etc y etc. No podría haber hecho frente a tantas situaciones límites en el silencio. Lo que todavía me cuesta es el teléfono pero por suerte existe la internet, los turnos por whatssap, las autorizaciones por mail. Cuando no entiendo exijo que modulen y me miren a la cara cuando hablan. Antes de empezar cualquier conversación aviso que soy sorda y escucho con un implante coclear. La sordera es invisible y mucha gente no sabe como tratarnos.  

Descubrí que Germán es un guerrero. Los acv le dejaron secuelas.  La mano está paralizada, tiene afasia y dislexia. Todos los días lucha para mejorar. Va solo a los centros de rehabilitación. Toma colectivo y tren, también se viste, cuelga ropa, se baña, y escribe con la mano izquierda a pesar de ser diestro. Hace esfuerzo hasta el agotamiento y nunca pierde el buen ánimo. Germán no se rinde, me inspira esperanza, me da fuerza, alimenta mi amor.

Durante estos años pensé varias veces en escribir pero no tuve fuerzas para hacerlo. Me agotaba solo de pensarlo. Abandoné el blog y dejé las clases de pintura. Conseguí pintar algunos cuadros, uno fue para su cirujano, un joven de 33 años que lo operó 18 veces y le salvó la vida gracias a su talento, osadía y determinación. En el blog dejé pasar varios cumpleaños. El 9 de octubre del 2018 se cumplieron diez años desde que coloqué el implante coclear. El 5 de octubre del  2018 cumplí seis años sin fumar. En septiembre del año pasado se cumplió diez años desde que abrí este blog. Conocí mucha gente maravillosa en este espacio y logré ayudar a unos cuantos a tomar la decisión de implantarse y cambiar el rumbo de su vida como lo hice yo. Otros cuantos dejaron de fumar.  En estos años recibí varios mensajes privados y públicos de agradecimiento que guardo dentro de mi corazón.

Cuando cumplí diez años de implantada hice nuevo pedido de procesador. Lo podría haber hecho a los seis años – por derecho – pero estaba satisfecha con el que tenía. Cuando conocí al doctor Arauz me dijo que el implante es un aparato tecnológico y como todo aparato un día se puede romper.  Además la tecnología avanzó y el nuevo modelo de procesador tiene más funciones y mejor calidad sonora que el otro. Esperé nueve meses para recibirlo, luego de dos cartas documento con un abogad.  Lo estrené hace quince días y ya escucho mejor, sobre todo en lugares ruidosos. Por todo lo que escribí arriba estuve cuatro años sin hacer calibraciones. Por suerte mi antiguo procesador se portó diez puntos y la calibración me funcionó muy bien. Nunca me falló. Agradezco a Patricia Estienne, mi calibradora, por ello. 

El doctor Arauz quiere que haga implante del otro oído. Tengo miedo y estoy cansada de hospitales. Será tema para otro capítulo. 
Gracias por estar

Read Full Post »

La sordera es una discapacidad invisible tanto para el oyente como para el que lo padece aunque la ceguera a veces también lo es. Mi madre tenía problemas de vista y por coqueta se negaba a usar anteojos. En la calle saludaba al azar “por si acaso”.

 

A Gustavo lo conocí en la facultad. Formamos parte del mismo equipo de trabajo con otros dos compañeros pero un día abandoné la carrera, vencida por la sordera y me fui del país. Volví a Buenos Aires tres años después. Alquilé un departamento y encontré un trabajo en un estudio de arquitectura.


 

El reencuentro con mis amigos fue difícil. Se habían casado, algunos tenían hijos, otros eran profesionales, menos Gustavo que largó la facultad cuando le faltaban cuatro materias para terminar la carrera porque se dio cuenta que lo suyo era y es la fotografía. De compañeros pasamos a ser amigos cercanos y compartimos muchos momentos juntos en esa etapa de nuestras vidas.



 

Y cómo Dios los cría y el viento los amontona, Gustavo y yo nos reencontramos por segunda vez en el año 2010. Retomamos nuestra amistad enseguida. Nos hicimos amigos de nuestras respectivas parejas y ellos se hicieron amigos a su vez. Una noche, luego de la cena y con una copita de licor de frambuesas en la mano, recordamos tiempos pasados.



 
— ¿Te acordás del departamento de Nuñez, donde viviste?— me preguntó Gustavo.
— Si, claro — le respondí
—¿Cuál era el nombre de la calle? — continuó
— ¡No me acuerdo! — le confesé avergonzada
— Había una placita frente al edificio
— ¿En serio?
— Me parece haber pasado por ahí la semana pasada ¿Te acordás del departamento por dentro, no?
— Si, por suerte — le dije y nos reímos — Era blanco, tenía un sillón hecho con una base de cemento. Era luminoso a pesar de ser un contrafrente. La cocina estaba integrada por una barra al living…
— Y ponías la música a todo lo que da — añadió.— ¡Loca! ¡Bajá la música, loca! ¡loca!, te gritaban los vecinos y vos seguías de lo más pancha.
— ¡No te puedo creer! ¡No sabía nada!
— Si, gritaban desde sus ventanas. Habían perdido todos los modales.
—¿Y por qué no me dijiste nada? — le pregunté intrigada.
— Porque te hacía feliz escuchar música.



 

vecinos


Gustavo fue el único amigo que se dio cuenta que yo no era feliz. No aceptaba mi sordera progresiva, no quería usar audífono. Acoplaba mi mano detrás de la oreja para captar las palabras. El problema no eran mis amigos, era yo. Me sentía invisible, no podía participar en ninguna reunión. En las fiestas me iba sin saludar a nadie, segura que no me registraban pero estaba equivocada porque al otro día me llamaban para preguntar que había pasado. Nunca les decía porqué, escondía mi dificultad. Sufría mi silencio sola y para espantar los males ponía la música a todo volumen en un acto de rebeldía contra el destino. La música me devolvía la vida. El silencio era mi muerte, la desconfianza mi constante.


Me cruzaba con los vecinos en los pasillos del edificio, en la puerta de entrada o en la escalera. Los saludaba rápidamente y bajaba la cabeza inmediatamente después para evitar una conversación de la cuál iba a salir perdedora. Puede ser que ellos aprovechaban ese momento para quejarse de la música, me pedían que bajase el volumen, que había un bebé, un enfermo, que no podían dormir. Puede ser que tocaron varias veces mi puerta, tantas cosas pueden haber ocurrido sin saberlo yo.



 

gustavo.jpg


Gracias Gustavo

Read Full Post »

viñedos

Llegué al festival de teatro de Avignon escapando del frío gris de Paris. Lo conocí a Pedro en la feria de artesanía. Chileno, había llegado a Francia de Venezuela donde trabajó en una petrolera. No sabía francés, no conocía a nadie. Confeccionaba mocasines de cuero de bebés para otro chileno que lo explotaba y se aprovechaba de su frágil situación. La segunda vez que me lo encontré me ofreció ser su socia. Había copiado los moldes de los mocasines en un papel. Su idea era confeccionarlos y venderlos juntos. Yo también estaba jugada. Acepté. Pocos días después se nos unió Tino, otro chileno sin talento para la artesanía pero con plata. Pagó la materia prima. Compré cueros de colores y mostazillas de colores también, que los combinaba con plasticidad. Nos fuimos los tres a la Côte d´Azur, más precisamente a Saint Tropez, abarrotada de turistas.


EI el puerto de Saint Tropez instalamos nuestros zapatitos en encima de una manta, en la vereda. Montones de turistas se acercaron fascinados por los colores de los mocasines pero también por nuestra pinta de indios sudamericanos. Tino parecía más bien indonesio y Pedro mapuche. Mi pelo negro y piel bronceada combinaba con ellos dos. Recuerdo el día que un alemán se nos acercó y preguntó si éramos indios. Le inventé una historia de nuestros ancestros y los mocasines que lo hicieron viajar mentalmente a una película de Indiana Jones. Con prudencia me pidió permiso para sacarnos una foto. Le contesté que primero tenía que pedirles permiso a mis “hermanos”. Me lo imagino todavía mostrando la foto a sus amigos y familiares.


Pamela había llegado desde Australia (su país de origen), primero en barco hasta el continente asiático y luego por tierra hasta Francia. Ella también parecía una india. De padre inglés y madre aborigen, era mestiza. Tenía una larga y lisa cabellera de color negro azabache y unos ojos oscuros y penetrantes, de quien viajó miles de kilometros sola y con poco dinero. En Saint Tropez Pamela conoció a Melanie, una chica canadiense q hablaba inglés y francés. Al envés de Pamela, Melanie tenía una mirada dulce y el pelo de color castaño claro prendido con dos trenzas. Era una chica country. Amaba a Neil Young, se vestía con pantalones babucha de colores, tocaba la flauta traversa y una armónica. Era la traductora de Pamela, que como buena anglo parlante no sabía hablar otro idioma que el inglés. y yo fui la traductora de mis “hermanos”, pasando por encima de mi sordera.


Cuando la temporada de verano llegó a su fin nos juntamos a platicar y decidir que hacer de nuestras vidas. Nadie quería volver adonde sea. En La Provenza había empezado la vendimia. Nos tomamos el tren y fuimos hasta Nîmes, una ciudad rodeada de viñedos. Encontramos trabajo enseguida pero tuvimos que esperar un día para comenzar y no teníamos dinero ni lugar para dormir mientras tanto. Nos separamos en dos grupos. Yo me quedé con Pamela. Al poco tiempo de andar descubrimos una casa abandonada cerca del centro. Compramos una lata de salchichas y velas. Cuando llegó la noche trepamos el portón y aterrizamos en el patio, bordeado por la casa . Nos instalamos en una habitación en el ala izquierda. Prendimos dos velas y con un cuchillo abrimos la lata. Un movimiento distrajo mi atención para el lado de la ventana. Advertí una silueta en el ala derecha de la casa. No tuve tiempo de comentárselo a Pamela que con dos soplidos apagó las velas, tomó un cuchillo y me entregó otro a mí.


— Shut up, Escuché unos ruídos. Hay alguien. — susurró
— Yo lo vi, Pamela, i see, there, mira ahí, ¿la ves?

Arrodilladas debajo de la ventana, asomamos la cabeza para ver. Me temblaba la mano.

— No veo la silueta — me dijo
— ¿Pero la escuchás?
— Si
— Yo no la escucho, la veo…

Tembló mi mano sin control,

— No sé usar un cuchillo… ni quiero — le confesé en inglés básico
— ¿Qué hacemos, luchamos o nos vamos? — preguntó sin escucharme
— ¡Nos vamos!


Saltamos por la ventana y corrimos por el patio hasta el portón. Trepamos, sin mirar atrás. Sentí unos ojos apuntando mi espalda. En la calle corrimos hasta perder el aliento. Fuimos hasta la estación de tren. Aliviadas, subimos a la terraza buscando un lugar para descansar. No habían bancos ni nada. Nos acostamos en el piso. Apoyé mi cabeza encima de la mochila, del oído derecho, con el que algo escuchaba aún. Cuando el silencio se hizo verbo dormí profundamente hasta el momento que Pamela me golpeó el hombro sin querer, cuando empujó al tipo que se acostó a su lado y le acarició el pelo mientras ella dormía.


Pocas horas después nos encontramos con Pedro, Tino y Melanie en la estación. Cuando llegamos al viñedo el patrón nos dio abrigo en una casa de piedra cerca de la bodega. Las camas eran colchones tirados en el piso, la cocina no tenía heladera y sólo podíamos comer de a dos en la mesa porque faltaban 3 sillas. A la noche nos calentábamos del frío tomando vino, lo que nunca faltó. La bocina estridente e insistente del tractor nos despertaba a la mañana. A la noche nos dolía todo el cuerpo y nos hacíamos masajes mutuamente. Luego preparábamos comida, abríamos una botella de vino, hablábamos una especie de esperanto desesperado, todos sordos como yo, pero por causa del idioma. Me encantaba charlar con Pamela. Con la ayuda de un diccionario teníamos conversaciones trascendentes de sus viajes, su vida en Australia, un mundo tan lejano y distinto al mío. Cuando la cosecha terminó Pamela y yo nos sentíamos amigas aunque no la volví a ver nunca más. Ella se fue con Melanie a Canadá. Nosotros viajamos hasta Grecia y trabajamos durante seis meses en distintos pueblos del Peloponeso y Creta, en las cosechas de aceitunas y naranjas donde aprendí a hablar en griego… y traducir, a pesar de la sordera.

Read Full Post »

bigote-y-gafas_891997

Olivia Castro Cranwell

Lo deben hacer a propósito, para que una pierda el control y así dominar la situación – se dijo. Estaba nerviosa, hacía media hora que esperaba en un despacho para ser entrevistada. Quería el trabajo a toda costa. No fue porque le gustase ser recepcionista, pero sí por su necesidad de ganar plata, para que su madre dejase de tratarla como una incapaz. Ella podía trabajar a pesar de su limitación y así quiso demostrárselo. Ya sé que recepcionista no es lo mejor para mi, pero bueno, es lo que ofrecen- pensó.


Se arregló la pollera en forma de tubo mil veces. Dejó entrever parte de sus piernas para atraer la mirada, pero no demasiado para no parecer puta. Se arregló el pelo, no soportaba que el rulo de su flequillo tomase la curva al revés. Se lo había alisado para la ocasión, pero el rulo volvió a surgir, triunfante, con las tres gotas de transpiración que cayeron por su frente. Además, temió que la transpiración hiciese una pasta con el maquillaje que expandió por su rostro para parecer bronceada y esconder su blancura de verano haciendo la plancha en su bañadera llena de agua fría. Uno es pobre pero tiene dignidad – se dijo, orgullosa.


Escuchó su corazón latir como un despertador a cuerda cuando se abrió la puerta. En la sala entró un hombre de estatura mediana, ojos azules, canoso, delgado, un hombre bastante atractivo si no fuese por un enorme bigote que le tapaba el labio superior ¿Cómo es posible que tenga tanta mala suerte?- pensó decepcionada. El hombre se dirigió hacia ella, le apretó la mano con fuerza y dijo


– Buenos días, mi nombre es Norberto -. Se sentó del otro lado del escritorio, frente a ella- ¿Y usted cómo se llama?- le preguntó.

– Camila, señor.

– Me puede llamar Norberto.

– Gracias… señor.


Norberto le pidió el currículum con una sonrisa amigable. Ni la sonrisa me ayuda –suspiró Camila. Le miró la boca con insistencia, esperando comprender.


– El currículum, por favor- insistió mientras extendía la mano hacia ella.

– ¡Ah, claro!, ¡el currículum!


Cuando abrió el bolso para buscar la carpeta se le cayó el lápiz labial al piso. Se agachó para recogerlo y el bolso se le dio vuelta dejando caer todo lo que llevaba dentro. Nuevas gotas de sudor destiñeron el rimel que chorreó por sus ojos. Se los quiso frotar pero supo que sería peor. Su corazón parecía una locomotora. No consiguió disimular tanta torpeza. Se arrodilló para recogerlo todo y su pollera se levantó dejando entrever sus muslos. Tiene buenas piernas- pensó Norberto, divertido con la situación. Contuvo la risa y recogió una moneda que aterrizó al lado de su zapato. Se la entregó con un gesto compasivo.


– Disculpe, gracias, disculpe– repitió Camila, con la mirada baja.


Finalmente juntó todo, sacó el papel de la carpeta, cerró la bolsa, se volvió a sentar y acomodó el mechón rebelde, furiosa. Le entregó el currículum con una mueca en forma de sonrisa. Con un guiño, Norberto tomó el papel, le agradeció y preguntó cuántos idiomas sabía hablar. Camila, mientras tanto, le estudiaba el bigote como hipnotizada. Parecía una obsesión. Norberto se sintió incómodo pero también halagado con la actitud de esa chica torpe y hermosa; hay que reconocerlo– pensó. La miró, inclinó su cabeza como lo haría un cachorro al escuchar un silbido y con una sonrisa esperó su respuesta. En vez de eso Camila le pidió si podía repetirle la pregunta mirándolo fijamente a los ojos y luego al bigote, como si estudiase un mapa indescifrable que le revelaría dónde se encontraba el tesoro.


– Es un poco tonta esta chica, aunque bella; hay que reconocerlo ¡Y cómo me mira! ¿Tendré monos en la cara?, digo. Me parece que lo que ella quiere es algo más que un trabajo- sostuvo. la miró con curiosidad , tosió y le repitió pausadamente.

– Idiomas, ¿Cuántos idiomas habla?

Camila, sin perder de vista el bigote de su interlocutor, respondió

– Dos, señor: español y portugués.

– Llámeme Norberto- insistió y continuó -. Qué pena que no hable en inglés, es un idioma imprescindible en el ámbito hotelero -. Cómo me mira esta mina- no pudo dejar de pensar.

Camila leyó los pensamientos de Norberto e intuyó sus palabras perversas sin despegar su atención del bigote y los labios que se escondían detrás de él, bailando con los sonidos graves que Norberto emitía por su boca.


– Una pena – volvió a repetir.

– Una pena ¿qué?- le preguntó ella.

– Una pena que -… ¿Será o se hace? No me escucha pero tampoco deja de besarme la boca con los ojos, eso sí.


Se miraron por un rato que les pareció una eternidad.


– Que no hable inglés, ¡es una pena!


Camila se sobresaltó con el grito de Norberto.


– Algo de inglés hablo, me las arreglo, pero no lo domino como el español y el portugués. Me presenté a la entrevista porque hoy en día hay muchos turistas brasileños en la ciudad, ¿no es así?-. No es tan tonta, me respondió con determinación. No entiendo. Si no es tonta, ¿qué es? ¿loca? Sí, es loca, pero linda, hay que reconocerlo. Continuó con la entrevista:


-Es cierto, tenemos muchos brasileños últimamente pero necesitamos personal que domine el inglés porque es un idioma universal. Tampoco hay que olvidar que tenemos turistas de todas partes de Europa y casi todos ellos hablan en inglés. Y los americanos, obviamente, que no son tantos, pero siempre los hay-…Camila se enroscó con los movimientos misteriosos del bigote de su interlocutor, tan grueso, tan largo, un estorbo a su parecer. Perdió la noción del tiempo y del espacio-.Pensamos ampliar nuestro mercado en Oriente. Cada día llegan más chinos a nuestra ciudad, que se comunican con nosotros en inglés, obviamente -… La entrevista se estancó en un lejano plano, inaccesible a ella. Necesitaba atravesar esos bigotes y llegar a los labios de su entrevistador para que le otorgasen esa tranquilidad que solo ellos le podrían dar en un momento tan íntimo y aterrador como ese.


– No sé señor, no sé si esto vale la pena- balbució sin desviar su vista de la boca de Norberto.


Él no quiso dejarla ir. Esa chica era algo tonta, muy loca, pero preciosa y estaba muerta por él. Nunca una mujer llegó a desearlo de ese modo en una estúpida entrevista. Sus bocas se encontraron a pocos centímetros de distancia la una de la otra. Ella se le había acercado poco a poco con cada palabra que él le había pronunciado. Norberto se enamoró de esos ojos color miel que lo miraban con desesperación implorando por su amor. Cerró los ojos y la rozó con los labios. Camila despertó de su confusión con la lengua de su entrevistador dentro de su boca y se echó para atrás violentamente. Se incorporó en el asiento y lo miró con exagerado asombro. No pudo contener las lágrimas de la indignación y preguntó


-¿Qué hace, se volvió loco?

– ¿Vos creés que me podés engañar, pendeja? ¡No dejaste de desearme en toda la entrevista!

– Señor…

– No me digas señor, ¡decime Norberto!- le gritó furioso.

– ¡Señor Norberto!- exclamó triunfante-. Norberto es su nombre, claro, ya me lo había dicho antes, claro-. Señor, Norberto, ¿de donde sacó esa descabellada idea?

-¿De donde? De tu mirada, nadie te mira así porqué si. Moriste por mí, no sé porqué pero eso fue lo que sucedió y ahora te venís con una de santita.


Camila se arregló el flequillo, se levantó, bajó su pollera tubo hasta las rodillas, acomodó su bolso en el hombro, se dirigió hasta la puerta y le dijo


– No, señor Norberto, y no me tutee, por favor. Lo único que le miré es su horrible bigote, por no poder mirarle la boca, más precisamente el movimiento de sus labios, porque yo escucho y miro con los ojos, cosa que usted no pudo darse cuenta, ¡idiota!-. Salió dando un portazo.


Del otro lado de la puerta Norberto se dijo, ¡Menos mal! Me saqué una loca de encima; hermosa, hay que reconocerlo.

Read Full Post »

mi sordera


La sordera es una discapacidad invisible, tan invisible que solo se dieron cuenta que no escuchaba del oído izquierdo a mis 14 años cuando en realidad ya no escuchaba más desde los seis.


-¡ Prestá atención! – gritaba mi madre -. A ver, repetí, ¿Qué te dije?



Mi palabra preferida era ¿Qué? Mi comodín.


En el colegio era tímida y me sentaba en el último asiento, en la esquina opuesta a la que estaban los profesores, para que no me llamasen al pizarrón. En clase me la pasaba dibujando, los profesores se enojaban porque no les prestaba atención. Me arrancaban la hoja y me obligaban a mirarlos. Yo me perdía entre los movimientos de sus misteriosos labios porque que no los sabía leer, ni sabía que era hipoacúsica, solo sabía que era una chica distraída que vivía en otro mundo y le importaba un bledo lo que pasaba a su alrededor.


– ¡Lo hiciste a propósito! – reclamaba Inés luego de una prueba, porque no le había soplado las preguntas.

– No te escuché, le respondía, pero ella no me creía y se enojaba conmigo.

Yo pensaba que no le había escuchado porque había hablado en voz baja.



Era ignorante, me parecía normal no oír el insoportable tic, tac del despertador al girar la cabeza en la cama. Se lo atribuía a la posición. Lo mismo me pasaba en el cine cuando me hablaba una amiga del oído sordo. Me daba vuelta y la escuchaba. Se lo atribuía a la acústica.


En el recreo siempre leía un libro. Mi mente viajaba con las palabras, frases, párrafos y capítulos, a lugares remotos y hermosos, a veces tenebrosos y otros dolorosos. En esos lugares donde nadie me criticaba por no prestar atención, ser egoísta, vivir en la luna; por ser una adolescente que solo sabe mirar su propio ombligo y nada más.


Y luego vino la juventud. Me sentía insegura porque no aceptaba mi discapacidad, que descubrí a los 14 años gracias a la lucidez de la profesora de ciencias. La otoesclerosis avanzaba y cada día escuchaba peor. No me gustaba ir a las fiestas porque la música me aturdía y la oscuridad me alejaba de las personas. Me sentía invisible y extranjera. Sólo Sartre y Camus entendían la soledad y el absurdo de la existencia. Esos comportamientos pasaron inadvertidos por mis padres, porque era adolescente y todos los adolescentes son unos inadaptados.


La gente nunca me registró como una persona sorda (la palabra hipoacúsica la conocí mucho después) . Me veían rara, antipática, extravagante, tímida, soberbia – de todo – menos sorda.


Un poco por la dictadura y otro poco por la difícil relación que tenía con mi padre, a los 22 años me fui de Argentina, con una mochila en la espalda. Pasaron muchos años para darme cuenta que también quería escapar de la sordera y pasaron otros tantos años más para aceptar esa realidad.


Blanqueé la situación. Compré un audífono. Empecé a presentarme con un: Hola, hablame despacio porque soy sorda. Me adapté.


Tuve una vida normal a pesar de las dificultades que se me presentaban diariamente por el hecho de no escuchar. Se aprovechaban de mi discapacidad en el trabajo y en las relaciones. Hasta mi hija se aprovechaba para hacer pavadas sin que la molestase. Mis parejas igual.


Tuve mucha dificultad en crear una pareja. Al principio todo era maravilloso, nos comunicábamos bien porque en esos momentos de magia no necesitábamos hablar. Cuando el idilio terminaba, los problemas de comunicación empezaban y la sordera era un factor esencial para que eso sucediese.


Siempre viví siempre entre oyentes (no conocía sordos). Fui feliz y todavía lo soy. Tengo proyectos, amigos, familia, hijos, nietas y la pintura. Además tengo un implante coclear que me permite escuchar un universo de sonidos, que sin él, dejan de existir. No me puedo quejar, pero a veces, cuando tengo problemas de comunicación, que me causan gran frustración, me pregunto: ¿Por qué no? ¿Por qué no me puedo quejar cuando me dejan sola por la falta de audición?


Tengo que hacer un esfuerzo para estar comunicada y las personas que conviven conmigo también lo tienen que hacer. A decir verdad tengo que hacer un esfuerzo para estar comunicada con cualquiera, pero cuando el vínculo es más estrecho, el esfuerzo es mayor porque también lo es el amor.


¿Cómo puedo explicar lo que oigo y escucho? ¿la diferencia de los dos? ¿la confusión entre los dos? ¿la distorsión? ¿la interpretación? No lo sé, lo intenté por todos los medios, no se puede, no se explica, se siente, y nada más. Lo mismo le pasa a un oyente cuando quiere explicar la música a quién no la conoce. No puede.


Mi hija es la que mejor me entiende, porque es la persona que mejor me conoce. Tuvo que sobrevivir con una mamá hipoacúsica, ser sus oídos también.


– No me estás escuchando, mamá – me dice cuando me distraigo. Los gestos de mi cara cambian, es algo sutil, que pocos pueden leer. Es la cara hago que te entiendo.


Dejo de escuchar por muchos motivos, y uno de ellos es el cansancio. En esos momentos vienen los problemas del tipo:


– No te interesa mi vida, no me prestás atención.

– Me interesa, pero no te escuché.

– Me estabas mirando cuando te hablé.

– Pero no escuché, soy sorda.

– Pero no parecés sorda, yo me olvido que lo sos.


Ya no sé si tomarme eso como un cumplido o como un problema. La gente no me comprende porque no me acepta como sorda. Y lo soy, escucho con un solo oído y con un aparato electrónico.


Parezco oyente por tres motivos. El primero porque la sordera es invisible, el segundo porque hablo como una oyente.


– Es un milagro, me dijo un médico

– Es un caso excepcional, me dijo el otro.


Por último tengo un cerebro de oyente. Me crié entre ellos, fui a un colegio común, sin fonoaudiólogas, ni lectura labial.



A decir verdad me crié con un hipoacúsico también – mi padre – pero se comportaba como un oyente insoportable, que tomaba alcohol y gritaba como un energúmeno. Sobrevivía con un audífono en un mundo hostil, sin fonoaudiólogas, ni lectura labial. Era el guerrero incomprendido, fuerte por fuera y frágil por dentro. Abandonado a su silencio.


A pesar de todo eso él me enseñó a enfrentar mi discapacidad con dignidad, a vivir con actitud.


Por eso vuelvo a repetir:

Soy sorda pero nadie me escucha

Read Full Post »

Creo que fue la sordera, o por lo menos tuvo algo que ver, que hizo de mi una adolescente tan solitaria y huraña. Me sentía desencajada en el mundo. Mientras los chicos se divertían en las fiestas yo leía en un rincón. Cuando leí «El extranjero» de Camus, tuve una revelación. Me identifiqué tanto con el personaje que dejé a mi novio a cambio de la compañera soledad. Ese era mi destino: la soledad. Era el único refugio contra el mundo hostil y ruidoso que me rechazaba y yo no sabía porqué.


Cuando me escapé a Paris fue peor. El clima frío y gris hicieron de mi soledad un fargo más pesado de llevar. Los parisinos me resultaban insípidos y distantes. Y eso que nací en Paris y estudié en un colegio francés. Eso no impidió que tuviese un choque cultural lejos de mi Buenos Aires de crianza. En vez de integrarme con los franceses, me junté con los refugiados latinoamericanos, tan desencajados como yo y lejos de sus países. Neke era uno de ellos. Nos hicimos amigos al instante. Él era chileno, yo me sentía argentina y Paris nos convirtió en hermanos. Un día fuimos juntos a la estación de tren, la Gare du Nord, donde parten y llegan trenes de varios puntos de Europa. Es una estación enorme y llena de movimiento. Nos paramos en el medio de camino entre los andenes, las escaleras con dirección a los subtes, las boleterías y la salida. Una multitud iba y venía llena de rostros serios, enojados y preocupados, con los ojos vacíos de presente. Neke y yo nos agarramos del brazo para que la marea de gente nos nos atropellase. El bullicio se transformó en un sonido mas cruel que el silencio y la soledad se hizo carne, porque en el lugar donde se está más solo, es en el medio de la multitud.


Es por eso que me fui a vivir a Brasil, en busca de contacto humano. Allí nació mi hija, acepté mi sordera y compré un audífono. La soledad dejó de ser mi mejor compañera. Con los años llegó la era de la globalización y de la comunicación. El sistema se infiltró por todos los rincones del planeta. Me resistí, pasé muchos años antes de comprar mi primer celular. Mientras tanto la internet, la telefonía y las redes sociales mantenían a millones de personas conectadas las 24 horas del día con gente que vive lejos y muchas veces no conoce personalmente, pero desconectada con las personas que están a su lado. La incomunicación de la comunicación, una soledad camuflada. Finalmente caí en la trampa.


facebook


La internet ofrece una fuente ilimitada de información y si se la sabe manejar resulta beneficiosa. En su momento me ayudó a escapar de la soledad del silencio, cuando perdí totalmente la audición. El problema consiste en saber utilizar esta herramienta sin caer en el exceso, en la adicción, otra forma de alienación de este siglo XXI.


El facebook es una cosa seria. Me escandalizo porque los osos del Ártico están amenazados, de las inundaciones de un país que ni sé pronunciar su nombre, de las crueles corridas de toros que por suerte no ocurren en mi país, de las chicas que secuestraron en Nigeria y de muchas otras noticias, serias y dolorosas que leo y también firmo, como repudio. Fue alentador saber que no se lapidará a esa pobre mujer por haberse hecho cristiana en Sudán, gracias a la presión «internacional». Me sentí responsable por su salvación, porque firmé la petición de Amnistía pero puede ser que eso no tuvo nada que ver con la anulación de la pena. De todos modos me afectó y seguí firmando de acá para allá miles de peticiones, contra miles de injusticias terribles que suceden por el mundo y me entero por la internet. Pierdo la esperanza con la gente que se aprovecha de estas situaciones y se dedica a engañar y mentir. La otra vez compartí en mi muro un artículo sobre la desaparición de una niña, que no era cierta, al igual que la muerte del Chavo del ocho, que lamenté. Lo matan todas las semanas a ese pobre hombre pero sigue tan vivo como yo. Luego están los mensajes melosos, a veces hermosos y otros tontos sobre el amor, la paz, la bondad y frases célebres de personalidades importantes de la humanidad. Y el humor, no falta el humor que invade los muros con frases y chistes de todo tipo. Con la política no se juega y muchos ponen el alma sobre el teclado para defender sus ideales con injurias, desprecios y odios. Todos son justicieros, bien sentaditos en sus sillas, con un café calentito sobre la mesa que apoya el arma letal: la computadora. Hay de todo en la viña del facebook.


En el facebook puedo intercambiar informaciones, muchas veces interesantes. El problema es que soy curiosa (más de uno dirá que soy mujer) y me quedo horas mirando las noticias, de gente que ni sé quién es y ni me interesa saber, porque están ahí. Una foto que me llama la atención, una frase ingeniosa, un mensaje y se me fue la tarde. Algo anda mal, caí en la trampa. Mientras pierdo la mayor parte del tiempo dando vueltas por el facebook dejo de hacer lo que realmente me importa allá afuera, en el mundo que llaman realidad. Me quejo por no tener tiempo de escribir, ni de pintar. Dejo, mejor dicho, dejamos de compartir con Germán momentos preciosos de nuestras vidas, al estar juntos pero distantes, cada uno con su tablet en mano, horas y horas boludeando en el facebook. El sistema nos comió, la ciencia ficción se hizo realidad y 1984 dejó de ser una novela.


El facebook me ha regalado muchos amigos, devuelto los que había perdido en el camino, acercado con mi familiares que viven en países distantes. Ahora tengo que recuperar los que viven a mi lado.


Con permiso, me voy a cenar con Germán.


Read Full Post »

nieves mateando


Es muy triste recordar como vivían los sordos hasta el siglo XIX. Estaban excluídos de la sociedad y se los consideraba tontos o locos porque no tenían herramientas para expresarse. No existían los audífonos, ni la fonoaudiologìa. A los más pobres se los internaba en hospicios. Artistas geniales como Bethoveen y Goya se volvieron insoportables al perder la audición pero en la desesperación del silencio crearon sus mejores obras.


Hoy en día hay muchas formas de comunicación para los hipoacúsicos y sordos. Audífonos, implante coclear, fonaudiología, lenguaje de señas, internet, celular con vibración y mensajes de texto son algunas de ellas.


La internet me salvó la vida. Permitió que continúe comunicada a pesar del silencio. Se acortaron las distancias con amigos y familiares que tengo desparramados por el mundo y con quienes no puedo hablar por teléfono. En el Facebook lo puedo ver todo. Los viajes, las fotos, los estados de ánimos y acompañar el día a día de mis amigos lejanos sin la necesidad de escuchar.


Cuando el médico me dijo que tenía epoc busqué un grupo de autoayuda para dejar de fumar. Me fue mal porque no podía seguir el hilo de los testimonios. No oía las voces ni discriminaba las palabras. Busqué en la internet y encontré una página sensacional: El Quitómetro. Conocí mucha gente en la misma situación que yo, todos locos de atar por la abstinencia de la nicotina. Casi dos mil integrantes escribían sus experiencias y luego interactuaban en un chat fenomenal. Hacía poco que había vuelto a vivir en Argentina. No tenía trabajo y luchaba para obtener la autorización para el implante coclear del que era candidata. Estaba sola y deprimida con el silencio como única compañía. Me la pasaba sentada frente a la computadora y escribía mis pesares en el Quitómetro, con el afán de encontrar la convicción para abandonar al tabaco – mi mejor amigo – el que siempre estaba a mi lado, mismo en ese momento de gran soledad. Tenía que dejar de fumar pero no quería. A decir verdad no sabía como vivir sin un cigarrillo en la boca.


Estuve dos años enganchada al Quitómetro, hasta el día que cerró sus puertas por distintas disputas entre los integrantes del sitio. Ya les dije, todos estaban irritados y nerviosos por la abstinencia. Tuve miedo de quedar sola, necesitaba de apoyo para dejar de fumar.


En el Quitómetro la conocí a Nieves. Ella llegó dos años después que yo pero con una convicción férrea. Ya lo había decidido, sólo necesitaba del empujón del grupo. Lo dejó y más nunca volvió a tocar un cigarro. Yo, por el contrario, era reincidente pero mismo así nos hicimos amigas. Del foro pasamos al chat y del chat al messenger. Nos escribíamos todos los días, sin excepción.


Cuando el Quitómetro cerró sus puertas virtuales Nieves abrió un nuevo foro que lo llamó: apagaelcigarro. Pasó noches enteras despierta para crearlo. Aprendió sola y hoy en día están registrados más de mil integrantes. Muchas personas dejaron de fumar con su ayuda. Nieves le da mucha alegría y belleza al foro. Todos los días sube informaciones sobre el tabaco y abre felicitaciones hermosas, con fotos y vídeos para quienes cumplen meses sin fumar. Al que cumple un año le regala un diploma de premio. La OMS considera que una persona es ex-fumante luego de pasar un año en abstinencia porque las reincidencias son enormes. Para que se den una idea, sólo el 5% de los fumadores consiguen dejarlo. Es una adicción terrible.


El mismo año que ella creó el foro de ex-fumantes yo me operé y coloqué un implante coclear. Abrí un blog y como ella aprendí sola a usarlo. A decir verdad un integrante del Quitómetro me ayudó. Él vive en Galicia y nunca nos vimos la cara aunque nos hayamos peleado bastante por chat. Necesitaba un espacio para subir fotos de mis cuadros pero fue tal la sorpresa que tuve cuando me activaron el implante coclear que este se volvió el tema principal del blog. Poco a poco empecé a oír y escuchar y por ende a dar clases de pintura.


En los seis años que conozco a Nieves muchas cosas nos han pasado, tanto a ella como a mi. Ya no podemos chatear todos los días como lo hacíamos antes pero mismo así entre nosotras se creó una amistad que nunca paró de crecer. Siempre está disponible cuando la necesito y siempre le respondo cuando me llama. Su generosidad es tan grande que se puso a escribir en mi blog a pesar de que ella no sea sorda. Se solidarizó con nuestra causa y la bautizamos de madrina. Sube vídeos con canciones hermosas – siempre con subtítulos – para animar. Felicita los logros de quienes se implantaron y apoya a los que tienen más dificultad para lograrlo.


El grupo de sordos e hipoacúsicos la adoptaron. A decir verdad ella nos adoptó. Se hizo amiga de cada uno de los integrantes del blog, en el Facebook también, y se echa unas risas con todos. Ella conoce el sufrimiento en carne propia porque padece de una enfermedad extraña – la fibromalgia – que toca el dolor. Es por eso que la admiro tanto. El dolor no le quita la alegría, el humor, la esperanza y la generosidad. Eso tiene mucho valor. Es un ejemplo de mujer.


pau y nieves


Paulita se apareció en casa el martes pasado. Al otro día se tomaría un avión para Madrid. Ya lo había hablado con Nieves en privado y esta no lo pensó dos veces. La fue a buscar al aeropuerto en tren y la llevó hasta su hotel. Pocas son las personas que hacen algo así, con una persona que no conocen personalmente. Se hicieron amigas en el instante. Nieves la llevó a conocer la ciudad y Paulita le hizo probar el mate. Sacaron fotos hermosas que subieron en el Facebook. Sus sonrisas irradiaron la internet de felicidad.


Gracias Nieves por todo lo que haces por nosotros y por haberla recibido con tanto cariño a Paulita. Eres una mujer maravillosa y yo me siento muy orgullosa de ser tu amiga, porque eso es lo que somos: AMIGAS, en las buenas y en las malas.


las motoqueras nieves y pau

Read Full Post »

feliz 2014


Por primera vez en cinco años no escribí en el blog por navidad No quiero dejar pasar el año nuevo tambien así que acá estoy, exprimiendo mi cerebro para sacar una idea coherente.


«Ya escribiste mucho y por eso que se te hace difícil, aunque historias todavía tenés para contar», me dicen


Es cierto, en estos años acumulé muchos escritos en el blog. Con lo que tengo ya puedo editar un libro, según Germán. Así lo han hecho Lak Lobato y Pepe Lozano, que difunden el implante coclear a través de sus experiencias y la de los «comentakas» también.


Sueño con escribir un libro aunque este año se me haya ido la inspiración. A veces me pasa eso con la pintura también y creo que eso le sucede a todos los artistas, en todos los campos del arte. Hay momento de creación y momento de recreación. En el ocio se gesta una nueva etapa creativa para el artista. Es como un vaso, que para llenarlo primero se lo tiene que vaciar. Es como la respiración, que exala e inhala, como el propio universo que se expande y se retrae, en una constante búsqueda de equlibrio.


En el 2014 espero volver a escribir como lo hacía antes para compartir mis experiencias con toda esa gente linda que se arrimó y comentó en el blog. Fue una experiencia enriquecedora en todos los sentidos para mi. Este año me gustaría ir a un taller literario y aprender técnicas de escritura. No pretendo ser una erudita en el arte de la narración. Soy autodidacta de vocación. Me identifico con la lectura fácil, cotidiana y costumbrista porque me gusta el arte de la calle. No soy ni seré de la academia jamás ni en la pintura, ni en la escritura, en nada.


El arte me salvó de la tristeza y soledad que me causó la sordera. Paradojicamente la soledad fue mi mayor compañía en momentos cruciales e intensos de mi vida. La soledad la encontré en el silencio y el silencio abrió la puerta de mi mundo interior, lleno de historias de todo tipo, lleno de vida.


«Estoy en la universidad de la vida», le escribí a mi madre desde Grecia, donde trabajé como campesina en la cosecha de olivas y naranjas. Aprendí mucho en la calle y me transformó en lo que hoy soy. Tenía que vivir para contarlo, por eso largué los libros y me puse una mochila en la espalda. Cuanto más avanzaba mi sordera, más fuerte era mi necesidad de estar afuera, en la acción, en la aventura y con la gente como maestros.


Luego de muchos años llegó el implante coclear en mi vida, me devolvió los sonidos y lo compartí en el blog. Luego lo compartí en mi taller de pintura con alumnos. Ahora puedo escuchar, dar clases y compartir mis aprendizajes. De todos modos sigo con mi soledad. Ella no me deja sola. Como lo ha escrito Georges Moustaki en una hermosa canción: «No, no estoy nunca solo con mi soledad». Me siento privilegiada de tener ese mundo interior porque allí se gestan mis proyectos y mi arte.


Hay que encontrar tesoros y riquezas en nuestros sufrimientos. Con la sordera encontré mi mundo interior.


Esta noche festejaremos la llegada de un nuevo año y con ello renovaremos la esperanza. Quiero que sepan que siempre los tengo en mi corazón y no los olvido nunca. Les deseo todo lo mejor en el 2014. Qué este año que viene nos mantenga unidos y podamos compartir nuestros aprendizajes con el silencio, el implante coclear, con nuestros éxitos y frustraciones para llevar un mensaje de esperanza a todos los que buscan en la internet ayuda.


El arte salva


Besos a todos

Read Full Post »

Older Posts »