El desarraigo me define. La palabra justa en francés sería «déracinée», o sea, con las raíces arrancadas. De madre francesa, padre argentino, hija brasileña y el resto de la familia diseminada por varios lugares del mundo, no sé qué decir cuando me preguntan de dónde soy. Porque nací en París pero a los tres años me fui. Viví mi infancia y juventud en Buenos Aires pero estudié en un colegio francés y no recibí la misma formación que la mayoría de los porteños. Mi formación fue el dualismo, aprender a vivir con un pie en cada cultura. Para completarla viví 20 años en Brasil, que adopté en mi corazón por la fuerte razón de que mi hija nació y se crió allí.
Yo siempre dije que era argentina – además de francesa y brasileña – pero siempre argentina primero aunque no tuviese ni la nacionalidad. La nacionalidad argentina se adquiere al nacer en el suelo del país y en aquel entonces no había acuerdo con Francia. Mi padre me «cargaba» y llamaba de «franchuta». A mi me amargaba escuchar eso y negaba mi verdadera nacionalidad. No quería hablar en francés y le respondía a mi madre en español. Cuando estaba en Francia le decía a mi familia que yo era argentina hasta la muerte. A los chicos no les gusta ser diferentes y yo necesitaba pertenecer. A mi papá no le importaba ni conocía la psicología y llegó al colmo de hacerme firmar a mis nueve años un papel en que decía que abandonaría mi nacionalidad francesa al cumplir 18 años de edad para ser argentina. Y yo lo firmé con aire solemne mientras mi padre se reía de mi inocencia.
A los 18 no cumplí con la promesa, no por el hecho de hacerme argentina pero sí por el hecho de no querer negar una parte mía. Con los años aprendí que no tengo que negar quién soy. Sólo así encontré mi paz interior. Los tiempos cambiaron y ahora Argentina tiene acuerdo con Francia. Soy argentina desde el año 2001, en el momento en que el país pasó por la mayor crisis de su historia. Lo mío era una cuestión sentimental, de pertenencia con la tierra de mi padre.
Mi familia materna es de Marsella pero después de la guerra mis abuelos y sus hijos se fueron a vivir a París, donde yo nací. A los 22 y a los 23 años viajé durante meses de mochilera por todo el sur de Francia: La Provenza y la Costa Azur (la costa). Volví varias veces y cada vez que fui se me despertó una emoción visceral, estaba en casa, aunque nunca hubiese vivido allí. Es muy fuerte y esto no me sucede ni en Paris, donde nací. Marsella me fascina a pesar de que sea sucia, desordenada, irreverente, transgresora, además de bella en su gente y en su naturaleza, llena de accidentes naturales y piedras blancas bañadas por el azul radiante del Mediterráneo. Me siento plena en el sur de Francia, me reencuentro con mis ancestros.
Fui pocas veces pero siempre lo disfruté con pasión. En enero tuve la suerte de volver y reencontrarme con sus aromas, colores, sabores, luz y -sobre todo- amigos y familiares que tienen el privilegio de vivir en aquella hermosa región bendecida por una naturaleza generosa.
La Provenza; yo podría vivir y sería muy feliz en la tierra que los impresionistas se enamoraron. Muchos de ellos llegaron del gris y helado París para encontrarse con una paleta llena de colores y luz ¡Y qué luz! Los impresionistas fueron los primeros artistas plásticos de Europa en pintar al aire libre. La Provence era el lugar ideal para tal fin. Además de su luz y colores está llena de riquezas históricas. Allí pasaron todos, desde la prehistoria pasando por los celtas, etruscos, romanos, bárbaros, galos, francos y etc. Todos ellos dejaron una riqueza cultural sorprendente. Es el país de las mezclas, lo que justamente me define.
Y finalmente pinté un cuadro. El año pasado mi producción artística fue muy pobre. El picaflor y Don Juan Manuel de Rosas fueron las dos únicas obras que realicé. De todos modos con el cuadro de Rosas tuve el privilegio de hacer algo grande y que nunca tuve la oportunidad de hacer antes ni sé si se repetirá en el futuro.
Este es el primer cuadro de la nueva serie que acaba de nacer. Un homenaje a La Provenza, el país que late en mi corazón, el país de mi madre, un homenaje a mi madre, que hace poco partió y siempre extraño.
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