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Archive for 18 de febrero de 2014

iemanjá paulo

Desde el primer día que pisé el suelo de Brasil me atribuyeron ser hija de Iemanjá, la diosa del mar en la religión afro-brasileña: Candomblé. A los dos años sólo sabía decir mamá y «agua pum». En esa misma época mi madre tuvo que pagar una multa por haberme metido en una fuente pública cuando estabamos de vacaciones en San Sebastián, España. La volví loca con el agua pum mientras ella buscaba un pileta, o la playa, no sé. En Pinamar los salvavidas me llevaban a nadar con ellos – mar adentro – cuando sólo tenía 17 años. «Sabés nadar, podés venir con nosotros si querés». Yo iba feliz. Me sentía como un pez en el agua y nadaba como tal.


Con el mar de Pernambuco fue amor a primera vista. El agua es turquesa, cálida y transparente. Se forman piscinas cuando la marea baja y aparecen los arrecifes de corales. Peces de colores nadan entre la gente, en busca de comida. Iemanjá los recupera cuando la marea vuelve a subir. Cuando los portugueses descubrieron esta tierra creían haberse topado con el paraíso. Yo tambien.


Me fui por un mes y me quedé veinte años. Iemanjá me abrazó y no pude resisitir a sus encantos. El sueño de mi vida se hizo realidad: vivir en una ciudad con mar, un mar generoso y hermoso. Un regalo sin igual.


Cuando llegué a Recife yo estaba prácticamente sorda pero no usaba audífono. Me resistía a aceptar la realidad. Vivía en mi mundo silencioso, iba a la playa todos los días y nadaba. Durante mi embarazo tambien. La gente decía que el bebé iba a nacer en el mar pero Iemanjá estaba a mi lado y siempre nos protegía.


Compré mi primer audífono pocos meses antes de mi hija nacer. Gracias a ello pude escuchar su voz. Lo que no pude fue volver a nadar. Los moldes del audífono abrieron mi canal auditivo. Cada vez que me zambullía en el agua esta se metía dentro de mi oído y tenía que esperar varias horas volver a escuchar. Sin hablar de las otitis que eso generaba. Perdí las ganas de nadar.


Así pasaron casi veinte años. Miraba el mar y me seguía emocionando con su belleza, pero de lejos. Perdí la dicha de tocar el cuerpo de Iemanjá.


Cuando me hice el implante ya no usaba el audífono y con ello me liberé del tema del molde. Recuperé la natación. Grande fue mi dicha el día que pude zambullirme de nuevo en una pileta. El implante coclear es un aparato electrónico y como tal no resiste al agua. Debo tirar el procesador para nadar. Algunas personas piensan que necesito estar conectada al sonido las 24 horas del día. Eso no es cierto. Cada vez que entro en la ducha o cuando me voy a dormir me quito el procesador. El silencio forma parte de mi realidad y lo acepto pero no es por ello que me resigno a vivir aislada. Porque el silencio aisla pero en el mar eso no me importa porque me encuentro con Iemanjá, mi madre espiritual.


Ahora estoy en Recife de vacaciones. Lo primero que hice al llegar fue ir a ver el mar. Iemanjá me sonrió porque habíamos pasado mucho tiempo separadas pero ahora nos ibamos a volver a tocar.


Estoy matando las saudades, como se dice en Brasil. Me quito el procesador y aprovecho del mar. En las piscinas naturales converso con mis amigos con la ayuda de la lectura labial mientras los peces de colores dan vueltas a nuestro alrededor. Me comunico sin problema. En el mar abierto me sumergo en los brazos de Iemanjá y nado.


En la playa no solo el agua es perjudicial para el procesador. La arena, el sol y la sal tambien lo son. Cada vez que entro al mar lo coloco en una cartuchera de plástico, con cierre, dentro de una bolsa que lo protege del calor. Cuando vuelva a Argentina lo llevaré para hacer una limpieza así no se oxida por la sal del mar. Todo cuidado es poco. Es fundamental hacer una revisión periodicamente de nuestro procesador. La parte interna adentro está, solo tenemos que cuidar nuestra cabeza y no golpearse. Mismo sin el implante es bueno no golpearse la cabeza.


El implante coclear me brindó muchas ganancias, Iemanjá agradece y yo aprovecho de sus aguas turquesas que tan feliz me hacen sentir.

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